Sorayda Peguero , escritora y columnista, autora del delicioso libro de relatos «Doce encuentros y una despedida», vive (y escribe) a caballo entre República Dominicana y España. Dos orillas que entretejen su obra de nostalgia, memoria y olvido. Ha sido una de las autoras destacadas de Mar de Palabras, primer festival internacional de literatura en la región del Caribe, y hemos hablado, dónde mejor que en el paraíso, de pecados capitales:–Le perdono un pecado.–La gula, sin duda. Me gusta mucho comer, y comer cosas que no tendría que comer tanto. Me gustan los fritos, los dulces de mi país, la cerveza Presidente, los refrescos que tomaba a escondidas cuando niña… Tengo que hacer un esfuerzo por controlarme.–¿Lo sacamos de la lista?–No debería ser pecado, es uno de los más inofensivos, ¿verdad? Junto con la pereza, que debería ser virtud. Y más en estos tiempos en que somos convocados a estar permanentemente haciendo algo productivo, que todo tenga una utilidad. A mí me encantan los placeres inútiles, tú sabes. Me encantaría tener más tiempo así para leer, escuchar música, tumbarme en una hamaca cuando estoy acá, en República Dominicana, y mirar el cielo.– Dos minutos y ya hemos reducido a cinco los pecados capitales.–Imagínate. Y yo quitaría también la lujuria. Nos quedan cuatro. –Y de esos… ¿cuál sería el peor?–Dudo entre la envidia y la ira, porque conozco bien los efectos devastadores de la ira. Y aunque después la persona que lo comete se arrepienta, al ver el desastre devastador que dejó a su alrededor, eso ya está hecho. Las consecuencias son irrevocables. Con la envidia pasa que quizá, no siempre y no todas las personas que sienten envidia, llegan a ser perversos, pero hay muchas perversidades en la envidia. Y yo temo más al perverso que al malvado.–Explíqueme eso.–El malvado es más frontal. A veces, incluso, se harta de su maldad. Lo ves venir. Pero el perverso es estratega, va dando pequeños toquecitos para desestabilizar y que si fue sin querer, y que si con la sonrisa. Aquí decimos una frase: «como la gatica de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano». Un día te dan el beso y al otro día te dan el pinchazo. Mira, creo que la envidia. Definitivamente, me cuesta más perdonar la envidia.–¿La envidia abre la puerta de la perversidad?–Totalmente. Y, además, envenena. Ni siquiera para el que la padece tiene nada bueno. Muchas veces sufre más, incluso, que el objeto de su envidia. Me parece que, el envidioso siente el impulso de querer dañar al objeto de su envidia. Se alimentan del conflicto.–Nos quedarían, entonces, la soberbia y la avaricia. ¿Está quizá su oficio más expuesto a la primera?–Sí, desde luego. No creo que sea el único, pero definitivamente es uno de los oficios en los que te puedes ver más tentado a caer en la soberbia. Recuerdo una anécdota de Joyce, que a él el divertía que su esposa se refieriese a él como un inútil. Porque todo el mundo a su alrededor se la pasaba adulándolo. Y esa mujer venía y como que lo bajaba de ese trono. La tentación es bastante fuerte e, incluso el que menos cree que puede caer ahí, dependiendo de el nivel de exposición que tenga ese ambiente, puede hacerlo. Sorayda Peguero , escritora y columnista, autora del delicioso libro de relatos «Doce encuentros y una despedida», vive (y escribe) a caballo entre República Dominicana y España. Dos orillas que entretejen su obra de nostalgia, memoria y olvido. Ha sido una de las autoras destacadas de Mar de Palabras, primer festival internacional de literatura en la región del Caribe, y hemos hablado, dónde mejor que en el paraíso, de pecados capitales:–Le perdono un pecado.–La gula, sin duda. Me gusta mucho comer, y comer cosas que no tendría que comer tanto. Me gustan los fritos, los dulces de mi país, la cerveza Presidente, los refrescos que tomaba a escondidas cuando niña… Tengo que hacer un esfuerzo por controlarme.–¿Lo sacamos de la lista?–No debería ser pecado, es uno de los más inofensivos, ¿verdad? Junto con la pereza, que debería ser virtud. Y más en estos tiempos en que somos convocados a estar permanentemente haciendo algo productivo, que todo tenga una utilidad. A mí me encantan los placeres inútiles, tú sabes. Me encantaría tener más tiempo así para leer, escuchar música, tumbarme en una hamaca cuando estoy acá, en República Dominicana, y mirar el cielo.– Dos minutos y ya hemos reducido a cinco los pecados capitales.–Imagínate. Y yo quitaría también la lujuria. Nos quedan cuatro. –Y de esos… ¿cuál sería el peor?–Dudo entre la envidia y la ira, porque conozco bien los efectos devastadores de la ira. Y aunque después la persona que lo comete se arrepienta, al ver el desastre devastador que dejó a su alrededor, eso ya está hecho. Las consecuencias son irrevocables. Con la envidia pasa que quizá, no siempre y no todas las personas que sienten envidia, llegan a ser perversos, pero hay muchas perversidades en la envidia. Y yo temo más al perverso que al malvado.–Explíqueme eso.–El malvado es más frontal. A veces, incluso, se harta de su maldad. Lo ves venir. Pero el perverso es estratega, va dando pequeños toquecitos para desestabilizar y que si fue sin querer, y que si con la sonrisa. Aquí decimos una frase: «como la gatica de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano». Un día te dan el beso y al otro día te dan el pinchazo. Mira, creo que la envidia. Definitivamente, me cuesta más perdonar la envidia.–¿La envidia abre la puerta de la perversidad?–Totalmente. Y, además, envenena. Ni siquiera para el que la padece tiene nada bueno. Muchas veces sufre más, incluso, que el objeto de su envidia. Me parece que, el envidioso siente el impulso de querer dañar al objeto de su envidia. Se alimentan del conflicto.–Nos quedarían, entonces, la soberbia y la avaricia. ¿Está quizá su oficio más expuesto a la primera?–Sí, desde luego. No creo que sea el único, pero definitivamente es uno de los oficios en los que te puedes ver más tentado a caer en la soberbia. Recuerdo una anécdota de Joyce, que a él el divertía que su esposa se refieriese a él como un inútil. Porque todo el mundo a su alrededor se la pasaba adulándolo. Y esa mujer venía y como que lo bajaba de ese trono. La tentación es bastante fuerte e, incluso el que menos cree que puede caer ahí, dependiendo de el nivel de exposición que tenga ese ambiente, puede hacerlo.
Sorayda Peguero, escritora y columnista, autora del delicioso libro de relatos «Doce encuentros y una despedida», vive (y escribe) a caballo entre República Dominicana y España. Dos orillas que entretejen su obra de nostalgia, memoria y olvido. Ha sido una de las autoras destacadas de Mar de Palabras, primer festival internacional de literatura en la región del Caribe, y hemos hablado, dónde mejor que en el paraíso, de pecados capitales:
–Le perdono un pecado.
–La gula, sin duda. Me gusta mucho comer, y comer cosas que no tendría que comer tanto. Me gustan los fritos, los dulces de mi país, la cerveza Presidente, los refrescos que tomaba a escondidas cuando niña… Tengo que hacer un esfuerzo por controlarme.
–¿Lo sacamos de la lista?
–No debería ser pecado, es uno de los más inofensivos, ¿verdad? Junto con la pereza, que debería ser virtud. Y más en estos tiempos en que somos convocados a estar permanentemente haciendo algo productivo, que todo tenga una utilidad. A mí me encantan los placeres inútiles, tú sabes. Me encantaría tener más tiempo así para leer, escuchar música, tumbarme en una hamaca cuando estoy acá, en República Dominicana, y mirar el cielo.
–Dos minutos y ya hemos reducido a cinco los pecados capitales.
–Imagínate. Y yo quitaría también la lujuria. Nos quedan cuatro.
–Y de esos… ¿cuál sería el peor?
–Dudo entre la envidia y la ira, porque conozco bien los efectos devastadores de la ira. Y aunque después la persona que lo comete se arrepienta, al ver el desastre devastador que dejó a su alrededor, eso ya está hecho. Las consecuencias son irrevocables. Con la envidia pasa que quizá, no siempre y no todas las personas que sienten envidia, llegan a ser perversos, pero hay muchas perversidades en la envidia. Y yo temo más al perverso que al malvado.
–Explíqueme eso.
–El malvado es más frontal. A veces, incluso, se harta de su maldad. Lo ves venir. Pero el perverso es estratega, va dando pequeños toquecitos para desestabilizar y que si fue sin querer, y que si con la sonrisa. Aquí decimos una frase: «como la gatica de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano». Un día te dan el beso y al otro día te dan el pinchazo. Mira, creo que la envidia. Definitivamente, me cuesta más perdonar la envidia.
–¿La envidia abre la puerta de la perversidad?
–Totalmente. Y, además, envenena. Ni siquiera para el que la padece tiene nada bueno. Muchas veces sufre más, incluso, que el objeto de su envidia. Me parece que, el envidioso siente el impulso de querer dañar al objeto de su envidia. Se alimentan del conflicto.
–Nos quedarían, entonces, la soberbia y la avaricia. ¿Está quizá su oficio más expuesto a la primera?
–Sí, desde luego. No creo que sea el único, pero definitivamente es uno de los oficios en los que te puedes ver más tentado a caer en la soberbia. Recuerdo una anécdota de Joyce, que a él el divertía que su esposa se refieriese a él como un inútil. Porque todo el mundo a su alrededor se la pasaba adulándolo. Y esa mujer venía y como que lo bajaba de ese trono. La tentación es bastante fuerte e, incluso el que menos cree que puede caer ahí, dependiendo de el nivel de exposición que tenga ese ambiente, puede hacerlo.
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