Dicen que algo es clásico cuando se convierte en atemporal. Como lo son los mitos clásicos. Mitos y leyendas que surgen y existen a lo largo de todo el globo y en todas las culturas. La nuestra, mal que les pese a algunos, es greco-romana y judeo-cristiana. Y lo es para todos, aunque no seamos ya griegos, ni romanos, ni judíos, ni cristianos. Que aquí vamos todos de modernos y de ir pregonando que no creemos en nada, pero acabamos haciendo bautizos civiles, y nos pegamos porque a una unión civil se le denomine «matrimonio» como si fuera lo más de lo más como adquisición de derechos, cuando tal palabra en su sentido tiene de todo menos eso, ya que aludía a la obligación ( monium ) de la mujer casada a tener hijos y ser madre ( mater ). Pero es que los ritos al final son tan necesarios en la sociedad como las historias, fábulas y cuentos de los antepasados, para reconocernos como sociedad. Pero no nos metamos en (más) jardines. Vamos a recordar el de la hetaira Friné , allá por el siglo IV antes de Cristo, en aquella Atenas de Praxíteles , autor de muchas de las maravillas marmóreas que hoy admiramos pelín rotas.Friné y la impiedadFriné era cortesana. Una prostituta. Nada de sobrina ni amiga de tal o cual político. Una colipoterra, o coima, barragana o manceba. Puta, vaya, puta. Y en aquellos momentos, mujer independiente y sobrada como poco, según cuentan los escritos. El caso es que, quien sabe si por envida o celos, acabaría, no ya cincelada en las Afroditas de uno de sus amantes, el citado escultor Praxíteles, sino ante el Areópago . Que es como acabar ante el Tribunal Supremo, pero sin Constitucional que te cambie la sentencia o te amnistíe. ¡Que se lo digan a Sócrates ! El caso es que, parece ser que de algo similar que al suicidado filósofo la imputaron: de impiedad . Lo que nos puede parecer algo chorra, pero que en aquellos tiempos tenía tela de importancia. La pena es que no lo sea en nuestros días. Así se acusaba a los que hacían la rabona para con sus obligaciones con la observación pública o religiosa, que era la manera entonces de referirse a la moralidad y a no ser un idiota (sic) desocupándose de los asuntos públicos haciéndose el ignorante.Sánchez y la impiedadEl caso es que Friné, la hetaira deseada por todos, acabaría ante los jueces, pero pintaba mal el asunto en su defensa por parte de su abogado. Y viéndose acorralado en los argumentos, apareció el propio Praxíteles para desnudar ante el tribunal a la hermosísima mujer sabiendo que para los griegos la Kalokagathia era una verdad a la que creer a pies juntillas. Porque lo bello siempre es bueno, y la belleza no podía ocultar la maldad, la impiedad. Logró que la declaran inocente. No hace tanto que al presidente Pedro Sánchez se le motejó como «el guapo», no sé si con ese andar que tienen al caminar, pero así llegó hasta a publicarse en la prensa internacional su remoquete: «Mr. Handsome» . En estos días hemos podido ver, sin embargo, al ostentador de tan adorada belleza pelín ajado, demacrado, canoso, flaco hasta para que a él le queden sueltos sus imposibles pantalones pitillo que suele vestir. Pero es que estamos en tiempos en que las acusaciones de impiedad, de corrupción diríamos hoy, están señalándole a él. ¡En qué momento! Porque va a resultar complicado creer que la guapura va a salvar en esta ocasión a quién parece que, como en un remedo de un relato victoriano, su belleza se ajó por impía. Y no va a haber nadie que quiera mostrar el rostro real de un presidente que ya no es guapo. Bello. Y al que nadie parece ya creer por más que se haga… el idiota. Dicen que algo es clásico cuando se convierte en atemporal. Como lo son los mitos clásicos. Mitos y leyendas que surgen y existen a lo largo de todo el globo y en todas las culturas. La nuestra, mal que les pese a algunos, es greco-romana y judeo-cristiana. Y lo es para todos, aunque no seamos ya griegos, ni romanos, ni judíos, ni cristianos. Que aquí vamos todos de modernos y de ir pregonando que no creemos en nada, pero acabamos haciendo bautizos civiles, y nos pegamos porque a una unión civil se le denomine «matrimonio» como si fuera lo más de lo más como adquisición de derechos, cuando tal palabra en su sentido tiene de todo menos eso, ya que aludía a la obligación ( monium ) de la mujer casada a tener hijos y ser madre ( mater ). Pero es que los ritos al final son tan necesarios en la sociedad como las historias, fábulas y cuentos de los antepasados, para reconocernos como sociedad. Pero no nos metamos en (más) jardines. Vamos a recordar el de la hetaira Friné , allá por el siglo IV antes de Cristo, en aquella Atenas de Praxíteles , autor de muchas de las maravillas marmóreas que hoy admiramos pelín rotas.Friné y la impiedadFriné era cortesana. Una prostituta. Nada de sobrina ni amiga de tal o cual político. Una colipoterra, o coima, barragana o manceba. Puta, vaya, puta. Y en aquellos momentos, mujer independiente y sobrada como poco, según cuentan los escritos. El caso es que, quien sabe si por envida o celos, acabaría, no ya cincelada en las Afroditas de uno de sus amantes, el citado escultor Praxíteles, sino ante el Areópago . Que es como acabar ante el Tribunal Supremo, pero sin Constitucional que te cambie la sentencia o te amnistíe. ¡Que se lo digan a Sócrates ! El caso es que, parece ser que de algo similar que al suicidado filósofo la imputaron: de impiedad . Lo que nos puede parecer algo chorra, pero que en aquellos tiempos tenía tela de importancia. La pena es que no lo sea en nuestros días. Así se acusaba a los que hacían la rabona para con sus obligaciones con la observación pública o religiosa, que era la manera entonces de referirse a la moralidad y a no ser un idiota (sic) desocupándose de los asuntos públicos haciéndose el ignorante.Sánchez y la impiedadEl caso es que Friné, la hetaira deseada por todos, acabaría ante los jueces, pero pintaba mal el asunto en su defensa por parte de su abogado. Y viéndose acorralado en los argumentos, apareció el propio Praxíteles para desnudar ante el tribunal a la hermosísima mujer sabiendo que para los griegos la Kalokagathia era una verdad a la que creer a pies juntillas. Porque lo bello siempre es bueno, y la belleza no podía ocultar la maldad, la impiedad. Logró que la declaran inocente. No hace tanto que al presidente Pedro Sánchez se le motejó como «el guapo», no sé si con ese andar que tienen al caminar, pero así llegó hasta a publicarse en la prensa internacional su remoquete: «Mr. Handsome» . En estos días hemos podido ver, sin embargo, al ostentador de tan adorada belleza pelín ajado, demacrado, canoso, flaco hasta para que a él le queden sueltos sus imposibles pantalones pitillo que suele vestir. Pero es que estamos en tiempos en que las acusaciones de impiedad, de corrupción diríamos hoy, están señalándole a él. ¡En qué momento! Porque va a resultar complicado creer que la guapura va a salvar en esta ocasión a quién parece que, como en un remedo de un relato victoriano, su belleza se ajó por impía. Y no va a haber nadie que quiera mostrar el rostro real de un presidente que ya no es guapo. Bello. Y al que nadie parece ya creer por más que se haga… el idiota.
Notas del espía mayor
Dicen que algo es clásico cuando se convierte en atemporal. Como lo son los mitos clásicos. Mitos y leyendas que surgen y existen a lo largo de todo el globo y en todas las culturas. La nuestra, mal que les pese a algunos, es … greco-romana y judeo-cristiana. Y lo es para todos, aunque no seamos ya griegos, ni romanos, ni judíos, ni cristianos. Que aquí vamos todos de modernos y de ir pregonando que no creemos en nada, pero acabamos haciendo bautizos civiles, y nos pegamos porque a una unión civil se le denomine «matrimonio» como si fuera lo más de lo más como adquisición de derechos, cuando tal palabra en su sentido tiene de todo menos eso, ya que aludía a la obligación (monium) de la mujer casada a tener hijos y ser madre (mater). Pero es que los ritos al final son tan necesarios en la sociedad como las historias, fábulas y cuentos de los antepasados, para reconocernos como sociedad. Pero no nos metamos en (más) jardines. Vamos a recordar el de la hetaira Friné, allá por el siglo IV antes de Cristo, en aquella Atenas de Praxíteles, autor de muchas de las maravillas marmóreas que hoy admiramos pelín rotas.
Friné y la impiedad
Friné era cortesana. Una prostituta. Nada de sobrina ni amiga de tal o cual político. Una colipoterra, o coima, barragana o manceba. Puta, vaya, puta. Y en aquellos momentos, mujer independiente y sobrada como poco, según cuentan los escritos. El caso es que, quien sabe si por envida o celos, acabaría, no ya cincelada en las Afroditas de uno de sus amantes, el citado escultor Praxíteles, sino ante el Areópago. Que es como acabar ante el Tribunal Supremo, pero sin Constitucional que te cambie la sentencia o te amnistíe. ¡Que se lo digan a Sócrates! El caso es que, parece ser que de algo similar que al suicidado filósofo la imputaron: de impiedad. Lo que nos puede parecer algo chorra, pero que en aquellos tiempos tenía tela de importancia. La pena es que no lo sea en nuestros días. Así se acusaba a los que hacían la rabona para con sus obligaciones con la observación pública o religiosa, que era la manera entonces de referirse a la moralidad y a no ser un idiota (sic) desocupándose de los asuntos públicos haciéndose el ignorante.
Sánchez y la impiedad
El caso es que Friné, la hetaira deseada por todos, acabaría ante los jueces, pero pintaba mal el asunto en su defensa por parte de su abogado. Y viéndose acorralado en los argumentos, apareció el propio Praxíteles para desnudar ante el tribunal a la hermosísima mujer sabiendo que para los griegos la Kalokagathia era una verdad a la que creer a pies juntillas. Porque lo bello siempre es bueno, y la belleza no podía ocultar la maldad, la impiedad. Logró que la declaran inocente. No hace tanto que al presidente Pedro Sánchez se le motejó como «el guapo», no sé si con ese andar que tienen al caminar, pero así llegó hasta a publicarse en la prensa internacional su remoquete: «Mr. Handsome». En estos días hemos podido ver, sin embargo, al ostentador de tan adorada belleza pelín ajado, demacrado, canoso, flaco hasta para que a él le queden sueltos sus imposibles pantalones pitillo que suele vestir. Pero es que estamos en tiempos en que las acusaciones de impiedad, de corrupción diríamos hoy, están señalándole a él. ¡En qué momento! Porque va a resultar complicado creer que la guapura va a salvar en esta ocasión a quién parece que, como en un remedo de un relato victoriano, su belleza se ajó por impía. Y no va a haber nadie que quiera mostrar el rostro real de un presidente que ya no es guapo. Bello. Y al que nadie parece ya creer por más que se haga… el idiota.
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