Un «¡aaayyy!» coral estremeció los tendidos cuando Callejero y Cartero pidieron guerra a su llegada al ruedo. Eran dos cárdenos imponentes, herrados con los números 41 y 44, según nos apuntaba el maestro Fundi. José Pedro Prados, torero y ganadero, conoce bien los peligros que entraña que un toro se vuelva y embista contra todo lo que encuentre delante. Y lo que estos grises tenían delante era una masa de gente que se apiñaba contra las tablas. Hay muchos ilusos que piensan que ya no pasa nada en los encierros, que si los toros van como balas, que si van ordenaditos y en fila hasta chiqueros. Los toros, por muy preparados que estén y por mucho tauródromo que tengan para correr, son animales imprevisibles. Y a la mayoría les pilló por sorpresa. Que no sucediera una tragedia fue puro milagro y los cuatros mozos embestidos, arrollados y volteados por uno de los escolares bien pueden ir esta misma mañana a ponerle una vela al santo. Los ojos, de par en par unos y otros cerrados por el propio pánico, miraban de un sitio a otro. Mientras aquel se llevaba por delante a un grupo de mozos en un minúsculo terreno, otro se iba a hacia la izquierda para arremeter contra las tablas del 4, donde se apiñaban muchos corredores y otros se tiraban de cabeza. En el ruedo, esta mañana, hubo más ‘marronazos’ de anuncio de pañales que en Estafeta. El miedo es libre. Y ese miedo no se palpa a través de las cámaras, pero en la plaza, en el escenario donde todo ocurrió, se vivió con enorme tensión. Y se sufrió mucho. «Parece una peli de Hitchcock», susurró una aficionada al festejo popular. Olía a tierra húmeda por la lluvia y a neviosa inquetud. Entonces imaginamos a las dos bestias de Alzahita, a Callejero y Cartero, en un plano cenital sobre ese tablero de arena en el que luchaba la vida con la muerte. Afilados como un cuchillo los pitones en medio de una banda sonora de cuerdas agudas. Ya no sonaban ni el «Clavelito, clavelito…» ni el «Para hacer bien el amor…», ni bailaba nadie el «waka-waka» de Shakira. El peligro palpitaba pasadas las ocho de la mañana. Y de fondo sonaba Bernard Hermann. El guiri de la falda escocesa, boina roja y piernas tatuadas se puso serio por primera vez después de haberlo dado todo en la antesala al encierro. Pedían por megafonía que dejasen trabajar a los dobladores; alguno tuvo que tirar hasta el capote con esa revolución del toro. El plano pareció congelarse durante segundos… Interminables. Hasta que dos dobladores los condujeron a punta de capote hasta chiqueros. El encierro recuperaba de nuevo su esencia primigenia: peligro, emoción, el vértigo de lo impredecible. Tuvo que trabajar el equipo del doctor Hidalgo en la enfermería, tanto en el encierro como en las vaquillas, con un horrible percance en el que un chaval fue arrollado con suma violencia por la vaca y acabó inerte en la arena. Un grupo lo trasladó al callejón y los voluntarios de Cruz Roja se lo llevaron en camilla hasta el hule. Las vacas también pegan fuerte, muy fuerte. Un «¡aaayyy!» coral estremeció los tendidos cuando Callejero y Cartero pidieron guerra a su llegada al ruedo. Eran dos cárdenos imponentes, herrados con los números 41 y 44, según nos apuntaba el maestro Fundi. José Pedro Prados, torero y ganadero, conoce bien los peligros que entraña que un toro se vuelva y embista contra todo lo que encuentre delante. Y lo que estos grises tenían delante era una masa de gente que se apiñaba contra las tablas. Hay muchos ilusos que piensan que ya no pasa nada en los encierros, que si los toros van como balas, que si van ordenaditos y en fila hasta chiqueros. Los toros, por muy preparados que estén y por mucho tauródromo que tengan para correr, son animales imprevisibles. Y a la mayoría les pilló por sorpresa. Que no sucediera una tragedia fue puro milagro y los cuatros mozos embestidos, arrollados y volteados por uno de los escolares bien pueden ir esta misma mañana a ponerle una vela al santo. Los ojos, de par en par unos y otros cerrados por el propio pánico, miraban de un sitio a otro. Mientras aquel se llevaba por delante a un grupo de mozos en un minúsculo terreno, otro se iba a hacia la izquierda para arremeter contra las tablas del 4, donde se apiñaban muchos corredores y otros se tiraban de cabeza. En el ruedo, esta mañana, hubo más ‘marronazos’ de anuncio de pañales que en Estafeta. El miedo es libre. Y ese miedo no se palpa a través de las cámaras, pero en la plaza, en el escenario donde todo ocurrió, se vivió con enorme tensión. Y se sufrió mucho. «Parece una peli de Hitchcock», susurró una aficionada al festejo popular. Olía a tierra húmeda por la lluvia y a neviosa inquetud. Entonces imaginamos a las dos bestias de Alzahita, a Callejero y Cartero, en un plano cenital sobre ese tablero de arena en el que luchaba la vida con la muerte. Afilados como un cuchillo los pitones en medio de una banda sonora de cuerdas agudas. Ya no sonaban ni el «Clavelito, clavelito…» ni el «Para hacer bien el amor…», ni bailaba nadie el «waka-waka» de Shakira. El peligro palpitaba pasadas las ocho de la mañana. Y de fondo sonaba Bernard Hermann. El guiri de la falda escocesa, boina roja y piernas tatuadas se puso serio por primera vez después de haberlo dado todo en la antesala al encierro. Pedían por megafonía que dejasen trabajar a los dobladores; alguno tuvo que tirar hasta el capote con esa revolución del toro. El plano pareció congelarse durante segundos… Interminables. Hasta que dos dobladores los condujeron a punta de capote hasta chiqueros. El encierro recuperaba de nuevo su esencia primigenia: peligro, emoción, el vértigo de lo impredecible. Tuvo que trabajar el equipo del doctor Hidalgo en la enfermería, tanto en el encierro como en las vaquillas, con un horrible percance en el que un chaval fue arrollado con suma violencia por la vaca y acabó inerte en la arena. Un grupo lo trasladó al callejón y los voluntarios de Cruz Roja se lo llevaron en camilla hasta el hule. Las vacas también pegan fuerte, muy fuerte.
Los dos imponentes cárdenos embistieron contra los mozos (un toro se llevó en un palmo de terreno a cuatro por delante) y las tablas en peligrosísimos momentos que sembraron el pánico. «Parece una peli de Hitchcock», dijeron en el tendido
Un «¡aaayyy!» coral estremeció los tendidos cuando Callejero y Cartero pidieron guerra a su llegada al ruedo. Eran dos cárdenos imponentes, herrados con los números 41 y 44, según nos apuntaba el maestro Fundi. José Pedro Prados, torero y ganadero, conoce bien los peligros que … entraña que un toro se vuelva y embista contra todo lo que encuentre delante. Y lo que estos grises tenían delante era una masa de gente que se apiñaba contra las tablas.
Hay muchos ilusos que piensan que ya no pasa nada en los encierros, que si los toros van como balas, que si van ordenaditos y en fila hasta chiqueros. Los toros, por muy preparados que estén y por mucho tauródromo que tengan para correr, son animales imprevisibles. Y a la mayoría les pilló por sorpresa. Que no sucediera una tragedia fue puro milagro y los cuatros mozos embestidos, arrollados y volteados por uno de los escolares bien pueden ir esta misma mañana a ponerle una vela al santo.
Los ojos, de par en par unos y otros cerrados por el propio pánico, miraban de un sitio a otro. Mientras aquel se llevaba por delante a un grupo de mozos en un minúsculo terreno, otro se iba a hacia la izquierda para arremeter contra las tablas del 4, donde se apiñaban muchos corredores y otros se tiraban de cabeza. En el ruedo, esta mañana, hubo más ‘marronazos’ de anuncio de pañales que en Estafeta. El miedo es libre. Y ese miedo no se palpa a través de las cámaras, pero en la plaza, en el escenario donde todo ocurrió, se vivió con enorme tensión. Y se sufrió mucho.
«Parece una peli de Hitchcock», susurró una aficionada al festejo popular. Olía a tierra húmeda por la lluvia y a neviosa inquetud. Entonces imaginamos a las dos bestias de Alzahita, a Callejero y Cartero, en un plano cenital sobre ese tablero de arena en el que luchaba la vida con la muerte. Afilados como un cuchillo los pitones en medio de una banda sonora de cuerdas agudas. Ya no sonaban ni el «Clavelito, clavelito…» ni el «Para hacer bien el amor…», ni bailaba nadie el «waka-waka» de Shakira. El peligro palpitaba pasadas las ocho de la mañana. Y de fondo sonaba Bernard Hermann. El guiri de la falda escocesa, boina roja y piernas tatuadas se puso serio por primera vez después de haberlo dado todo en la antesala al encierro. Pedían por megafonía que dejasen trabajar a los dobladores; alguno tuvo que tirar hasta el capote con esa revolución del toro. El plano pareció congelarse durante segundos… Interminables. Hasta que dos dobladores los condujeron a punta de capote hasta chiqueros. El encierro recuperaba de nuevo su esencia primigenia: peligro, emoción, el vértigo de lo impredecible.
Tuvo que trabajar el equipo del doctor Hidalgo en la enfermería, tanto en el encierro como en las vaquillas, con un horrible percance en el que un chaval fue arrollado con suma violencia por la vaca y acabó inerte en la arena. Un grupo lo trasladó al callejón y los voluntarios de Cruz Roja se lo llevaron en camilla hasta el hule. Las vacas también pegan fuerte, muy fuerte.
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