La mesa de la habitación de la residencia de ancianos revela las preocupaciones del inquilino: los recuerdos y la literatura. Arriba, en una balda, una urna con las cenizas de Gloria, una planta florida y fotos. Abajo, carpetas con cartas manuscritas del poeta vallisoletano Jorge Guillén. A la izquierda, una silla de ruedas llena de libros, revistas, periódicos, manuales. A la derecha, un andador ídem: Hans Christian Andersen convive con Federico García Lorca. En el centro, una silla donde Vicente Hidalgo, de 84 años, revisa el legado de la amistad epistolar mantenida con Guillén. Las agudas letras y reflexiones del literato reposan en unas carpetas cuyo dueño ha decidido donar al Archivo de Valladolid. Las demás pertenencias del anciano se hallan en una vivienda social que compartió con su amada Gloria hasta que salieron rumbo al hospital y luego a la residencia. Allí murió hace unos meses sin que el hombre pueda volver a por sus cosas y recuerdos: le cambiaron la cerradura por orden de los servicios sociales de Castilla y León.
El allegado del poeta donará la correspondencia que llevó consigo al tener que dejar el hogar familiar
La mesa de la habitación de la residencia de ancianos revela las preocupaciones del inquilino: los recuerdos y la literatura. Arriba, en una balda, una urna con las cenizas de Gloria, una planta florida y fotos. Abajo, carpetas con cartas manuscritas del poeta vallisoletano Jorge Guillén. A la izquierda, una silla de ruedas llena de libros, revistas, periódicos, manuales. A la derecha, un andador ídem: Hans Christian Andersen convive con Federico García Lorca. En el centro, una silla donde Vicente Hidalgo, de 84 años, revisa el legado de la amistad epistolar mantenida con Guillén. Las agudas letras y reflexiones del literato reposan en unas carpetas cuyo dueño ha decidido donar al Archivo de Valladolid. Las demás pertenencias del anciano se hallan en una vivienda social que compartió con su amada Gloria hasta que salieron rumbo al hospital y luego a la residencia. Allí murió hace unos meses sin que el hombre pueda volver a por sus cosas y recuerdos: le cambiaron la cerradura por orden de los servicios sociales de Castilla y León.
Sus bienes más preciados, en forma de tinta y papel acuñado por Guillén [Valladolid, 1893 – Málaga, 1984], se los llevó en cuanto la Junta le instó a abandonar la morada, debido a que vivía con su pareja y era ella a la que le habían concedido una vivienda social. La Biblioteca Nacional solicitó esa correspondencia, pero él piensa en clave local y ha decidido donarla al Archivo de Valladolid para que sus vecinos contemplen las reflexiones del primer Premio Cervantes y miembro de la Generación del 27. La relación epistolar comenzó cuando el anciano descubrió que la familia del poeta provenía del modesto Montealegre de Campos. El 2 de febrero de 1973 le envió una misiva firmada por los lugareños “deseándole paz, plenitud y felicidad”, según la fotocopia que posee Hidalgo, pues la familia de Guillén remitió ese original a la Biblioteca Nacional. Ambos fueron escribiéndose, el uno desde Valladolid y el otro desde Florencia (Italia) el 11 de junio de 1973, desde el paseo marítimo de Málaga el 11 de julio de 1973 o el 31 de mayo de 1975 desde Cambridge (Inglaterra), entre otras. Las ajadas manos de Vicente Hidalgo sostienen el papel que ilustra la profundidad de las reflexiones del poeta en tiempos convulsos: “¿Cuáles son mis creencias religiosas? Soy ―nada más― cristiano incrédulo”.
El cariño mutuo se sintió en lo literario -“A Don Vicente Hidalgo, hidalgo de veras, inventor de este Montealegre. Muy agradecido en todo el alma”- y en persona. Este antiguo profesor universitario de Sociología se enorgullece al evocar el primer encuentro. Quedaron en Málaga, donde residió el autor hasta su muerte en 1984. “Cuando fui a darle la mano me dijo: ‘A un amigo no se le da la mano, se le abraza’”.
Así se consolidó esa amistad traducida en un regalo que el castellano prefiere no mandar al Archivo: una foto del poeta, ya mayor: “Me la reservo porque salía muy anciano, sin su vitalidad extraordinaria”. También adjuntará algunas misivas intercambiadas con su admirada “Doña Irene”, esposa de Guillén, “siempre muy cordial”.
Tanto admira al literato que ha editado un volumen con poemas y pensamientos sobre el autor en forma de reviviscencias, incluyendo copias de algunos de esos manuscritos intercambiados durante años. Dimensiones del amor en Aire Nuestro, se llama la edición, con piezas como los versos de La salvación de la primavera, que sorprendieron hace unas semanas a Vicente Hidalgo mientras asistía a un espectáculo del Teatro de Calle de Valladolid: recitaron este poema y le demostraron que no solo él recuerda a Guillén.
Desde una residencia
Todo esto lo idea mientras vive en una residencia de ancianos, donde se ha ido acostumbrando a estar. Primero ingresó para asistir a su “compañera”, palabra constante en este hombre elegante, canoso, amable. La mujer enfermó y, tras salir del hospital, necesitó más atenciones que las hogareñas. Él se instaló en otra habitación y allí la vio morir hace unos meses. Aquellas semanas fuera de casa, de esa vivienda social a nombre de Gloria debido a una discapacidad, lo condenaron: los servicios sociales alegan que al no haber relación oficial, Vicente Hidalgo no tiene derecho a habitarla, porque su pensión rebasa el umbral de concesión. “Decía Jorge Guillén que lo importante es ser, pero también estar, nosotros éramos y no nos hacía falta un notario”, reflexiona el octogenario, sobre la falta de vinculación formal con la beneficiaria del inmueble social. “Ahora ya no quiero volver a casa, pero sí aunque sea recoger las cosas”, ruega, pues allí conserva ropa, más libros y pertenencias de toda una vida en Valladolid y ya no se imagina residiendo en ella sin Gloria.

El jefe de Sección Pública de la Junta, Luis Pena, señala que ha hablado con el vallisoletano y este le ha manifestado que seguirá en el geriátrico. “Es encantador, un alquilado que todo el mundo quisiera tener, pero gana más con su pensión y no tiene derecho a una vivienda social. Entiendo el tema sentimental, pero en la ley no hay huecos sentimentales”, esgrime Pena. Mientras espera a que le permitan entrar en una cosa donde solo hay recuerdos, se entretiene en la residencia con las cartas de Guillén, que va a donar al Archivo de Valladolid, y el recuerdo de Gloria, que se lo queda para sí.
