Mantener en vilo al otro, sujetar la entraña ajena, apretarla hasta que salga del pecho el aliento, es algo que muy pocos consiguen, saben o se arriesgan a hacer. El dramaturgo Alberto Conejero sí. Él domina la fuerza, el deseo y el castigo que la belleza tiene deparada para quienes se atreven a descifrarla. Porque la hay. En la muerte, la locura, la injusticia y en el estigma hay belleza. La hay. Y Conejero lo sabe. En una misma ciudad, su ‘Leonora’ en Conde Duque y su ‘Laurencia’ en la calle Príncipe, nos colocan en el lugar más incómodo que prodiga la verdad al hacerse visible: el daño. El corazón en el puño que Alberto Conejero consigue en su teatro es el hallazgo de lo hermoso desde el dolor. El dolor propio y ajeno.Alberto Conejero entiende. Él sabe muy bien que lo terrible, oscuro e indeseado es valioso. Y por eso conviene sacarlo, con las uñas si es preciso, de ese largo entierro al que suelen ser condenados los episodios más profundos. Como enuncian Ignacio Pajón Leyra, Antonio Rivera García y Gon Ramos Barroso en el volumen homónimo, el teatro de conejero es memoria y deseo. Hay que bajar a las piedras del cuerpo y de la tierra para el verdadero estremecimiento. En sus textos y en sus montajes, Conejero roza el musgo del cementerio y la piel del castigado. Se posa en el frío de la muerte y en el fuego que no permite descansar en paz. Eso es su Lorca. Eso es su guerra civil española. Eso es su Lope de Vega. Dolor, puro dolor. Como ya lo hizo en ‘La piedra oscura’ y ‘El mar’, Conejero se ocupa de lo insepulto. Podemos llamarlo fusilamiento, locura, enfermedad, desamor, maltrato. Es desgarro. Y por eso le interesa.La semana pasada, en el centro Conde Duque , acabé por comprender —mareada en llanto—, que Leonora Carrington convertida en monólogo por él e interpretada hasta el calambre por Natalia Huarte es la criatura más hermosa que el castigo humano pudo crear jamás. Sólo es necesario acercase a esa herida. Tratarla con respeto y fuerza, para que no duela en vano, para que nos ponga el corazón en un puño, para que escribir y estar vivo tengan sentido. Mantener en vilo al otro, sujetar la entraña ajena, apretarla hasta que salga del pecho el aliento, es algo que muy pocos consiguen, saben o se arriesgan a hacer. El dramaturgo Alberto Conejero sí. Él domina la fuerza, el deseo y el castigo que la belleza tiene deparada para quienes se atreven a descifrarla. Porque la hay. En la muerte, la locura, la injusticia y en el estigma hay belleza. La hay. Y Conejero lo sabe. En una misma ciudad, su ‘Leonora’ en Conde Duque y su ‘Laurencia’ en la calle Príncipe, nos colocan en el lugar más incómodo que prodiga la verdad al hacerse visible: el daño. El corazón en el puño que Alberto Conejero consigue en su teatro es el hallazgo de lo hermoso desde el dolor. El dolor propio y ajeno.Alberto Conejero entiende. Él sabe muy bien que lo terrible, oscuro e indeseado es valioso. Y por eso conviene sacarlo, con las uñas si es preciso, de ese largo entierro al que suelen ser condenados los episodios más profundos. Como enuncian Ignacio Pajón Leyra, Antonio Rivera García y Gon Ramos Barroso en el volumen homónimo, el teatro de conejero es memoria y deseo. Hay que bajar a las piedras del cuerpo y de la tierra para el verdadero estremecimiento. En sus textos y en sus montajes, Conejero roza el musgo del cementerio y la piel del castigado. Se posa en el frío de la muerte y en el fuego que no permite descansar en paz. Eso es su Lorca. Eso es su guerra civil española. Eso es su Lope de Vega. Dolor, puro dolor. Como ya lo hizo en ‘La piedra oscura’ y ‘El mar’, Conejero se ocupa de lo insepulto. Podemos llamarlo fusilamiento, locura, enfermedad, desamor, maltrato. Es desgarro. Y por eso le interesa.La semana pasada, en el centro Conde Duque , acabé por comprender —mareada en llanto—, que Leonora Carrington convertida en monólogo por él e interpretada hasta el calambre por Natalia Huarte es la criatura más hermosa que el castigo humano pudo crear jamás. Sólo es necesario acercase a esa herida. Tratarla con respeto y fuerza, para que no duela en vano, para que nos ponga el corazón en un puño, para que escribir y estar vivo tengan sentido. Mantener en vilo al otro, sujetar la entraña ajena, apretarla hasta que salga del pecho el aliento, es algo que muy pocos consiguen, saben o se arriesgan a hacer. El dramaturgo Alberto Conejero sí. Él domina la fuerza, el deseo y el castigo que la belleza tiene deparada para quienes se atreven a descifrarla. Porque la hay. En la muerte, la locura, la injusticia y en el estigma hay belleza. La hay. Y Conejero lo sabe. En una misma ciudad, su ‘Leonora’ en Conde Duque y su ‘Laurencia’ en la calle Príncipe, nos colocan en el lugar más incómodo que prodiga la verdad al hacerse visible: el daño. El corazón en el puño que Alberto Conejero consigue en su teatro es el hallazgo de lo hermoso desde el dolor. El dolor propio y ajeno.Alberto Conejero entiende. Él sabe muy bien que lo terrible, oscuro e indeseado es valioso. Y por eso conviene sacarlo, con las uñas si es preciso, de ese largo entierro al que suelen ser condenados los episodios más profundos. Como enuncian Ignacio Pajón Leyra, Antonio Rivera García y Gon Ramos Barroso en el volumen homónimo, el teatro de conejero es memoria y deseo. Hay que bajar a las piedras del cuerpo y de la tierra para el verdadero estremecimiento. En sus textos y en sus montajes, Conejero roza el musgo del cementerio y la piel del castigado. Se posa en el frío de la muerte y en el fuego que no permite descansar en paz. Eso es su Lorca. Eso es su guerra civil española. Eso es su Lope de Vega. Dolor, puro dolor. Como ya lo hizo en ‘La piedra oscura’ y ‘El mar’, Conejero se ocupa de lo insepulto. Podemos llamarlo fusilamiento, locura, enfermedad, desamor, maltrato. Es desgarro. Y por eso le interesa.La semana pasada, en el centro Conde Duque , acabé por comprender —mareada en llanto—, que Leonora Carrington convertida en monólogo por él e interpretada hasta el calambre por Natalia Huarte es la criatura más hermosa que el castigo humano pudo crear jamás. Sólo es necesario acercase a esa herida. Tratarla con respeto y fuerza, para que no duela en vano, para que nos ponga el corazón en un puño, para que escribir y estar vivo tengan sentido. RSS de noticias de cultura
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