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  Cultura  Fortes y su toreo de mirlo blanco, a hombros con Adrián tras la voltereta
Cultura

Fortes y su toreo de mirlo blanco, a hombros con Adrián tras la voltereta

julio 13, 2025
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Dos toreros salieron a hombros, pero sus puertas grandes no compartían el mismo poso. Una se cocinó a fuego lento y la otra, más acelerada, vino tras un volteretón terrible al toro más encastado de una orejera y buena corrida de La Palmosilla, con movilidad, pese a faltarle en conjunto los finales de la entrega. Mirloblanco se llamaba aquel quinto, fiel al refrán de que no lo hay malo. Mucho que torear tuvo, con carbón y acometividad. De momento, el único de lidia a pie arrastrado sin las dos orejas. Miren la ficha y adivinen a quién le tocó: sí, a Fernando Adrián, que si tiene tanta suerte en la lotería debería estar nadando en billetes.El madrileño se ha ganado un sitio en las ferias a golpe de triunfo y rara vez se marcha andando, pero la realidad es que no se entendió con el gran Mirloblanco, que no era fácil: la casta nunca lo es. Demasiado acelerado, no logró gobernarlo, con la sensación de que el toro empeoraba en las manos del torero, dispuesto, pero sin llegar a acoplarse. Traía a veces ese vendaval tarifeño que tanto incomoda si no se somete y, cuando se metía en las cercanías, lo cogió de manera terrible, con los pitones en la cara y el alma del tendido en vilo. Con tan tremendo palizón en lo alto y las peñas volcadísimas, Adrián se creció para regresar a la cara de Mirloblanco y poner un broche pamplonica. La estocada se desprendió, pero fue fulminante, y eso es una bendición en esta plaza, rendida al matador tras la voltereta. Una oreja era premio suficiente, pero el público pidió con mucha fuerza la segunda y el palco no fue capaz de contenerse. «Esto es el gache más grande del mundo», recordó un aficionado. Para la estadística queda su doble trofeo, que lo aupó en volandas con Fortes y su toreo de mirlo blanco, con esa serena calma, una extraordinaria rareza de quien tanto ha sufrido. Una cosa extraña en este escenario del bullicio. Pero solo había un idioma posible en la fiesta donde tantas lenguas dialogan: el de la verdad. Honestidad torera destilaba su cara a cara con Pamplona. Era un día 13, un domingo en el que los fieles peregrinaron a ver el santo. Mientras en las calles rojiblancas desfilaban gigantes y cabezudos, en la Iglesia se verenaba al de grana y oro. Solemne como una misa de doce fue el reencuentro con Fortes. Sera su mirada mientras emprendía el camino hacia toriles para recibir con una afarolada a Tinajón, de famosa reata. Hasta los huesos se desnudó desde los lances de capote lacio, cosidos a una chicuelina y una media sin barroquismos. Para surfear al ralentí en tafalleras mientras se anunciaba el diluvio y algunos abandonaban su localidad. Fortes tenía claro a lo que venía y se echó de rodillas sobre la arena. Y allí presentó su calmada muleta. La Monumental rugía, no con el alborozo del espectáculo, sino con el respeto que se reserva para lo auténtico. Porque toda la faena tuvo su raíz en la pureza, en esa manera de atalonarse y de colocarse, en ese sitio que pisaba, en ese modo de cargar la suerte. De tal manera que, claro, hubo enganchones; incluso no siempre halló la veta del ritmo con un toro de mejor embroque que final, pero era tanto su poso que aquello calaba por dentro. Arreciaba la lluvia, pero Fortes seguía a lo suyo, abrochado con unas apretadas manoletinas antes de enterrar el acero. Sentado en el estribo aguardó la muerte de Tinajón mientras lo aplaudía. Fortes conquistó el corazón navarro y cortó una oreja de ley. Otra sumaría en el Ardoso cuarto, un acaballado animal hecho cuesta arriba, obediente pero sin intenciones de humillar. Con la montera calada y las manos anudadas atrás, en una estampa manoletista, había esperado su siguiente turno, donde sorprendió con una apertura sentado en una silla a la hora del bocadillo. Solo dos muletazos, pues Ardoso no permitía más. Dispuesto siempre, lo cazó de una estocada que no fue en todo lo alto, pero sí pura entrega, con el pitón bordeando el cuello, el de esa cicatriz imborrable…Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Domingo, 13 de julio de 2025. Novena corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de La Palmosilla, de buenas hechuras en general, con movilidad y juego pese a faltarles finales; destacó el encastado 5º y la clase del 3º. Fortes, de rosa y oro: estocada rinconera (oreja); estocada delantera caída (oreja); Fernando Adrián, de tabaco y oro: cuatro pinchazos y nueve descabellos (silencio tras aviso); estocada desprendida (dos orejas tras aviso). Ginés Marín, de verde esperanza y oro: pinchazo estocada (silencio tras aviso); pinchazo y estocada (oreja tras aviso).Si Fortes dictó la mayor pureza, Ginés Marín puso cabeza, temple y ligazón ante un lote de triunfo, especialmente el Sucesor tercero, el de más clase de la corrida de Javier Núñez, un toro ideal para eso que dicen ahora de ‘expresarse’. Hubo momentos muy toreros, como esos ayudados por alto, pero el acero y un punto de más alma le privaron del premio. Tal y como estaba el palco de gentil y el público tan ansioso de triunfalismos, el pinchazo frenó su salida en volandas en el sexto, con su toreable fondo. Fue una corrida orejera, pero en los toros, como en la vida, los premios no siempre narran la historia al completo. Dos toreros salieron a hombros, pero sus puertas grandes no compartían el mismo poso. Una se cocinó a fuego lento y la otra, más acelerada, vino tras un volteretón terrible al toro más encastado de una orejera y buena corrida de La Palmosilla, con movilidad, pese a faltarle en conjunto los finales de la entrega. Mirloblanco se llamaba aquel quinto, fiel al refrán de que no lo hay malo. Mucho que torear tuvo, con carbón y acometividad. De momento, el único de lidia a pie arrastrado sin las dos orejas. Miren la ficha y adivinen a quién le tocó: sí, a Fernando Adrián, que si tiene tanta suerte en la lotería debería estar nadando en billetes.El madrileño se ha ganado un sitio en las ferias a golpe de triunfo y rara vez se marcha andando, pero la realidad es que no se entendió con el gran Mirloblanco, que no era fácil: la casta nunca lo es. Demasiado acelerado, no logró gobernarlo, con la sensación de que el toro empeoraba en las manos del torero, dispuesto, pero sin llegar a acoplarse. Traía a veces ese vendaval tarifeño que tanto incomoda si no se somete y, cuando se metía en las cercanías, lo cogió de manera terrible, con los pitones en la cara y el alma del tendido en vilo. Con tan tremendo palizón en lo alto y las peñas volcadísimas, Adrián se creció para regresar a la cara de Mirloblanco y poner un broche pamplonica. La estocada se desprendió, pero fue fulminante, y eso es una bendición en esta plaza, rendida al matador tras la voltereta. Una oreja era premio suficiente, pero el público pidió con mucha fuerza la segunda y el palco no fue capaz de contenerse. «Esto es el gache más grande del mundo», recordó un aficionado. Para la estadística queda su doble trofeo, que lo aupó en volandas con Fortes y su toreo de mirlo blanco, con esa serena calma, una extraordinaria rareza de quien tanto ha sufrido. Una cosa extraña en este escenario del bullicio. Pero solo había un idioma posible en la fiesta donde tantas lenguas dialogan: el de la verdad. Honestidad torera destilaba su cara a cara con Pamplona. Era un día 13, un domingo en el que los fieles peregrinaron a ver el santo. Mientras en las calles rojiblancas desfilaban gigantes y cabezudos, en la Iglesia se verenaba al de grana y oro. Solemne como una misa de doce fue el reencuentro con Fortes. Sera su mirada mientras emprendía el camino hacia toriles para recibir con una afarolada a Tinajón, de famosa reata. Hasta los huesos se desnudó desde los lances de capote lacio, cosidos a una chicuelina y una media sin barroquismos. Para surfear al ralentí en tafalleras mientras se anunciaba el diluvio y algunos abandonaban su localidad. Fortes tenía claro a lo que venía y se echó de rodillas sobre la arena. Y allí presentó su calmada muleta. La Monumental rugía, no con el alborozo del espectáculo, sino con el respeto que se reserva para lo auténtico. Porque toda la faena tuvo su raíz en la pureza, en esa manera de atalonarse y de colocarse, en ese sitio que pisaba, en ese modo de cargar la suerte. De tal manera que, claro, hubo enganchones; incluso no siempre halló la veta del ritmo con un toro de mejor embroque que final, pero era tanto su poso que aquello calaba por dentro. Arreciaba la lluvia, pero Fortes seguía a lo suyo, abrochado con unas apretadas manoletinas antes de enterrar el acero. Sentado en el estribo aguardó la muerte de Tinajón mientras lo aplaudía. Fortes conquistó el corazón navarro y cortó una oreja de ley. Otra sumaría en el Ardoso cuarto, un acaballado animal hecho cuesta arriba, obediente pero sin intenciones de humillar. Con la montera calada y las manos anudadas atrás, en una estampa manoletista, había esperado su siguiente turno, donde sorprendió con una apertura sentado en una silla a la hora del bocadillo. Solo dos muletazos, pues Ardoso no permitía más. Dispuesto siempre, lo cazó de una estocada que no fue en todo lo alto, pero sí pura entrega, con el pitón bordeando el cuello, el de esa cicatriz imborrable…Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Domingo, 13 de julio de 2025. Novena corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de La Palmosilla, de buenas hechuras en general, con movilidad y juego pese a faltarles finales; destacó el encastado 5º y la clase del 3º. Fortes, de rosa y oro: estocada rinconera (oreja); estocada delantera caída (oreja); Fernando Adrián, de tabaco y oro: cuatro pinchazos y nueve descabellos (silencio tras aviso); estocada desprendida (dos orejas tras aviso). Ginés Marín, de verde esperanza y oro: pinchazo estocada (silencio tras aviso); pinchazo y estocada (oreja tras aviso).Si Fortes dictó la mayor pureza, Ginés Marín puso cabeza, temple y ligazón ante un lote de triunfo, especialmente el Sucesor tercero, el de más clase de la corrida de Javier Núñez, un toro ideal para eso que dicen ahora de ‘expresarse’. Hubo momentos muy toreros, como esos ayudados por alto, pero el acero y un punto de más alma le privaron del premio. Tal y como estaba el palco de gentil y el público tan ansioso de triunfalismos, el pinchazo frenó su salida en volandas en el sexto, con su toreable fondo. Fue una corrida orejera, pero en los toros, como en la vida, los premios no siempre narran la historia al completo.  

Dos toreros salieron a hombros, pero sus puertas grandes no compartían el mismo poso. Una se cocinó a fuego lento y la otra, más acelerada, vino tras un volteretón terrible al toro más encastado de una orejera y buena corrida de La Palmosilla, con movilidad, … pese a faltarle en conjunto los finales de la entrega. Mirloblanco se llamaba aquel quinto, fiel al refrán de que no lo hay malo. Mucho que torear tuvo, con carbón y acometividad. De momento, el único de lidia a pie arrastrado sin las dos orejas. Miren la ficha y adivinen a quién le tocó: sí, a Fernando Adrián, que si tiene tanta suerte en la lotería debería estar nadando en billetes.

El madrileño se ha ganado un sitio en las ferias a golpe de triunfo y rara vez se marcha andando, pero la realidad es que no se entendió con el gran Mirloblanco, que no era fácil: la casta nunca lo es. Demasiado acelerado, no logró gobernarlo, con la sensación de que el toro empeoraba en las manos del torero, dispuesto, pero sin llegar a acoplarse. Traía a veces ese vendaval tarifeño que tanto incomoda si no se somete y, cuando se metía entre los pitones, lo cogió de manera terrible, con los pitones en la cara y el alma del tendido en vilo.

Con tan tremendo palizón en lo alto y las peñas volcadísimas, Adrián se creció para regresar a la cara de Mirloblanco y poner un broche pamplonica. La estocada se desprendió, pero fue fulminante, y eso es una bendición en esta plaza, rendida al matador tras la voltereta. Una oreja era premio suficiente, pero el público pidió con mucha fuerza la segunda y el palco no fue capaz de contenerse. «Esto es el gache más grande del mundo», recordó un aficionado.

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Para la estadística queda su doble trofeo, que lo aupó en volandas con Fortes y su toreo de mirlo blanco, con esa serena calma, una extraordinaria rareza de quien tanto ha sufrido. Una cosa extraña en este escenario del bullicio. Pero solo había un idioma posible en la fiesta donde tantas lenguas dialogan: el de la verdad. Honestidad torera destilaba su cara a cara con Pamplona. Era un día 13, un domingo en el que los fieles peregrinaron a ver el santo. Mientras en las calles rojiblancas desfilaban gigantes y cabezudos, en la Iglesia se verenaba al de grana y oro. Solemne como una misa de doce fue el reencuentro con Fortes. Con su mirada de acero, emprendió el camino de toriles para recibir con una afarolada a Tinajón, de famosa reata. Hasta los huesos se desnudó desde los lances de capote lacio, cosidos a una chicuelina y una media sin barroquismos. Para surfear al ralentí en tafalleras mientras se anunciaba el diluvio y algunos abandonaban su localidad.

Fortes tenía claro a lo que venía y se echó de rodillas sobre la arena. Y allí presentó su calmada muleta. La Monumental rugía, no con el alborozo del espectáculo, sino con el respeto que se reserva para lo auténtico. Porque toda la faena tuvo su raíz en la pureza, en esa manera de atalonarse y de colocarse, en ese sitio que pisaba, en ese modo de cargar la suerte. De tal manera que, claro, hubo enganchones; incluso no siempre halló la veta del ritmo con un toro de mejor embroque que final, pero era tanto su poso que aquello calaba por dentro. Arreciaba la lluvia, pero Fortes seguía a lo suyo, abrochado con unas apretadas manoletinas antes de enterrar el acero. Sentado en el estribo aguardó la muerte de Tinajón mientras lo aplaudía. Fortes conquistó el corazón navarro y cortó una oreja de ley.

Otra sumaría en el Sucesor cuarto, un acaballado animal hecho cuesta arriba, obediente pero sin intenciones de humillar. Con la montera calada y las manos anudadas atrás, en una estampa manoletista, había esperado su siguiente turno, donde sorprendió con una apertura sentado en una silla a la hora del bocadillo. Solo dos muletazos, que Ardoso no permitía más. Dispuesto siempre, lo cazó de una estocada que no fue en todo lo alto, pero sí pura entrega, con el pitón bordeando el cuello, el de esa cicatriz imborrable…

Si Fortes dictó la mayor pureza, Ginés Marín puso cabeza, temple y ligazón ante un lote de triunfo, especialmente el Sucesor tercero, el de más clase de la corrida de Javier Núñez, un toro ideal para eso que dicen ahora de ‘expresarse’. Hubo momentos muy toreros, como esos ayudados por alto, pero el acero y un punto de más alma le privaron del premio. Tal y como estaba el palco de gentil y el público tan ansioso de triunfalismos, el pinchazo frenó su salida en volandas en el sexto, con su toreable fondo. Fue una corrida orejera, pero en los toros, como en la vida, los premios no siempre narran la historia al completo.

  • Monumental de Pamplona.
    Domingo, 13 de julio de 2025. Novena corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de La Palmosilla, de buenas hechuras en general, con movilidad y juego pese a faltarles finales; destacó el encastado 2º y la clase del 5º.
  • Fortes,
    de rosa y oro: estocada rinconera (oreja); estocada delantera caída (oreja); estocada desprendida (dos orejas tras aviso).
  • Fernando Adrián,
    de tabaco y oro: cuatro pinchazos y nueve descabellos (silencio tras aviso);
  • Ginés Marín,
    de verde esperanza y oro: pinchazo estocada (silencio tras aviso); pinchazo y estocada (oreja tras aviso).

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