Los agentes quedaron impactados al ver la reacción de los pequeños al salir al jardín
El lunes, en pleno apagón, un puñado de agentes municipales de la Policía Local de Oviedo se encontraba registrando una vivienda rosa ubicada en el número 15A de la calle Toleo, en la pedanía de Fitoria, donde residen unos 200 habitantes, en la que los agentes encontraron a tres críos aterrados, dos gemelos de ocho años y un tercero de diez años, con dificultades motoras y en pañales, como bebés. Según su alcalde, Joaquín Ruiz, vencido estos días por la pesadumbre de no haberse percatado antes de lo que sucedía detrás de esos setos descuidados y esas puertas metálicas blancas que dan al jardín y al garaje, ni siquiera su hermana “que vive justo en la casa de encima, vio ni oyó nada nunca”, asegura. “Sabíamos que vivía alguien porque de vez en cuando veías que alguna persiana se había movido, nada más”, cuenta.
Durante dos semanas, los agentes de la Policía Local de Oviedo, bajo la dirección de la Fiscalía de Menores del Principado, se mantuvieron apostados en la casa de la vecina que dio la voz de alarma en forma de denuncia en los Servicios Sociales del Ayuntamiento: “Oigo gritos de niños de vez en cuando, he visto moverse las cortinas de algunas habitaciones”, relató la mujer, que lleva media vida residiendo en la zona.
Fueron muchas horas de discretas vigilancias, hasta que los agentes vieron salir a Christian Steffen, un alemán de 53 años, que estaba empadronado en esa vivienda desde febrero de 2022, aunque había alquilado la casa por Internet en octubre de 2021. “Salió a recoger un pedido de comida a la puerta y comprobamos, mientras lo hacía, que las cortinas se movían en la segunda planta de la casa, por lo que estaba claro que había alguien más ahí”, explican fuentes de la investigación. Días antes, habían visto sombras y movimientos que no se correspondían con que el lugar estuviera habitado por una sola persona.
Lo que más llamó la atención de los policías cuando este lunes Steffen les dio permiso para acceder a la casa, fue el miedo de los niños, enganchados a su madre, Melissa Ann Steffen, una mujer de 48 años americana con doble nacionalidad alemana. Rápidamente, los padres, les colocaron tres mascarillas a cada uno de los pequeños, una encima de otra, argumentando que estaban muy enfermos.
“Los niños tenían dificultades motoras, llevaban pañales, la madre, que era la que llevaba la voz cantante en ese momento, sacó unos informes médicos alemanes de los críos en los que decía que se les había diagnosticado un déficit de atención”, cuentan fuentes próximas a la investigación. La mujer, que hablaba en inglés, decía —―según la traductora que acompañó a los agentes―, que los niños no controlaban esfínteres porque estaban enfermos y “les acompañaba a cada rato al baño para que hicieran pis, sujetándoles ella misma la pirulilla, como si fueran bebés, los trataban como bebés”, aseguran fuentes del caso.

Según relató la traductora a los agentes, la madre aseguró que en su día solicitaron educar a sus hijos en su casa en Alemania, pero no se lo permitieron, y fue entonces cuando decidieron mudarse a España, coincidiendo con la pandemia… Pero la familia ha permanecido confinada desde entonces hasta el pasado lunes. “Ella, aunque también estaba desconcertada, en cierto modo, parecía aliviada”, señalan las mismas fuentes.
Grandes cantidades de medicinas de todo tipo, supuestamente compradas por Internet, decenas de tarros de vaselina, y enormes cantidades de basura que se acumulaban en el hueco de la escalera que subía a la segunda planta, llamaron la atención de los agentes nada más acceder a la vivienda. “Bolsas y bolsas, como si las tirasen desde arriba y no las sacaran nunca a la calle”, relatan las mismas fuentes. “No tenían televisión, ni aparatos electrónicos para los niños, apenas juegos, ni siquiera zapatos de su talla; el calzado que tenían los niños era de la talla que gastaban hace cuatro años, cuando llegaron”, detallan fuentes próximas a la investigación.
Los agentes de la policía local, muchos de ellos padres de familia, quedaron impactados al ver la reacción de los pequeños al salir al jardín: “Tocaban la hierba, respiraban como si no lo hubieran hecho antes en su vida, vieron un caracol y estaban completamente fascinados”.
Nadie sabe aún qué han hecho estos niños que se comunicaban en inglés, la lengua materna, durante los últimos cuatro años. Una vez tutelados por la Consejería de Bienestar Social, tras serle retirada la patria potestad a los padres y decretar la jueza del juzgado de instrucción número tres prisión incondicional comunicada para ellos por un posible delito de abandono de menores y retención ilegal, los pequeños han ingresado en un centro de menores del Principado, donde “están alucinados con la televisión”, señalan fuentes del caso.
Rayajos, monstruos y una calavera en la cuna
Varios psicólogos se afanan ahora en interpretar los dibujos que los niños pintaron en las cunas donde los padres les hacían dormir con ocho años, aunque el mayor, el de diez años, dormía en el suelo sobre un colchón, apuntaron fuentes del caso. Pero esos “rayajos de distintos colores en la estructura de la cuna pueden ser una expresión de rabia y de ansiedad”, señala un psicólogo infantil. “Las caras monstruosas pueden visibilizar miedo”. Hay hasta una calavera, en uno de los cabeceros… Ningún familiar ha reclamado hasta ahora derecho alguno sobre los menores.
Poco se sabe, por el momento, de los progenitores. Continúa la investigación, en manos de la Guardia Civil, donde ambos permanecieron detenidos antes de pasar a disposición judicial. No quisieron declarar, asistidos por un abogado de oficio cada uno, según señalan fuentes del caso. Christian Steffen aparece en Internet con la dirección de esa casa rosa en la bucólica pedanía ovetense de Fitoria, como “doctor”, ligado a una extraña empresa de comercio marítimo por Internet, creada precisamente como consecuencia de la pandemia de la Covid 19. De Melissa Ann, no hay ni rastro en la red.
La casa maldita amaneció este jueves soleada, erguida sobre la colina, acompañada por los cantos de los gallos y los trinos de los pajarillos, pero con todas sus ventanas cerradas o tapadas por las cortinas y los estores, completamente ajena a la enorme belleza del mundo que la rodea.