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  Cultura  La corrida de Escolar roza la tragedia: Juan de Castilla, percance al entrar a matar; Callejero se ceba con Rafaelillo en la cogida más terrorífica
Cultura

La corrida de Escolar roza la tragedia: Juan de Castilla, percance al entrar a matar; Callejero se ceba con Rafaelillo en la cogida más terrorífica

julio 12, 2025
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Vendió muy cara su vida la corrida de José Escolar y a punto estuvo de arrebatársela a dos toreros. Se heló la sangre cuando el tercer toro prendió en la hora final a Juan de Castilla. No era la primera vez que quiso probar su piel, pero ahora Chatarrero, que así se llamaba, lo tuvo a merced en una violenta cogida. Aquella imagen del horror se acrecentó cuando el veterano Rafaelillo presentaba la zocata a Callejero I, uno de los cárdenos que había sembrado ya en el ruedo el terror durante el encierro embistiendo contra varios mozos. Este número 40 estaba ya grabado en la piel del miedo, pero sus pitones traían un silbido de apocalipsis. Cerca de las ocho, este toro de 540 kilos desató su furia contra el cuerpo de Rafael Rubio. Cada pitonazo lanzaba un mensaje mortal, como sacado del averno. No hubo zona que Callejero no radiografiara. Por la espalda lo cogió como un pelele y lo llevó durante interminables metros prendido de la que viste de negro. La cara, el pecho, las costillas –esas costillas que un miura rompió en pedazos–, la taleguilla, rota a la altura del glúteo. Ante aquella tremenda la paliza, en el tendido se temió lo impronunciable. Sólo el capotillo de San Fermín podría obrar un milagro así: Rafaelillo, visiblemente dolorido, volvió a la cara de Callejero sin la chaquetilla, desmadejado, sin poder con el alma, con la respiración entrecortada. Como para ser llevado rápido a la enfermería. Pero quiso rematar y de una estocada despenó a este cárdeno, al que cortó una oreja. Se sentó en el estribo el murciano, con lágrimas en el rostro, con un dolor insoportable, pero con la oreja ganada. Fue trasladado al hospital, donde un estudio reveló que había varias costillas afectadas, Durísimo percance, pero también milagroso: Rafaelillo volvió a nacer en Pamplona. También puede anotar nueva fecha de cumpleaños Juan de Castilla, que pisó Pamplona como si fuese su último paseíllo. Como si no existiera nada más que este 12 de julio. El torero de Medellín ya había expresado sus intenciones en el quite por gaoneras al toro anterior, una costosa prenda para estar delante. Ninguna perita en dulce fue el suyo, pero cuando su casta apretaba transmitía una barbaridad, era agradecido, y eso se percibía en el ambiente. Pura entrega fue De Castilla con Chatarrero desde ese prólogo de rodillas como un penitente que se acercaba al rival, marcha atrás hasta que descorchaba su fiereza. Fue una faena de apuesta, valor y enorme exposición, la de mayores méritos de la feria. Ojo lo que costaba estar delante de Chatarrero, con un metro de pitón a pitón, aunque algo encogido de los cuartos traseros. Y con esa incertidumbre de no saber cuándo se arrancaría y dejaría de recular. La obra se vivió en constante tensión mientras trataba de gobernarlo con la muleta a rastras con la mano de la cuchara y cuando le echó los vuelos suavemente por el lado del tenedor. Un pase de pecho rodilla en tierra era la coda perfecta, pero ambicionaba más y quiso que Chatarrero se tragara otra tanda. Con un broche que merodeó el tremendismo: manoletinas rodilla en tierra con el toro buscándolo. Y lo encontró en la suerte suprema cuando se tiró a matar o morir. Con suma violencia lo cogió el de Escolar. La grada estaba atemorizada; su mujer, Luisa, no podía contener su angustia mientras trataban de calmarla. Ni con dos pastillas para dormir. La cogida fue espantosa, pero Juan mató al toro por derecho y entró en el corazón de Pamplona con una oreja de ley. «¡Torero, torero!», coreaban las peñas, volcadas con la épica del colombiano como con ninguno. El toro le había hecho daño en las costillas, pero salió de la enfermería en busca de la puerta grande.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Sábado, 12 de julio de 2025. Octava corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de José Escolar, serios, correosos y complicados; el mejor fue el encastado 3º; el acaballado 6º ni descolgó ni embistió. Rafaelillo, de verde oliva y oro: pinchazo y estocada corta delantera y tendida (silencio); estocada (oreja). Sufrió «fuerte traumatismo torácico con afectación de varias costillas y neumotórax», por lo que tuvo que ser ingresado anoche en la UCI del Hospital Universitario de Navarra Fernando Robleño, de gris plomo y oro: pinchazo y buena estocada (ovación); tres pinchazos y nueve descabellos (silencio tras aviso). Juan de Castilla, de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada (oreja tras aviso); estocada corta atravesada y media (palmas de despedida).Imposible: el acaballado sexto, fuera de tipo, no embistió absolutamente nada y no descolgó jamás. Era para dejárselo vivo y mandarlo al corral, pero el colombiano tiró de amor propio hasta darle matarile. Fue el gran lunar de una corrida de alta tensión y emociones fuertes, con algunas estampas de inmenso trapío. Nadie se durmió en la sala.El único que se escapó de las dagas fue Robleño, que tiró de oficio con listeza para pasaportar a su correoso lote y hasta trazó algún zurdazo muy estimable con Cartero, el otro escolar que arremetió contra las tablas en el encierro. Su despedida no merecía tanto pinchazo, su cruz, pero la corrida vendió muy cara su vida y su muerte. Ya pueden ir Rafael y Juan a poner velas al santo por el milagro de vivir para contar su épica, su sudor y sus lágrimas. Vendió muy cara su vida la corrida de José Escolar y a punto estuvo de arrebatársela a dos toreros. Se heló la sangre cuando el tercer toro prendió en la hora final a Juan de Castilla. No era la primera vez que quiso probar su piel, pero ahora Chatarrero, que así se llamaba, lo tuvo a merced en una violenta cogida. Aquella imagen del horror se acrecentó cuando el veterano Rafaelillo presentaba la zocata a Callejero I, uno de los cárdenos que había sembrado ya en el ruedo el terror durante el encierro embistiendo contra varios mozos. Este número 40 estaba ya grabado en la piel del miedo, pero sus pitones traían un silbido de apocalipsis. Cerca de las ocho, este toro de 540 kilos desató su furia contra el cuerpo de Rafael Rubio. Cada pitonazo lanzaba un mensaje mortal, como sacado del averno. No hubo zona que Callejero no radiografiara. Por la espalda lo cogió como un pelele y lo llevó durante interminables metros prendido de la que viste de negro. La cara, el pecho, las costillas –esas costillas que un miura rompió en pedazos–, la taleguilla, rota a la altura del glúteo. Ante aquella tremenda la paliza, en el tendido se temió lo impronunciable. Sólo el capotillo de San Fermín podría obrar un milagro así: Rafaelillo, visiblemente dolorido, volvió a la cara de Callejero sin la chaquetilla, desmadejado, sin poder con el alma, con la respiración entrecortada. Como para ser llevado rápido a la enfermería. Pero quiso rematar y de una estocada despenó a este cárdeno, al que cortó una oreja. Se sentó en el estribo el murciano, con lágrimas en el rostro, con un dolor insoportable, pero con la oreja ganada. Fue trasladado al hospital, donde un estudio reveló que había varias costillas afectadas, Durísimo percance, pero también milagroso: Rafaelillo volvió a nacer en Pamplona. También puede anotar nueva fecha de cumpleaños Juan de Castilla, que pisó Pamplona como si fuese su último paseíllo. Como si no existiera nada más que este 12 de julio. El torero de Medellín ya había expresado sus intenciones en el quite por gaoneras al toro anterior, una costosa prenda para estar delante. Ninguna perita en dulce fue el suyo, pero cuando su casta apretaba transmitía una barbaridad, era agradecido, y eso se percibía en el ambiente. Pura entrega fue De Castilla con Chatarrero desde ese prólogo de rodillas como un penitente que se acercaba al rival, marcha atrás hasta que descorchaba su fiereza. Fue una faena de apuesta, valor y enorme exposición, la de mayores méritos de la feria. Ojo lo que costaba estar delante de Chatarrero, con un metro de pitón a pitón, aunque algo encogido de los cuartos traseros. Y con esa incertidumbre de no saber cuándo se arrancaría y dejaría de recular. La obra se vivió en constante tensión mientras trataba de gobernarlo con la muleta a rastras con la mano de la cuchara y cuando le echó los vuelos suavemente por el lado del tenedor. Un pase de pecho rodilla en tierra era la coda perfecta, pero ambicionaba más y quiso que Chatarrero se tragara otra tanda. Con un broche que merodeó el tremendismo: manoletinas rodilla en tierra con el toro buscándolo. Y lo encontró en la suerte suprema cuando se tiró a matar o morir. Con suma violencia lo cogió el de Escolar. La grada estaba atemorizada; su mujer, Luisa, no podía contener su angustia mientras trataban de calmarla. Ni con dos pastillas para dormir. La cogida fue espantosa, pero Juan mató al toro por derecho y entró en el corazón de Pamplona con una oreja de ley. «¡Torero, torero!», coreaban las peñas, volcadas con la épica del colombiano como con ninguno. El toro le había hecho daño en las costillas, pero salió de la enfermería en busca de la puerta grande.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Sábado, 12 de julio de 2025. Octava corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de José Escolar, serios, correosos y complicados; el mejor fue el encastado 3º; el acaballado 6º ni descolgó ni embistió. Rafaelillo, de verde oliva y oro: pinchazo y estocada corta delantera y tendida (silencio); estocada (oreja). Sufrió «fuerte traumatismo torácico con afectación de varias costillas y neumotórax», por lo que tuvo que ser ingresado anoche en la UCI del Hospital Universitario de Navarra Fernando Robleño, de gris plomo y oro: pinchazo y buena estocada (ovación); tres pinchazos y nueve descabellos (silencio tras aviso). Juan de Castilla, de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada (oreja tras aviso); estocada corta atravesada y media (palmas de despedida).Imposible: el acaballado sexto, fuera de tipo, no embistió absolutamente nada y no descolgó jamás. Era para dejárselo vivo y mandarlo al corral, pero el colombiano tiró de amor propio hasta darle matarile. Fue el gran lunar de una corrida de alta tensión y emociones fuertes, con algunas estampas de inmenso trapío. Nadie se durmió en la sala.El único que se escapó de las dagas fue Robleño, que tiró de oficio con listeza para pasaportar a su correoso lote y hasta trazó algún zurdazo muy estimable con Cartero, el otro escolar que arremetió contra las tablas en el encierro. Su despedida no merecía tanto pinchazo, su cruz, pero la corrida vendió muy cara su vida y su muerte. Ya pueden ir Rafael y Juan a poner velas al santo por el milagro de vivir para contar su épica, su sudor y sus lágrimas.  

Vendió muy cara su vida la corrida de José Escolar y a punto estuvo de arrebatársela a dos toreros. Se heló la sangre cuando el tercer toro prendió en la hora final a Juan de Castilla. No era la primera vez que quiso probar … su piel, pero ahora Chatarrero, que así se llamaba, lo tuvo a merced en una violenta cogida. Aquella imagen del horror se acrecentó cuando el veterano Rafaelillo presentaba la zocata a Callejero I, uno de los cárdenos que había sembrado ya en el ruedo el terror durante el encierro embistiendo contra varios mozos. Este número 40 estaba ya grabado en la piel del miedo, pero sus pitones traían un silbido de apocalipsis. Cerca de las ocho, este toro de 540 kilos desató su furia contra el cuerpo de Rafael Rubio. Cada pitonazo lanzaba un mensaje mortal, como sacado del averno. No hubo zona que Callejero no radiografiara. Por la espalda lo cogió como un pelele y lo llevó durante interminables metros prendido de la que viste de negro. La cara, el pecho, las costillas –esas costillas que un miura rompió en pedazos–, la taleguilla, rota a la altura del glúteo. Ante aquella tremenda la paliza, en el tendido se temió lo impronunciable.

Sólo el capotillo de San Fermín podría obrar un milagro así: Rafaelillo, visiblemente dolorido, volvió a la cara de Callejero sin la chaquetilla, desmadejado, sin poder con el alma, con la respiración entrecortada. Como para ser llevado rápido a la enfermería. Pero quiso rematar y de una estocada despenó a este cárdeno, al que cortó una oreja. Se sentó en el estribo el murciano, con lágrimas en el rostro, con un dolor insoportable, pero con la oreja ganada. Fue trasladado al hospital, donde un estudio reveló que había varias costillas afectadas, Durísimo percance, pero también milagroso: Rafaelillo volvió a nacer en Pamplona.

También puede anotar nueva fecha de cumpleaños Juan de Castilla, que pisó Pamplona como si fuese su último paseíllo. Como si no existiera nada más que este 12 de julio. El torero de Medellín ya había expresado sus intenciones en el quite por gaoneras al toro anterior, una costosa prenda para estar delante. Ninguna perita en dulce fue el suyo, pero cuando su casta apretaba transmitía una barbaridad, era agradecido, y eso se percibía en el ambiente. Pura entrega fue De Castilla con Chatarrero desde ese prólogo de rodillas como un penitente que se acercaba al rival, marcha atrás hasta que descorchaba su fiereza.

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  • Monumental de Pamplona.
    Sábado, 12 de julio de 2025. Octava corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de José Escolar, serios, correosos y complicados; el mejor fue el encastado 3º; el acaballado 6º ni descolgó ni embistió.
  • Rafaelillo,
    de verde oliva y oro: pinchazo y estocada corta delantera y tendida (silencio); estocada (oreja). Sufrió «fuerte traumatismo torácico con afectación de varias costillas y neumotórax», por lo que tuvo que ser ingresado anoche en la UCI del Hospital Universitario de Navarra
  • Fernando Robleño,
    de gris plomo y oro: pinchazo y buena estocada (ovación); tres pinchazos y nueve descabellos (silencio tras aviso).
  • Juan de Castilla,
    de sangre de toro y oro: pinchazo y estocada (oreja tras aviso); estocada corta atravesada y media (palmas de despedida).

Imposible: el acaballado sexto, fuera de tipo, no embistió absolutamente nada y no descolgó jamás. Era para dejárselo vivo y mandarlo al corral, pero el colombiano tiró de amor propio hasta darle matarile. Fue el gran lunar de una corrida de alta tensión y emociones fuertes, con algunas estampas de inmenso trapío. Nadie se durmió en la sala.

El único que se escapó de las dagas fue Robleño, que tiró de oficio con listeza para pasaportar a su correoso lote y hasta trazó algún zurdazo muy estimable con Cartero, el otro escolar que arremetió contra las tablas en el encierro. Su despedida no merecía tanto pinchazo, su cruz, pero la corrida vendió muy cara su vida y su muerte. Ya pueden ir Rafael y Juan a poner velas al santo por el milagro de vivir para contar su épica, su sudor y sus lágrimas.

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