Hay lugares que parecen conocerse desde siempre, y que, sin embargo, tienen tantas dimensiones como visitas: de hecho, cada uno hace su propia visión según su experiencia. Venecia es, sin duda, uno de los mejores ejemplos del mundo, mucho antes de que la boda polémica.Calvino decía por boca de Marco Polo en ‘Las ciudades invisibles’ (1972) que cada ciudad le recuerda a Venecia, viaje donde viaje.Pero en verdad Venecia comprende al menos dos ciudades: la Venecia de canales y palacios, con todo el arte del mundo, que bien vale una misa (y dos); y la Venecia auténtica de barcas, callejuelas y gente acogedora, que resiste pese a todos los pesares.Son como el día y la noche: una se ve incluso desde lejos a través del arte que sea y luego se intenta conocer a la carrera en visitas que muchas veces asemejan a una fuga; y la otra pervive escondida entre fiesta y fiesta, siempre amenazada y siempre viva en su orgullo y sus tradiciones. Y hasta con una lengua conocida por Goldoni, que, por cierto, se perece bastante al español. Vaya usted a saber por qué.La clave es que siempre han permanecido en un equilibro –todo lo difícil que se quiera– que se ha roto: cada vez la Biennale dura más porque el show tiene que continuar para facturar, mientras que la vida local sobrevive mal que bien, todo con la complicidad de falsos venecianos que ven la isla como una vaca para ordeñar (por no decir cosas peores) y varios gobiernos desastrosos.Para acabar este reciente empacho veneciano, termino con una invitación: vengan, vengan todos a Venecia, pero con tiempo y ganas para salir del triángulo de la muerte (Rialto-San Marco-Accademia). Y así perderse para encontrarse, para encontrar la Venecia de cada uno.O la de Casanova, que conoció quizás una tercera Venecia (o muchas) y acabó como acabó: en la cárcel y apaleado. Por cierto, hace trescientos años que celebramos ahora. ¡A gozar en y con Venecia! Hay lugares que parecen conocerse desde siempre, y que, sin embargo, tienen tantas dimensiones como visitas: de hecho, cada uno hace su propia visión según su experiencia. Venecia es, sin duda, uno de los mejores ejemplos del mundo, mucho antes de que la boda polémica.Calvino decía por boca de Marco Polo en ‘Las ciudades invisibles’ (1972) que cada ciudad le recuerda a Venecia, viaje donde viaje.Pero en verdad Venecia comprende al menos dos ciudades: la Venecia de canales y palacios, con todo el arte del mundo, que bien vale una misa (y dos); y la Venecia auténtica de barcas, callejuelas y gente acogedora, que resiste pese a todos los pesares.Son como el día y la noche: una se ve incluso desde lejos a través del arte que sea y luego se intenta conocer a la carrera en visitas que muchas veces asemejan a una fuga; y la otra pervive escondida entre fiesta y fiesta, siempre amenazada y siempre viva en su orgullo y sus tradiciones. Y hasta con una lengua conocida por Goldoni, que, por cierto, se perece bastante al español. Vaya usted a saber por qué.La clave es que siempre han permanecido en un equilibro –todo lo difícil que se quiera– que se ha roto: cada vez la Biennale dura más porque el show tiene que continuar para facturar, mientras que la vida local sobrevive mal que bien, todo con la complicidad de falsos venecianos que ven la isla como una vaca para ordeñar (por no decir cosas peores) y varios gobiernos desastrosos.Para acabar este reciente empacho veneciano, termino con una invitación: vengan, vengan todos a Venecia, pero con tiempo y ganas para salir del triángulo de la muerte (Rialto-San Marco-Accademia). Y así perderse para encontrarse, para encontrar la Venecia de cada uno.O la de Casanova, que conoció quizás una tercera Venecia (o muchas) y acabó como acabó: en la cárcel y apaleado. Por cierto, hace trescientos años que celebramos ahora. ¡A gozar en y con Venecia!
Trujamanerías
«Vengan, vengan todos a Venecia, pero con tiempo y ganas para salir del triángulo de la muerte»
Hay lugares que parecen conocerse desde siempre, y que, sin embargo, tienen tantas dimensiones como visitas: de hecho, cada uno hace su propia visión según su experiencia. Venecia es, sin duda, uno de los mejores ejemplos del mundo, mucho antes de que la boda … polémica.
Calvino decía por boca de Marco Polo en ‘Las ciudades invisibles’ (1972) que cada ciudad le recuerda a Venecia, viaje donde viaje.
Pero en verdad Venecia comprende al menos dos ciudades: la Venecia de canales y palacios, con todo el arte del mundo, que bien vale una misa (y dos); y la Venecia auténtica de barcas, callejuelas y gente acogedora, que resiste pese a todos los pesares.
Son como el día y la noche: una se ve incluso desde lejos a través del arte que sea y luego se intenta conocer a la carrera en visitas que muchas veces asemejan a una fuga; y la otra pervive escondida entre fiesta y fiesta, siempre amenazada y siempre viva en su orgullo y sus tradiciones. Y hasta con una lengua conocida por Goldoni, que, por cierto, se perece bastante al español. Vaya usted a saber por qué.
La clave es que siempre han permanecido en un equilibro –todo lo difícil que se quiera– que se ha roto: cada vez la Biennale dura más porque el show tiene que continuar para facturar, mientras que la vida local sobrevive mal que bien, todo con la complicidad de falsos venecianos que ven la isla como una vaca para ordeñar (por no decir cosas peores) y varios gobiernos desastrosos.
Para acabar este reciente empacho veneciano, termino con una invitación: vengan, vengan todos a Venecia, pero con tiempo y ganas para salir del triángulo de la muerte (Rialto-San Marco-Accademia). Y así perderse para encontrarse, para encontrar la Venecia de cada uno.
O la de Casanova, que conoció quizás una tercera Venecia (o muchas) y acabó como acabó: en la cárcel y apaleado. Por cierto, hace trescientos años que celebramos ahora. ¡A gozar en y con Venecia!
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