En ‘Morir en la arena’ (Tusquets), Leonardo Padura atrapa al lector en una madeja de tiempo y memoria: Rodolfo, marcado por la guerra de Angola y por un crimen que destrozó a su familia, navega entre recuerdos y secretos que no mueren. Su hermano, enfermo y condenado a regresar a la casa familiar, trae consigo un pasado que se niega a quedarse enterrado. Entre la culpa, la violencia, la redención y la libertad, se muestra una Cuba que respira por sus heridas, donde la historia de un país se refleja en cada gesto, en cada mirada, en cada silencio que pesa más que cualquier palabra.Padura se muestra encantado con la acogida de sus lectores españoles, a quienes llama sus «segundos lectores favoritos». Pero lo que realmente lo emociona es pensar en sus primeros lectores, los cubanos, que han encontrado la novela de formas inesperadas: en un país donde los libros son caros y difíciles de conseguir, muchos la leen en copias digitales que circulan de manera informal, compartidas de mano en mano o de pantalla en pantalla. Para Padura, no es un obstáculo, sino la prueba de que sus palabras logran atravesar fronteras y limitaciones, tocando la vida de quienes viven en su tierra natal.—¿Diría que esta novela narra el día a día cubano?—Siempre que yo voy a empezar a escribir una novela, la primera pregunta no es tanto cómo la voy a escribir, sino para qué la voy a escribir y con qué intención la voy a escribir. En este caso tenía una intención muy clara, que era hablar de una situación social, económica y existencial de una generación que llega ya a la tercera edad, el momento incluso de la jubilación laboral, y encuentra que vive en una condición en que ha empobrecido en todos los sentidos, especialmente en el económico, porque esto es un hecho con el cual yo incluso convivo: que una jubilación no alcanza para vivir. Quería reflejar lo que significó para mi generación —la que creció durante el periodo revolucionario, estudió, participó en los sacrificios que se le exigieron, e incluso para muchos, luchó en la guerra de Angola y vivió los difíciles años del llamado periodo especial de los 90—. Buscaba mostrar ese panorama histórico y, al mismo tiempo, darle a la historia un impulso dramático que la conectara con el presente y el futuro, sin perder la mirada hacia el pasado. —Es una historia real, de un parricidio que se produjo con alguien que usted conoció. ¿Qué desafíos éticos se planteó al convertir en ficción una tragedia real?—El desafío consistía en que los protagonistas de la historia reconocerán los hechos, pero no se verían reflejados en los personajes, que son totalmente de ficción. Recordé un parricidio real cuyos protagonistas conozco: al parricida, al padre fallecido y al hermano. Transformé ampliamente ese episodio, conservando sus características y consecuencias fundamentales, que destruyen a la familia. Mi intención fue usarlo para presentar la realidad cubana contemporánea y darle un giro dramático fuerte a la novela, que fue el propósito principal de escribirla. Aunque la novela está basada en hechos reales, lo más auténtico es el contexto cubano, mientras que lo más novelado es el parricidio que inspiró la historia. La novela recorre 50 años de historia cubana a través de la vida de una familia que queda rota por ese suceso.—¿Le interesaba más explorar la herida íntima o la herida colectiva?—En Cuba, la vida íntima de las personas está profundamente marcada por lo colectivo. La realidad social, política y económica es inevitable: no puedes ignorarla, salvo que vivas como un ermitaño muy especial. Esta realidad social determina muchos de los acontecimientos en la vida de los personajes. Por ejemplo, la expulsión de Nora de la universidad por su rebeldía afectó su vida íntima para siempre, y la experiencia de Rodolfo en la guerra de Angola lo marcó hasta el final. En Cuba, los comportamientos individuales están profundamente influenciados por el contexto social.—¿Cree que el sistema político y social de Cuba ha contribuido a naturalizar ciertas formas de violencia cotidiana (económica, psicológica, institucional)?—No llegaría al punto de decir que en Cuba se han naturalizado los comportamientos violentos. Hay otras sociedades, donde la violencia sí se ha vuelto algo más común: si miramos, por ejemplo, lo que ha ocurrido en Colombia durante los últimos 70 u 80 años, lo que pasa en Cuba parece casi una «matinée infantil». En la novela, lo que sí ocurre son reacciones de los personajes que, en determinados momentos, pueden volverse violentas. La violencia de un personaje como Geni está más relacionada con su contexto familiar que con el social. El hecho que él ejecuta es extraordinario, y además hay elementos culturales e históricos que lo explican: hasta hace una o dos generaciones en España, era común la figura del padre con actitudes violentas. Esa figura era normal en muchos contextos culturales de la época. Yo recuerdo, por ejemplo, la novela de Fernando Aramburu, ‘Los Vencejos’ , que hay un padre que es un padre abusador y violento. Y bueno, eso ocurre con bastante frecuencia en nuestras culturas.—Es una figura muy representativa, aunque hoy la vemos mucho menos en las escenas familiares. También está relacionada con un arquetipo de masculinidad tóxica que se ha transmitido a lo largo de los años en los hombres.—Sí, efectivamente. En ese reflejo del contexto social también entran los componentes culturales de una sociedad determinada, su manera de ver la vida. La figura del padre dominante fue esencial y muy común en nuestros contextos culturales.—¿De qué manera la pobreza, la frustración y la desigualdad generan un caldo de cultivo para que estalle la violencia más íntima, como la del parricidio?—Depende mucho de las familias y de las condiciones. Yo creo que la miseria crea miserables. Los miserables, a su vez, pueden tener muy diversos comportamientos. Ahí puede empezar una degradación ética de los individuos, porque la vida te obliga y la frustración te impulsa. Es decir, cuando estos dos elementos se combinan, pueden ser bastante explosivos y generar brotes de violencia. Afortunadamente, la sociedad cubana no tuvo grandes niveles de violencia social hasta hace muy poco. En los últimos años, con el aumento de la pobreza, se ha visto un incremento de robos y de violencia callejera. Aunque todavía son niveles muy bajos en comparación con otros países latinoamericanos, como los centroamericanos, donde la violencia social marca profundamente la vida cotidiana. Sin embargo, este tipo de manifestaciones está aumentando en Cuba, y es algo bastante evidente.—Usted repite durante la novela en múltiples ocasiones la palabra ‘redención’. ¿Cree que esta es realmente posible?—Yo creo que sí. Incluso, en términos legales, existió la redención como la compra de la libertad de un esclavo. Entonces, considero que las personas pueden encontrar la redención por diversas vías: algunos la encuentran a través de lo místico o las creencias religiosas; otros, mediante la cultura, la educación o las relaciones personales. La gente puede hallar esos espacios de liberación, de recuperación de libertad, a partir de las condiciones sociales y, sobre todo, de sus propios esfuerzos. El papel del individuo es muy importante, aunque, como ocurre en el caso de Cuba, siempre exista la presión de una sociedad que influye constantemente en él.—¿Hay algún tipo de persona que usted considere incapaz de alcanzar esta redención?—Mi observación de la realidad pudiera decirme que sí, que hay personas que son irredimibles, pero bueno, confío. Mira, la condición humana es muy compleja y hay reacciones que a veces uno dice, bueno, ¿cómo es posible? Por ejemplo, en esa misma experiencia que tuvo Rodolfo en Angola, yo la tuve diferente porque yo fui, afortunadamente, como periodista civil en el año 1985 hasta finales del 86, un año completo. Y ahí vi, por ejemplo, manifestaciones justamente de la condición humana en que podían ser desde las más perversas hasta las más sublimes. Es decir, y sobre todo en situaciones extremas, situaciones extensas, pues el ser humano expresa mucho lo que es y puede ser que lo haga por la vía de la perversión o por la vía de esa redención y de la bondad. Porque sabemos que existen muchas personas que son intrínsecamente malas y otras que son irremediablemente buenas. —Mencionó en la novela que algunas personas buscan la redención de forma mística. En su libro dice que, cuando a uno le quitan todo en lo que podría haber creído, hay que buscar algo para seguir creyendo. ¿Qué es ese «algo» en su propia vida?No he tenido la desgracia de perder toda la fe en todas las cosas. Hay muchos aspectos de la vida en los que he evolucionado: algunas cosas a las que he renunciado, otras que he ido incorporando. Pero, en mi caso personal, lo fundamental ha sido mi trabajo. También ha sido posible gracias a la enorme fortuna de tener estabilidad familiar. Mi padre murió en su cama a los 88 años, mi madre está en mi casa camino a los 98, y mi esposa y yo llevamos casi 50 años de relación. Esa estabilidad, por supuesto, me ha permitido tener otras aspiraciones y otras creencias.—Entonces el valor de la creencia cambia. Sí. Yo he creído en el poder de la literatura, no para cambiar las cosas, sino para entrar, como dijo Flaubert al escribir ‘Madame Bovary’; en el alma de las cosas. La literatura tiene una capacidad de revelación y de fijar la memoria contra los olvidos, que a veces son olvidos programados, ignorancias deliberadamente fomentadas por los poderes, porque todos los poderes intentan imponer olvidos y desconocimiento. He tenido la fortuna de poder desarrollar mi carrera literaria de manera diferente a la del personaje de esta novela, Raymundo Fumero, quien ha tenido que escribir aceptando siempre las condiciones que exige el sistema cubano para publicar. —¿Cómo ve usted, como escritor, a la Cuba contemporánea?—Es un presente que sigue actuando, y aunque con algunas limitaciones se han agudizado ciertas carencias, en sentido general es la misma sociedad que se describe en la novela. El problema es que muchas veces se percibe a Cuba como algo inamovible, porque el sistema político y económico apenas ha cambiado en 70 años. Pero sí es una sociedad que se ha movido. Por ejemplo, dos cambios son muy ilustrativos: primero, la posibilidad de acceder a información en los últimos 10 años, gracias a los teléfonos móviles con Internet, que ha transformado la vida cotidiana; y segundo, cuando los cubanos pudieron viajar sin permisos oficiales, se produjo una diáspora que en los últimos años ha sacado al 10% de la población del país.—Son cambios que son evidentes, y aún así hay personas que los niegan.—Son tan evidentes que no hay manera de rebatirlos. Por ejemplo, durante 50 años los cubanos necesitaban autorizaciones oficiales para salir del país; hoy eso se levantó, y el efecto ha sido enorme, casi bíblico. Además, la gente ha montado pequeños negocios y ya puede comprar y vender sus casas. Hoy en día, en Cuba, es prácticamente imposible vender una casa por la enorme cantidad de propiedades en venta, ya que muchas personas venden todo lo que tienen para irse del país. En otras épocas buscaban alternativas distintas, pero esto es lo que está ocurriendo en estos momentos, y refleja cambios profundos en la sociedad cubana.—El personaje de la hija de Aitana que, siendo descendiente de emigrantes, repite el discurso de que «todos los emigrantes delinquen» expone una contradicción brutal. ¿Por qué decidió introducir un personaje así?—Aitana tiene una hija que se ha acercado al pensamiento y las actitudes de la derecha. Entre otras cosas, esta hija adopta una postura crítica frente a la migración y a los migrantes, cuestionando su aceptación, a pesar de ser ella misma hija de una migrante de primera generación. He reflejado esto en la novela porque es una actitud que he observado en la realidad. Trato de entender hasta qué punto pueden existir motivaciones que lleven a personas tan cercanas a un origen migratorio a adoptar esas posturas. En su día a día, ven cosas que los alarman, pero al mismo tiempo muestran falta de comprensión por las necesidades de los demás. Muchas veces, como sabes, ocurre que la actitud de una parte se juzga como representativa del todo. A veces, además, ciertas opiniones resultan particularmente hirientes cuando provienen de personas que se han beneficiado de aquello que otros solo aspiran a alcanzar.—Hemos abordado algunas palabras importantes en la novela, como la redención. Ahora, quisiera preguntarle sobre otra: libertad. ¿Qué significa para usted hoy esta palabra?—El tema de la libertad, tal como está trabajado en la novela —la libertad de los individuos, de decisión, de opciones, de pensamiento— es una de mis obsesiones. Más que un escritor que escribe sobre determinados asuntos, soy un escritor que funciona con ciertas obsesiones, y esta es una de ellas. Tanto es así que una de mis novelas anteriores, ‘Herejes’, está dedicada a los riesgos y a los precios que se pagan por ejercer la libertad individual. Incluso, según la Biblia, se nos ha concedido el libre albedrío: ese espacio que nos deja Dios para tomar nuestras decisiones y, generalmente, equivocarnos. El ejercicio de esa libertad puede ser más generoso o más restrictivo según la sociedad. En ‘Morir en la arena’ (Tusquets), Leonardo Padura atrapa al lector en una madeja de tiempo y memoria: Rodolfo, marcado por la guerra de Angola y por un crimen que destrozó a su familia, navega entre recuerdos y secretos que no mueren. Su hermano, enfermo y condenado a regresar a la casa familiar, trae consigo un pasado que se niega a quedarse enterrado. Entre la culpa, la violencia, la redención y la libertad, se muestra una Cuba que respira por sus heridas, donde la historia de un país se refleja en cada gesto, en cada mirada, en cada silencio que pesa más que cualquier palabra.Padura se muestra encantado con la acogida de sus lectores españoles, a quienes llama sus «segundos lectores favoritos». Pero lo que realmente lo emociona es pensar en sus primeros lectores, los cubanos, que han encontrado la novela de formas inesperadas: en un país donde los libros son caros y difíciles de conseguir, muchos la leen en copias digitales que circulan de manera informal, compartidas de mano en mano o de pantalla en pantalla. Para Padura, no es un obstáculo, sino la prueba de que sus palabras logran atravesar fronteras y limitaciones, tocando la vida de quienes viven en su tierra natal.—¿Diría que esta novela narra el día a día cubano?—Siempre que yo voy a empezar a escribir una novela, la primera pregunta no es tanto cómo la voy a escribir, sino para qué la voy a escribir y con qué intención la voy a escribir. En este caso tenía una intención muy clara, que era hablar de una situación social, económica y existencial de una generación que llega ya a la tercera edad, el momento incluso de la jubilación laboral, y encuentra que vive en una condición en que ha empobrecido en todos los sentidos, especialmente en el económico, porque esto es un hecho con el cual yo incluso convivo: que una jubilación no alcanza para vivir. Quería reflejar lo que significó para mi generación —la que creció durante el periodo revolucionario, estudió, participó en los sacrificios que se le exigieron, e incluso para muchos, luchó en la guerra de Angola y vivió los difíciles años del llamado periodo especial de los 90—. Buscaba mostrar ese panorama histórico y, al mismo tiempo, darle a la historia un impulso dramático que la conectara con el presente y el futuro, sin perder la mirada hacia el pasado. —Es una historia real, de un parricidio que se produjo con alguien que usted conoció. ¿Qué desafíos éticos se planteó al convertir en ficción una tragedia real?—El desafío consistía en que los protagonistas de la historia reconocerán los hechos, pero no se verían reflejados en los personajes, que son totalmente de ficción. Recordé un parricidio real cuyos protagonistas conozco: al parricida, al padre fallecido y al hermano. Transformé ampliamente ese episodio, conservando sus características y consecuencias fundamentales, que destruyen a la familia. Mi intención fue usarlo para presentar la realidad cubana contemporánea y darle un giro dramático fuerte a la novela, que fue el propósito principal de escribirla. Aunque la novela está basada en hechos reales, lo más auténtico es el contexto cubano, mientras que lo más novelado es el parricidio que inspiró la historia. La novela recorre 50 años de historia cubana a través de la vida de una familia que queda rota por ese suceso.—¿Le interesaba más explorar la herida íntima o la herida colectiva?—En Cuba, la vida íntima de las personas está profundamente marcada por lo colectivo. La realidad social, política y económica es inevitable: no puedes ignorarla, salvo que vivas como un ermitaño muy especial. Esta realidad social determina muchos de los acontecimientos en la vida de los personajes. Por ejemplo, la expulsión de Nora de la universidad por su rebeldía afectó su vida íntima para siempre, y la experiencia de Rodolfo en la guerra de Angola lo marcó hasta el final. En Cuba, los comportamientos individuales están profundamente influenciados por el contexto social.—¿Cree que el sistema político y social de Cuba ha contribuido a naturalizar ciertas formas de violencia cotidiana (económica, psicológica, institucional)?—No llegaría al punto de decir que en Cuba se han naturalizado los comportamientos violentos. Hay otras sociedades, donde la violencia sí se ha vuelto algo más común: si miramos, por ejemplo, lo que ha ocurrido en Colombia durante los últimos 70 u 80 años, lo que pasa en Cuba parece casi una «matinée infantil». En la novela, lo que sí ocurre son reacciones de los personajes que, en determinados momentos, pueden volverse violentas. La violencia de un personaje como Geni está más relacionada con su contexto familiar que con el social. El hecho que él ejecuta es extraordinario, y además hay elementos culturales e históricos que lo explican: hasta hace una o dos generaciones en España, era común la figura del padre con actitudes violentas. Esa figura era normal en muchos contextos culturales de la época. Yo recuerdo, por ejemplo, la novela de Fernando Aramburu, ‘Los Vencejos’ , que hay un padre que es un padre abusador y violento. Y bueno, eso ocurre con bastante frecuencia en nuestras culturas.—Es una figura muy representativa, aunque hoy la vemos mucho menos en las escenas familiares. También está relacionada con un arquetipo de masculinidad tóxica que se ha transmitido a lo largo de los años en los hombres.—Sí, efectivamente. En ese reflejo del contexto social también entran los componentes culturales de una sociedad determinada, su manera de ver la vida. La figura del padre dominante fue esencial y muy común en nuestros contextos culturales.—¿De qué manera la pobreza, la frustración y la desigualdad generan un caldo de cultivo para que estalle la violencia más íntima, como la del parricidio?—Depende mucho de las familias y de las condiciones. Yo creo que la miseria crea miserables. Los miserables, a su vez, pueden tener muy diversos comportamientos. Ahí puede empezar una degradación ética de los individuos, porque la vida te obliga y la frustración te impulsa. Es decir, cuando estos dos elementos se combinan, pueden ser bastante explosivos y generar brotes de violencia. Afortunadamente, la sociedad cubana no tuvo grandes niveles de violencia social hasta hace muy poco. En los últimos años, con el aumento de la pobreza, se ha visto un incremento de robos y de violencia callejera. Aunque todavía son niveles muy bajos en comparación con otros países latinoamericanos, como los centroamericanos, donde la violencia social marca profundamente la vida cotidiana. Sin embargo, este tipo de manifestaciones está aumentando en Cuba, y es algo bastante evidente.—Usted repite durante la novela en múltiples ocasiones la palabra ‘redención’. ¿Cree que esta es realmente posible?—Yo creo que sí. Incluso, en términos legales, existió la redención como la compra de la libertad de un esclavo. Entonces, considero que las personas pueden encontrar la redención por diversas vías: algunos la encuentran a través de lo místico o las creencias religiosas; otros, mediante la cultura, la educación o las relaciones personales. La gente puede hallar esos espacios de liberación, de recuperación de libertad, a partir de las condiciones sociales y, sobre todo, de sus propios esfuerzos. El papel del individuo es muy importante, aunque, como ocurre en el caso de Cuba, siempre exista la presión de una sociedad que influye constantemente en él.—¿Hay algún tipo de persona que usted considere incapaz de alcanzar esta redención?—Mi observación de la realidad pudiera decirme que sí, que hay personas que son irredimibles, pero bueno, confío. Mira, la condición humana es muy compleja y hay reacciones que a veces uno dice, bueno, ¿cómo es posible? Por ejemplo, en esa misma experiencia que tuvo Rodolfo en Angola, yo la tuve diferente porque yo fui, afortunadamente, como periodista civil en el año 1985 hasta finales del 86, un año completo. Y ahí vi, por ejemplo, manifestaciones justamente de la condición humana en que podían ser desde las más perversas hasta las más sublimes. Es decir, y sobre todo en situaciones extremas, situaciones extensas, pues el ser humano expresa mucho lo que es y puede ser que lo haga por la vía de la perversión o por la vía de esa redención y de la bondad. Porque sabemos que existen muchas personas que son intrínsecamente malas y otras que son irremediablemente buenas. —Mencionó en la novela que algunas personas buscan la redención de forma mística. En su libro dice que, cuando a uno le quitan todo en lo que podría haber creído, hay que buscar algo para seguir creyendo. ¿Qué es ese «algo» en su propia vida?No he tenido la desgracia de perder toda la fe en todas las cosas. Hay muchos aspectos de la vida en los que he evolucionado: algunas cosas a las que he renunciado, otras que he ido incorporando. Pero, en mi caso personal, lo fundamental ha sido mi trabajo. También ha sido posible gracias a la enorme fortuna de tener estabilidad familiar. Mi padre murió en su cama a los 88 años, mi madre está en mi casa camino a los 98, y mi esposa y yo llevamos casi 50 años de relación. Esa estabilidad, por supuesto, me ha permitido tener otras aspiraciones y otras creencias.—Entonces el valor de la creencia cambia. Sí. Yo he creído en el poder de la literatura, no para cambiar las cosas, sino para entrar, como dijo Flaubert al escribir ‘Madame Bovary’; en el alma de las cosas. La literatura tiene una capacidad de revelación y de fijar la memoria contra los olvidos, que a veces son olvidos programados, ignorancias deliberadamente fomentadas por los poderes, porque todos los poderes intentan imponer olvidos y desconocimiento. He tenido la fortuna de poder desarrollar mi carrera literaria de manera diferente a la del personaje de esta novela, Raymundo Fumero, quien ha tenido que escribir aceptando siempre las condiciones que exige el sistema cubano para publicar. —¿Cómo ve usted, como escritor, a la Cuba contemporánea?—Es un presente que sigue actuando, y aunque con algunas limitaciones se han agudizado ciertas carencias, en sentido general es la misma sociedad que se describe en la novela. El problema es que muchas veces se percibe a Cuba como algo inamovible, porque el sistema político y económico apenas ha cambiado en 70 años. Pero sí es una sociedad que se ha movido. Por ejemplo, dos cambios son muy ilustrativos: primero, la posibilidad de acceder a información en los últimos 10 años, gracias a los teléfonos móviles con Internet, que ha transformado la vida cotidiana; y segundo, cuando los cubanos pudieron viajar sin permisos oficiales, se produjo una diáspora que en los últimos años ha sacado al 10% de la población del país.—Son cambios que son evidentes, y aún así hay personas que los niegan.—Son tan evidentes que no hay manera de rebatirlos. Por ejemplo, durante 50 años los cubanos necesitaban autorizaciones oficiales para salir del país; hoy eso se levantó, y el efecto ha sido enorme, casi bíblico. Además, la gente ha montado pequeños negocios y ya puede comprar y vender sus casas. Hoy en día, en Cuba, es prácticamente imposible vender una casa por la enorme cantidad de propiedades en venta, ya que muchas personas venden todo lo que tienen para irse del país. En otras épocas buscaban alternativas distintas, pero esto es lo que está ocurriendo en estos momentos, y refleja cambios profundos en la sociedad cubana.—El personaje de la hija de Aitana que, siendo descendiente de emigrantes, repite el discurso de que «todos los emigrantes delinquen» expone una contradicción brutal. ¿Por qué decidió introducir un personaje así?—Aitana tiene una hija que se ha acercado al pensamiento y las actitudes de la derecha. Entre otras cosas, esta hija adopta una postura crítica frente a la migración y a los migrantes, cuestionando su aceptación, a pesar de ser ella misma hija de una migrante de primera generación. He reflejado esto en la novela porque es una actitud que he observado en la realidad. Trato de entender hasta qué punto pueden existir motivaciones que lleven a personas tan cercanas a un origen migratorio a adoptar esas posturas. En su día a día, ven cosas que los alarman, pero al mismo tiempo muestran falta de comprensión por las necesidades de los demás. Muchas veces, como sabes, ocurre que la actitud de una parte se juzga como representativa del todo. A veces, además, ciertas opiniones resultan particularmente hirientes cuando provienen de personas que se han beneficiado de aquello que otros solo aspiran a alcanzar.—Hemos abordado algunas palabras importantes en la novela, como la redención. Ahora, quisiera preguntarle sobre otra: libertad. ¿Qué significa para usted hoy esta palabra?—El tema de la libertad, tal como está trabajado en la novela —la libertad de los individuos, de decisión, de opciones, de pensamiento— es una de mis obsesiones. Más que un escritor que escribe sobre determinados asuntos, soy un escritor que funciona con ciertas obsesiones, y esta es una de ellas. Tanto es así que una de mis novelas anteriores, ‘Herejes’, está dedicada a los riesgos y a los precios que se pagan por ejercer la libertad individual. Incluso, según la Biblia, se nos ha concedido el libre albedrío: ese espacio que nos deja Dios para tomar nuestras decisiones y, generalmente, equivocarnos. El ejercicio de esa libertad puede ser más generoso o más restrictivo según la sociedad.
En ‘Morir en la arena’ (Tusquets), Leonardo Padura atrapa al lector en una madeja de tiempo y memoria: Rodolfo, marcado por la guerra de Angola y por un crimen que destrozó a su familia, navega entre recuerdos y secretos que no mueren. Su hermano, enfermo … y condenado a regresar a la casa familiar, trae consigo un pasado que se niega a quedarse enterrado. Entre la culpa, la violencia, la redención y la libertad, se muestra una Cuba que respira por sus heridas, donde la historia de un país se refleja en cada gesto, en cada mirada, en cada silencio que pesa más que cualquier palabra.
Padura se muestra encantado con la acogida de sus lectores españoles, a quienes llama sus «segundos lectores favoritos». Pero lo que realmente lo emociona es pensar en sus primeros lectores, los cubanos, que han encontrado la novela de formas inesperadas: en un país donde los libros son caros y difíciles de conseguir, muchos la leen en copias digitales que circulan de manera informal, compartidas de mano en mano o de pantalla en pantalla. Para Padura, no es un obstáculo, sino la prueba de que sus palabras logran atravesar fronteras y limitaciones, tocando la vida de quienes viven en su tierra natal.
—¿Diría que esta novela narra el día a día cubano?
—Siempre que yo voy a empezar a escribir una novela, la primera pregunta no es tanto cómo la voy a escribir, sino para qué la voy a escribir y con qué intención la voy a escribir. En este caso tenía una intención muy clara, que era hablar de una situación social, económica y existencial de una generación que llega ya a la tercera edad, el momento incluso de la jubilación laboral, y encuentra que vive en una condición en que ha empobrecido en todos los sentidos, especialmente en el económico, porque esto es un hecho con el cual yo incluso convivo: que una jubilación no alcanza para vivir. Quería reflejar lo que significó para mi generación —la que creció durante el periodo revolucionario, estudió, participó en los sacrificios que se le exigieron, e incluso para muchos, luchó en la guerra de Angola y vivió los difíciles años del llamado periodo especial de los 90—. Buscaba mostrar ese panorama histórico y, al mismo tiempo, darle a la historia un impulso dramático que la conectara con el presente y el futuro, sin perder la mirada hacia el pasado.
—Es una historia real, de un parricidio que se produjo con alguien que usted conoció. ¿Qué desafíos éticos se planteó al convertir en ficción una tragedia real?
—El desafío consistía en que los protagonistas de la historia reconocerán los hechos, pero no se verían reflejados en los personajes, que son totalmente de ficción. Recordé un parricidio real cuyos protagonistas conozco: al parricida, al padre fallecido y al hermano. Transformé ampliamente ese episodio, conservando sus características y consecuencias fundamentales, que destruyen a la familia. Mi intención fue usarlo para presentar la realidad cubana contemporánea y darle un giro dramático fuerte a la novela, que fue el propósito principal de escribirla. Aunque la novela está basada en hechos reales, lo más auténtico es el contexto cubano, mientras que lo más novelado es el parricidio que inspiró la historia. La novela recorre 50 años de historia cubana a través de la vida de una familia que queda rota por ese suceso.
—¿Le interesaba más explorar la herida íntima o la herida colectiva?
—En Cuba, la vida íntima de las personas está profundamente marcada por lo colectivo. La realidad social, política y económica es inevitable: no puedes ignorarla, salvo que vivas como un ermitaño muy especial. Esta realidad social determina muchos de los acontecimientos en la vida de los personajes. Por ejemplo, la expulsión de Nora de la universidad por su rebeldía afectó su vida íntima para siempre, y la experiencia de Rodolfo en la guerra de Angola lo marcó hasta el final. En Cuba, los comportamientos individuales están profundamente influenciados por el contexto social.
—¿Cree que el sistema político y social de Cuba ha contribuido a naturalizar ciertas formas de violencia cotidiana (económica, psicológica, institucional)?
—No llegaría al punto de decir que en Cuba se han naturalizado los comportamientos violentos. Hay otras sociedades, donde la violencia sí se ha vuelto algo más común: si miramos, por ejemplo, lo que ha ocurrido en Colombia durante los últimos 70 u 80 años, lo que pasa en Cuba parece casi una «matinée infantil». En la novela, lo que sí ocurre son reacciones de los personajes que, en determinados momentos, pueden volverse violentas. La violencia de un personaje como Geni está más relacionada con su contexto familiar que con el social. El hecho que él ejecuta es extraordinario, y además hay elementos culturales e históricos que lo explican: hasta hace una o dos generaciones en España, era común la figura del padre con actitudes violentas. Esa figura era normal en muchos contextos culturales de la época. Yo recuerdo, por ejemplo, la novela de Fernando Aramburu, ‘Los Vencejos’, que hay un padre que es un padre abusador y violento. Y bueno, eso ocurre con bastante frecuencia en nuestras culturas.
—Es una figura muy representativa, aunque hoy la vemos mucho menos en las escenas familiares. También está relacionada con un arquetipo de masculinidad tóxica que se ha transmitido a lo largo de los años en los hombres.
—Sí, efectivamente. En ese reflejo del contexto social también entran los componentes culturales de una sociedad determinada, su manera de ver la vida. La figura del padre dominante fue esencial y muy común en nuestros contextos culturales.
—¿De qué manera la pobreza, la frustración y la desigualdad generan un caldo de cultivo para que estalle la violencia más íntima, como la del parricidio?
—Depende mucho de las familias y de las condiciones. Yo creo que la miseria crea miserables. Los miserables, a su vez, pueden tener muy diversos comportamientos. Ahí puede empezar una degradación ética de los individuos, porque la vida te obliga y la frustración te impulsa. Es decir, cuando estos dos elementos se combinan, pueden ser bastante explosivos y generar brotes de violencia. Afortunadamente, la sociedad cubana no tuvo grandes niveles de violencia social hasta hace muy poco. En los últimos años, con el aumento de la pobreza, se ha visto un incremento de robos y de violencia callejera. Aunque todavía son niveles muy bajos en comparación con otros países latinoamericanos, como los centroamericanos, donde la violencia social marca profundamente la vida cotidiana. Sin embargo, este tipo de manifestaciones está aumentando en Cuba, y es algo bastante evidente.
—Usted repite durante la novela en múltiples ocasiones la palabra ‘redención’. ¿Cree que esta es realmente posible?
—Yo creo que sí. Incluso, en términos legales, existió la redención como la compra de la libertad de un esclavo. Entonces, considero que las personas pueden encontrar la redención por diversas vías: algunos la encuentran a través de lo místico o las creencias religiosas; otros, mediante la cultura, la educación o las relaciones personales. La gente puede hallar esos espacios de liberación, de recuperación de libertad, a partir de las condiciones sociales y, sobre todo, de sus propios esfuerzos. El papel del individuo es muy importante, aunque, como ocurre en el caso de Cuba, siempre exista la presión de una sociedad que influye constantemente en él.
—¿Hay algún tipo de persona que usted considere incapaz de alcanzar esta redención?
—Mi observación de la realidad pudiera decirme que sí, que hay personas que son irredimibles, pero bueno, confío. Mira, la condición humana es muy compleja y hay reacciones que a veces uno dice, bueno, ¿cómo es posible? Por ejemplo, en esa misma experiencia que tuvo Rodolfo en Angola, yo la tuve diferente porque yo fui, afortunadamente, como periodista civil en el año 1985 hasta finales del 86, un año completo. Y ahí vi, por ejemplo, manifestaciones justamente de la condición humana en que podían ser desde las más perversas hasta las más sublimes. Es decir, y sobre todo en situaciones extremas, situaciones extensas, pues el ser humano expresa mucho lo que es y puede ser que lo haga por la vía de la perversión o por la vía de esa redención y de la bondad. Porque sabemos que existen muchas personas que son intrínsecamente malas y otras que son irremediablemente buenas.
—Mencionó en la novela que algunas personas buscan la redención de forma mística. En su libro dice que, cuando a uno le quitan todo en lo que podría haber creído, hay que buscar algo para seguir creyendo. ¿Qué es ese «algo» en su propia vida?
No he tenido la desgracia de perder toda la fe en todas las cosas. Hay muchos aspectos de la vida en los que he evolucionado: algunas cosas a las que he renunciado, otras que he ido incorporando. Pero, en mi caso personal, lo fundamental ha sido mi trabajo. También ha sido posible gracias a la enorme fortuna de tener estabilidad familiar. Mi padre murió en su cama a los 88 años, mi madre está en mi casa camino a los 98, y mi esposa y yo llevamos casi 50 años de relación. Esa estabilidad, por supuesto, me ha permitido tener otras aspiraciones y otras creencias.
—Entonces el valor de la creencia cambia.
Sí. Yo he creído en el poder de la literatura, no para cambiar las cosas, sino para entrar, como dijo Flaubert al escribir ‘Madame Bovary’; en el alma de las cosas. La literatura tiene una capacidad de revelación y de fijar la memoria contra los olvidos, que a veces son olvidos programados, ignorancias deliberadamente fomentadas por los poderes, porque todos los poderes intentan imponer olvidos y desconocimiento. He tenido la fortuna de poder desarrollar mi carrera literaria de manera diferente a la del personaje de esta novela, Raymundo Fumero, quien ha tenido que escribir aceptando siempre las condiciones que exige el sistema cubano para publicar.
—¿Cómo ve usted, como escritor, a la Cuba contemporánea?
—Es un presente que sigue actuando, y aunque con algunas limitaciones se han agudizado ciertas carencias, en sentido general es la misma sociedad que se describe en la novela. El problema es que muchas veces se percibe a Cuba como algo inamovible, porque el sistema político y económico apenas ha cambiado en 70 años. Pero sí es una sociedad que se ha movido. Por ejemplo, dos cambios son muy ilustrativos: primero, la posibilidad de acceder a información en los últimos 10 años, gracias a los teléfonos móviles con Internet, que ha transformado la vida cotidiana; y segundo, cuando los cubanos pudieron viajar sin permisos oficiales, se produjo una diáspora que en los últimos años ha sacado al 10% de la población del país.
—Son cambios que son evidentes, y aún así hay personas que los niegan.
—Son tan evidentes que no hay manera de rebatirlos. Por ejemplo, durante 50 años los cubanos necesitaban autorizaciones oficiales para salir del país; hoy eso se levantó, y el efecto ha sido enorme, casi bíblico. Además, la gente ha montado pequeños negocios y ya puede comprar y vender sus casas. Hoy en día, en Cuba, es prácticamente imposible vender una casa por la enorme cantidad de propiedades en venta, ya que muchas personas venden todo lo que tienen para irse del país. En otras épocas buscaban alternativas distintas, pero esto es lo que está ocurriendo en estos momentos, y refleja cambios profundos en la sociedad cubana.
—El personaje de la hija de Aitana que, siendo descendiente de emigrantes, repite el discurso de que «todos los emigrantes delinquen» expone una contradicción brutal. ¿Por qué decidió introducir un personaje así?
—Aitana tiene una hija que se ha acercado al pensamiento y las actitudes de la derecha. Entre otras cosas, esta hija adopta una postura crítica frente a la migración y a los migrantes, cuestionando su aceptación, a pesar de ser ella misma hija de una migrante de primera generación. He reflejado esto en la novela porque es una actitud que he observado en la realidad. Trato de entender hasta qué punto pueden existir motivaciones que lleven a personas tan cercanas a un origen migratorio a adoptar esas posturas. En su día a día, ven cosas que los alarman, pero al mismo tiempo muestran falta de comprensión por las necesidades de los demás. Muchas veces, como sabes, ocurre que la actitud de una parte se juzga como representativa del todo. A veces, además, ciertas opiniones resultan particularmente hirientes cuando provienen de personas que se han beneficiado de aquello que otros solo aspiran a alcanzar.
—Hemos abordado algunas palabras importantes en la novela, como la redención. Ahora, quisiera preguntarle sobre otra: libertad. ¿Qué significa para usted hoy esta palabra?
—El tema de la libertad, tal como está trabajado en la novela —la libertad de los individuos, de decisión, de opciones, de pensamiento— es una de mis obsesiones. Más que un escritor que escribe sobre determinados asuntos, soy un escritor que funciona con ciertas obsesiones, y esta es una de ellas. Tanto es así que una de mis novelas anteriores, ‘Herejes’, está dedicada a los riesgos y a los precios que se pagan por ejercer la libertad individual. Incluso, según la Biblia, se nos ha concedido el libre albedrío: ese espacio que nos deja Dios para tomar nuestras decisiones y, generalmente, equivocarnos. El ejercicio de esa libertad puede ser más generoso o más restrictivo según la sociedad.
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