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  Cultura  Miguel Yarull : «La felicidad es una mesa grande llena de gente»
Cultura

Miguel Yarull : «La felicidad es una mesa grande llena de gente»

julio 9, 2025
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Miguel Yarull, escritor y guionista, es uno de los autores contemporáneos más destacados de la literatura dominicana. Desde la aparición de su primer libro, el sorprendente ‘Bichán’ , a su primera novela, ‘Guapo’ , la virtuosa prosa de Yarrull se manifiesta como una vibrante, ágil y turbulenta manera de retratar su mundo. Hablamos con él, cómo no, de pecados y pecadores:—Le perdono un pecado.—Tendría que ser la pereza, con su rebranding: la procrastinación . Lo peor es que al reconocerlo siento impotencia, pero los pecados tienen ese poder: suelen ser más grandes que el individuo. —Explíqueme eso, me interesa.—Como autor, reviso lo que he publicado y siento que pude hacer más . Alguien dijo que ser escritor es como tener tarea todos los días de tu vida. Imagina ahora cargar ese sentimiento en tu mochila, una tarea que nunca termina: no puedes evitar sentirte culpable y perezoso a la vez. —¿Cuál le costaría perdonar en otro?—La envidia. Sentirte infeliz porque el talento o el esfuerzo de otra persona dé resultados me parece miserable. —¿Es su oficio más proclive a ese pecado que otros?—Este es un oficio que se sostiene por el ego. El escritor no puede evitar medirse con otros escritores. Es prácticamente un reflejo, y el que diga lo contrario miente. Así que pecar de envidioso sería un paso natural. Pero la envidia envenena , te rebaja. Para mí es importante revisarme constantemente, casi sobrecompensar. El apoyo, incluso la crítica que ofrezco, son sinceros. Y confieso que, quizá inocentemente, espero lo mismo de vuelta.—¿Cuál podría disculpar?—La gula. Puedo entender el abandonarse, el entregarse a ella. La felicidad es una mesa grande llena de gente. Queremos estar satisfechos pero también queremos más. Detenerse y darse cuenta que ya es suficiente, no solo con la comida y la bebida, con la riqueza o la fama , no es sencillo. De todos los pecados capitales, junto a la ira, es quizá el que más depende del autocontrol. Y ya sabemos cómo le va al ser humano en ese departamento.—Quizá no debería ser pecado. —Yo creo que la lista es justa. Fincher lo comprobó magistralmente. Siete es un buen número y todos cumplen con tratar de contener nuestros bajos instintos. Quizá algunos podrían ser promovidos al top ten que recibió Moisés en el Sinaí , a las Grandes Ligas de los pecados. Pero mientras eso sucede, la lista me parece acertada.«Sin tentaciones, pecados y pecadores no tendríamos literatura»—¿No añadiría ninguno?—La vanidad . Y lo pondría alto en la lista. Vivimos tiempos profundamente vanidosos. La necesidad de reconocimiento es infinita y las cosas que se hacen por vanidad encajan perfectamente en la definición de pecado.—¿Alguno es especialmente recurrente en su literatura?—La lujuria, en mis relatos más obsesivos, donde mis personajes no logran contenerse en las situaciones más cotidianas. La soberbia es casi la piedra angular de mi primera novela, ‘Guapo’. El tipo que regresa de España a Santo Domingo al funeral de su padre, un militar de pasado violento que lo sacó del país hace treinta años por problemático, esa familia dominada por la soberbia y por las apariencias. He hurgado en la avaricia cuando he escrito sobre el estado, la política, la desigualdad o las clases sociales en mi país. —Casi no le falta ninguno.—Los pecados son fundamentales para el buen drama . ¿De qué escribiríamos si nuestros personajes fuesen perfectos? Sin tentaciones, pecados y pecadores no tendríamos literatura. Miguel Yarull, escritor y guionista, es uno de los autores contemporáneos más destacados de la literatura dominicana. Desde la aparición de su primer libro, el sorprendente ‘Bichán’ , a su primera novela, ‘Guapo’ , la virtuosa prosa de Yarrull se manifiesta como una vibrante, ágil y turbulenta manera de retratar su mundo. Hablamos con él, cómo no, de pecados y pecadores:—Le perdono un pecado.—Tendría que ser la pereza, con su rebranding: la procrastinación . Lo peor es que al reconocerlo siento impotencia, pero los pecados tienen ese poder: suelen ser más grandes que el individuo. —Explíqueme eso, me interesa.—Como autor, reviso lo que he publicado y siento que pude hacer más . Alguien dijo que ser escritor es como tener tarea todos los días de tu vida. Imagina ahora cargar ese sentimiento en tu mochila, una tarea que nunca termina: no puedes evitar sentirte culpable y perezoso a la vez. —¿Cuál le costaría perdonar en otro?—La envidia. Sentirte infeliz porque el talento o el esfuerzo de otra persona dé resultados me parece miserable. —¿Es su oficio más proclive a ese pecado que otros?—Este es un oficio que se sostiene por el ego. El escritor no puede evitar medirse con otros escritores. Es prácticamente un reflejo, y el que diga lo contrario miente. Así que pecar de envidioso sería un paso natural. Pero la envidia envenena , te rebaja. Para mí es importante revisarme constantemente, casi sobrecompensar. El apoyo, incluso la crítica que ofrezco, son sinceros. Y confieso que, quizá inocentemente, espero lo mismo de vuelta.—¿Cuál podría disculpar?—La gula. Puedo entender el abandonarse, el entregarse a ella. La felicidad es una mesa grande llena de gente. Queremos estar satisfechos pero también queremos más. Detenerse y darse cuenta que ya es suficiente, no solo con la comida y la bebida, con la riqueza o la fama , no es sencillo. De todos los pecados capitales, junto a la ira, es quizá el que más depende del autocontrol. Y ya sabemos cómo le va al ser humano en ese departamento.—Quizá no debería ser pecado. —Yo creo que la lista es justa. Fincher lo comprobó magistralmente. Siete es un buen número y todos cumplen con tratar de contener nuestros bajos instintos. Quizá algunos podrían ser promovidos al top ten que recibió Moisés en el Sinaí , a las Grandes Ligas de los pecados. Pero mientras eso sucede, la lista me parece acertada.«Sin tentaciones, pecados y pecadores no tendríamos literatura»—¿No añadiría ninguno?—La vanidad . Y lo pondría alto en la lista. Vivimos tiempos profundamente vanidosos. La necesidad de reconocimiento es infinita y las cosas que se hacen por vanidad encajan perfectamente en la definición de pecado.—¿Alguno es especialmente recurrente en su literatura?—La lujuria, en mis relatos más obsesivos, donde mis personajes no logran contenerse en las situaciones más cotidianas. La soberbia es casi la piedra angular de mi primera novela, ‘Guapo’. El tipo que regresa de España a Santo Domingo al funeral de su padre, un militar de pasado violento que lo sacó del país hace treinta años por problemático, esa familia dominada por la soberbia y por las apariencias. He hurgado en la avaricia cuando he escrito sobre el estado, la política, la desigualdad o las clases sociales en mi país. —Casi no le falta ninguno.—Los pecados son fundamentales para el buen drama . ¿De qué escribiríamos si nuestros personajes fuesen perfectos? Sin tentaciones, pecados y pecadores no tendríamos literatura.  

Miguel Yarull, escritor y guionista, es uno de los autores contemporáneos más destacados de la literatura dominicana. Desde la aparición de su primer libro, el sorprendente ‘Bichán’, a su primera novela, ‘Guapo’, la virtuosa prosa de Yarrull se manifiesta como una vibrante, ágil y turbulenta manera de retratar su mundo. Hablamos con él, cómo no, de pecados y pecadores:

—Le perdono un pecado.

—Tendría que ser la pereza, con su rebranding: la procrastinación. Lo peor es que al reconocerlo siento impotencia, pero los pecados tienen ese poder: suelen ser más grandes que el individuo.

—Explíqueme eso, me interesa.

—Como autor, reviso lo que he publicado y siento que pude hacer más. Alguien dijo que ser escritor es como tener tarea todos los días de tu vida. Imagina ahora cargar ese sentimiento en tu mochila, una tarea que nunca termina: no puedes evitar sentirte culpable y perezoso a la vez. 

—¿Cuál le costaría perdonar en otro?

—La envidia. Sentirte infeliz porque el talento o el esfuerzo de otra persona dé resultados me parece miserable.

—¿Es su oficio más proclive a ese pecado que otros?

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—Este es un oficio que se sostiene por el ego. El escritor no puede evitar medirse con otros escritores. Es prácticamente un reflejo, y el que diga lo contrario miente. Así que pecar de envidioso sería un paso natural. Pero la envidia envenena, te rebaja. Para mí es importante revisarme constantemente, casi sobrecompensar. El apoyo, incluso la crítica que ofrezco, son sinceros. Y confieso que, quizá inocentemente, espero lo mismo de vuelta.

—¿Cuál podría disculpar?

—La gula. Puedo entender el abandonarse, el entregarse a ella. La felicidad es una mesa grande llena de gente. Queremos estar satisfechos pero también queremos más. Detenerse y darse cuenta que ya es suficiente, no solo con la comida y la bebida, con la riqueza o la fama, no es sencillo. De todos los pecados capitales, junto a la ira, es quizá el que más depende del autocontrol. Y ya sabemos cómo le va al ser humano en ese departamento.

—Quizá no debería ser pecado.

—Yo creo que la lista es justa. Fincher lo comprobó magistralmente. Siete es un buen número y todos cumplen con tratar de contener nuestros bajos instintos. Quizá algunos podrían ser promovidos al top ten que recibió Moisés en el Sinaí, a las Grandes Ligas de los pecados. Pero mientras eso sucede, la lista me parece acertada.

«Sin tentaciones, pecados y pecadores no tendríamos literatura»

—¿No añadiría ninguno?

—La vanidad. Y lo pondría alto en la lista. Vivimos tiempos profundamente vanidosos. La necesidad de reconocimiento es infinita y las cosas que se hacen por vanidad encajan perfectamente en la definición de pecado.

—¿Alguno es especialmente recurrente en su literatura?

—La lujuria, en mis relatos más obsesivos, donde mis personajes no logran contenerse en las situaciones más cotidianas. La soberbia es casi la piedra angular de mi primera novela, ‘Guapo’. El tipo que regresa de España a Santo Domingo al funeral de su padre, un militar de pasado violento que lo sacó del país hace treinta años por problemático, esa familia dominada por la soberbia y por las apariencias. He hurgado en la avaricia cuando he escrito sobre el estado, la política, la desigualdad o las clases sociales en mi país.

—Casi no le falta ninguno.

—Los pecados son fundamentales para el buen drama. ¿De qué escribiríamos si nuestros personajes fuesen perfectos? Sin tentaciones, pecados y pecadores no tendríamos literatura.

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