Para empezar, para precisar: las cuatro estrellas con las que esta reseña bendice a Noventa y nueve cuentos divinos probablemente serían tres estrellas de no estar contados por una escritora inequívocamente cinco estrellas como lo es Joy Williams. Ya se sabe, o debería saberse: Williams —nacida en Massachusetts, 1944, par de constantes gafas negras en su rostro, acaso para no autoencandilarse por el resplandor atómico del estallido de su prosa — como la autora más que venerada desde su debut en 1973 por gente como Harold Brodkey y James Salter y William Gass y Don DeLillo y Raymond Carver , y más tarde por Denis Johnson y Bret Easton Ellis y George Saunders, y ahora mismo por evangelistas suyas y de lo suyo como Lauren Groff y Mariana Enriquez y Lydia Millet y Laura Fernández y María José Navia y Ottesa Moshfegh y Clare Vaye Watkins y Catherine Lacey. RELATOS ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ Autora Joy Williams Editorial Seix Barral Año 2025 Páginas 160 Precio 18,50 euros 4Todos y todas ellas—ya lo dije alguna vez— jurando en y por su nombre y perteneciendo a algo que podría bautizarse como la Joy Division y donde se veneran biblias como ‘La rastra’, ‘Los vivos y los muertos’, ‘Estado de gracia’, ‘El hijo cambiado’ y esa monolítica catedral donde se rinde culto a sus ‘Cuentos escogidos’. Tramas y estilo donde parecen comulgar Flannery O´Connor con J. G. Ballard con David Lynch y donde los personajes asumen, entre otras cuestiones, que «ya es demasiado tarde para sentir miedo» pero que, también, mientras se espera que se abra el último sello del Apocalipsis, bien su puede matar el tiempo «exterminando a todos los poetas».Los personajes asumen, entre otras cuestiones, que «ya es demasiado tarde para sentir miedo» El casi centenar de más versículos fabulosos (de fábula) que micro-relatos (ese género al que suele apuntarse en más de una ocasión aquellos que se saben imposibilitados de alcanzar lo macro) que acaban componiendo e sa suerte de amplio brevario que es ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ gira y orbita alrededor de variaciones acerca de la figura de Dios. Un Dios ‘à la Williams’, se entiende. Un Dios acompañado —como en abigarrado fresco de cúpula o portada del ‘Sgt. Pepper’s’— por presencias de e invocaciones a Dante, Philip K. Dick, Karl Jung, Simone Weil , Kafka, Thomas Bernhard (el conjunto recuerda por momentos a su ‘El imitador de voces’) y siguen las santísimas firmas o el examen no de santos sudarios sino de piezas escogidas de la marca Victoria’s Secret o de perros clonados de colas fosforescentes. Todos y todas y todo en textos cortos con título no de entrada sino al pie (en ocasiones funcionando como ‘punchline’ clarificador o enigmático) y que van del aforismo críptico al ‘sketch’ visionario pasando por el chiste excelentemente malo sobrevolados por los espíritus santos de Donald Barthelme & Richard Brautigan o los estribillos más sacro-sacrílegos de Bob Dylan ‘circa’ ‘Desolation Row’ o ‘Ballad of a Thin Man’ o ‘Highway 61 Revisited’. Tan rarosAsí, Dios esperando recibir una vacuna contra el herpes en un ‘drugstore’, o yendo a proveerse del material y alimentos para el cuidado de una tortuga que piensa adoptar, o teniendo tantas ganas de participar en un ‘demolition derby’ mientras, por supuesto, no puede sino preguntarse cómo es que los hombres y mujeres que alguna vez supo crear le salieron, a su imagen y semejanza, tan raros y raras. Creaciones que aún así (leer el texto número 49) saben sermonear que el no poder jamás hablar acerca de Dios del mismo modo en que nos referimos a las cosas más comunes no implica el que debamos dejar de pensar en Él todo el tiempo y que así «llevemos nuestras mentes a los límites de aquello que conocemos, descendiendo aún más profundamente en las tinieblas de nuestro desconocimiento». Williams apuntó y se preguntó/respondió en una entrevista: «¿Fue sólo un sueño el que la literatura alguna vez fuese algo peligroso y tuviese el poder de despertarnos y cambiarnos para siempre? Yo creo que un escritor debe tener cierta responsabilidad en cuanto a sus sueños y a las señales que percibe. Si no haces nada con todo ese material, acabas perdiéndolo. Y más temprano que tarde dejas de recibir estas profecías. Tal vez la novela muera y hasta los cuentos se extingan, porque estamos tan cansados de hablar sobre nosotros mismos». Mientras tanto y hasta entonces, por suerte, Williams sigue creyendo en lo que vale la pena y la alegría creer. El efecto producido por este gran librito es, entonces, el de haber caído en un acelerador de partículas o la caza no de la Partícula de Dios sino de un Dios muy particular. Efecto que Williams —que este noviembre publicará los cuentos acaso más ‘normales’ de ‘The Pelican Child’— potenció después de ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ con la publicación de su gemelo oscuro: ‘Concerning the Future of Souls’, donde noventa y nueve miniaturas más versan sobre Azrael y todas sus muchas diabólicas y satánicas y luciferinas encarnaciones. Y —cabía esperarlo— para Williams uno y otro, El Bueno y El Malo, no resultan muy diferentes a la hora de considerarnos y desconsiderarnos. Porque para ellos, de algún modo, no somos otra cosa que ese dinosaurio que sigue estando allí cada vez que se despiertan y comprueban que aún no nos hemos extinguido. Y que —cada vez más ocurrentes a la hora de pecar— seguimos contando el cuento, los cuentos, tan divinos, en sus nombres. Para empezar, para precisar: las cuatro estrellas con las que esta reseña bendice a Noventa y nueve cuentos divinos probablemente serían tres estrellas de no estar contados por una escritora inequívocamente cinco estrellas como lo es Joy Williams. Ya se sabe, o debería saberse: Williams —nacida en Massachusetts, 1944, par de constantes gafas negras en su rostro, acaso para no autoencandilarse por el resplandor atómico del estallido de su prosa — como la autora más que venerada desde su debut en 1973 por gente como Harold Brodkey y James Salter y William Gass y Don DeLillo y Raymond Carver , y más tarde por Denis Johnson y Bret Easton Ellis y George Saunders, y ahora mismo por evangelistas suyas y de lo suyo como Lauren Groff y Mariana Enriquez y Lydia Millet y Laura Fernández y María José Navia y Ottesa Moshfegh y Clare Vaye Watkins y Catherine Lacey. RELATOS ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ Autora Joy Williams Editorial Seix Barral Año 2025 Páginas 160 Precio 18,50 euros 4Todos y todas ellas—ya lo dije alguna vez— jurando en y por su nombre y perteneciendo a algo que podría bautizarse como la Joy Division y donde se veneran biblias como ‘La rastra’, ‘Los vivos y los muertos’, ‘Estado de gracia’, ‘El hijo cambiado’ y esa monolítica catedral donde se rinde culto a sus ‘Cuentos escogidos’. Tramas y estilo donde parecen comulgar Flannery O´Connor con J. G. Ballard con David Lynch y donde los personajes asumen, entre otras cuestiones, que «ya es demasiado tarde para sentir miedo» pero que, también, mientras se espera que se abra el último sello del Apocalipsis, bien su puede matar el tiempo «exterminando a todos los poetas».Los personajes asumen, entre otras cuestiones, que «ya es demasiado tarde para sentir miedo» El casi centenar de más versículos fabulosos (de fábula) que micro-relatos (ese género al que suele apuntarse en más de una ocasión aquellos que se saben imposibilitados de alcanzar lo macro) que acaban componiendo e sa suerte de amplio brevario que es ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ gira y orbita alrededor de variaciones acerca de la figura de Dios. Un Dios ‘à la Williams’, se entiende. Un Dios acompañado —como en abigarrado fresco de cúpula o portada del ‘Sgt. Pepper’s’— por presencias de e invocaciones a Dante, Philip K. Dick, Karl Jung, Simone Weil , Kafka, Thomas Bernhard (el conjunto recuerda por momentos a su ‘El imitador de voces’) y siguen las santísimas firmas o el examen no de santos sudarios sino de piezas escogidas de la marca Victoria’s Secret o de perros clonados de colas fosforescentes. Todos y todas y todo en textos cortos con título no de entrada sino al pie (en ocasiones funcionando como ‘punchline’ clarificador o enigmático) y que van del aforismo críptico al ‘sketch’ visionario pasando por el chiste excelentemente malo sobrevolados por los espíritus santos de Donald Barthelme & Richard Brautigan o los estribillos más sacro-sacrílegos de Bob Dylan ‘circa’ ‘Desolation Row’ o ‘Ballad of a Thin Man’ o ‘Highway 61 Revisited’. Tan rarosAsí, Dios esperando recibir una vacuna contra el herpes en un ‘drugstore’, o yendo a proveerse del material y alimentos para el cuidado de una tortuga que piensa adoptar, o teniendo tantas ganas de participar en un ‘demolition derby’ mientras, por supuesto, no puede sino preguntarse cómo es que los hombres y mujeres que alguna vez supo crear le salieron, a su imagen y semejanza, tan raros y raras. Creaciones que aún así (leer el texto número 49) saben sermonear que el no poder jamás hablar acerca de Dios del mismo modo en que nos referimos a las cosas más comunes no implica el que debamos dejar de pensar en Él todo el tiempo y que así «llevemos nuestras mentes a los límites de aquello que conocemos, descendiendo aún más profundamente en las tinieblas de nuestro desconocimiento». Williams apuntó y se preguntó/respondió en una entrevista: «¿Fue sólo un sueño el que la literatura alguna vez fuese algo peligroso y tuviese el poder de despertarnos y cambiarnos para siempre? Yo creo que un escritor debe tener cierta responsabilidad en cuanto a sus sueños y a las señales que percibe. Si no haces nada con todo ese material, acabas perdiéndolo. Y más temprano que tarde dejas de recibir estas profecías. Tal vez la novela muera y hasta los cuentos se extingan, porque estamos tan cansados de hablar sobre nosotros mismos». Mientras tanto y hasta entonces, por suerte, Williams sigue creyendo en lo que vale la pena y la alegría creer. El efecto producido por este gran librito es, entonces, el de haber caído en un acelerador de partículas o la caza no de la Partícula de Dios sino de un Dios muy particular. Efecto que Williams —que este noviembre publicará los cuentos acaso más ‘normales’ de ‘The Pelican Child’— potenció después de ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ con la publicación de su gemelo oscuro: ‘Concerning the Future of Souls’, donde noventa y nueve miniaturas más versan sobre Azrael y todas sus muchas diabólicas y satánicas y luciferinas encarnaciones. Y —cabía esperarlo— para Williams uno y otro, El Bueno y El Malo, no resultan muy diferentes a la hora de considerarnos y desconsiderarnos. Porque para ellos, de algún modo, no somos otra cosa que ese dinosaurio que sigue estando allí cada vez que se despiertan y comprueban que aún no nos hemos extinguido. Y que —cada vez más ocurrentes a la hora de pecar— seguimos contando el cuento, los cuentos, tan divinos, en sus nombres.
Para empezar, para precisar: las cuatro estrellas con las que esta reseña bendice a Noventa y nueve cuentos divinos probablemente serían tres estrellas de no estar contados por una escritora inequívocamente cinco estrellas como lo es Joy Williams.
Ya se sabe, o debería saberse: … Williams —nacida en Massachusetts, 1944, par de constantes gafas negras en su rostro, acaso para no autoencandilarse por el resplandor atómico del estallido de su prosa— como la autora más que venerada desde su debut en 1973 por gente como Harold Brodkey y James Salter y William Gass y Don DeLillo y Raymond Carver, y más tarde por Denis Johnson y Bret Easton Ellis y George Saunders, y ahora mismo por evangelistas suyas y de lo suyo como Lauren Groff y Mariana Enriquez y Lydia Millet y Laura Fernández y María José Navia y Ottesa Moshfegh y Clare Vaye Watkins y Catherine Lacey.

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Autora
Joy Williams -
Editorial
Seix Barral -
Año
2025 -
Páginas
160 -
Precio
18,50 euros
Todos y todas ellas—ya lo dije alguna vez— jurando en y por su nombre y perteneciendo a algo que podría bautizarse como la Joy Division y donde se veneran biblias como ‘La rastra’, ‘Los vivos y los muertos’, ‘Estado de gracia’, ‘El hijo cambiado’ y esa monolítica catedral donde se rinde culto a sus ‘Cuentos escogidos’.
Tramas y estilo donde parecen comulgar Flannery O´Connor con J. G. Ballard con David Lynch y donde los personajes asumen, entre otras cuestiones, que «ya es demasiado tarde para sentir miedo» pero que, también, mientras se espera que se abra el último sello del Apocalipsis, bien su puede matar el tiempo «exterminando a todos los poetas».
Los personajes asumen, entre otras cuestiones, que «ya es demasiado tarde para sentir miedo»
El casi centenar de más versículos fabulosos (de fábula) que micro-relatos (ese género al que suele apuntarse en más de una ocasión aquellos que se saben imposibilitados de alcanzar lo macro) que acaban componiendo esa suerte de amplio brevario que es ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ gira y orbita alrededor de variaciones acerca de la figura de Dios. Un Dios ‘à la Williams’, se entiende.
Un Dios acompañado —como en abigarrado fresco de cúpula o portada del ‘Sgt. Pepper’s’— por presencias de e invocaciones a Dante, Philip K. Dick, Karl Jung, Simone Weil, Kafka, Thomas Bernhard (el conjunto recuerda por momentos a su ‘El imitador de voces’) y siguen las santísimas firmas o el examen no de santos sudarios sino de piezas escogidas de la marca Victoria’s Secret o de perros clonados de colas fosforescentes.
Todos y todas y todo en textos cortos con título no de entrada sino al pie (en ocasiones funcionando como ‘punchline’ clarificador o enigmático) y que van del aforismo críptico al ‘sketch’ visionario pasando por el chiste excelentemente malo sobrevolados por los espíritus santos de Donald Barthelme & Richard Brautigan o los estribillos más sacro-sacrílegos de Bob Dylan ‘circa’ ‘Desolation Row’ o ‘Ballad of a Thin Man’ o ‘Highway 61 Revisited’.
Tan raros
Así, Dios esperando recibir una vacuna contra el herpes en un ‘drugstore’, o yendo a proveerse del material y alimentos para el cuidado de una tortuga que piensa adoptar, o teniendo tantas ganas de participar en un ‘demolition derby’ mientras, por supuesto, no puede sino preguntarse cómo es que los hombres y mujeres que alguna vez supo crear le salieron, a su imagen y semejanza, tan raros y raras.
Creaciones que aún así (leer el texto número 49) saben sermonear que el no poder jamás hablar acerca de Dios del mismo modo en que nos referimos a las cosas más comunes no implica el que debamos dejar de pensar en Él todo el tiempo y que así «llevemos nuestras mentes a los límites de aquello que conocemos, descendiendo aún más profundamente en las tinieblas de nuestro desconocimiento».
Williams apuntó y se preguntó/respondió en una entrevista: «¿Fue sólo un sueño el que la literatura alguna vez fuese algo peligroso y tuviese el poder de despertarnos y cambiarnos para siempre? Yo creo que un escritor debe tener cierta responsabilidad en cuanto a sus sueños y a las señales que percibe. Si no haces nada con todo ese material, acabas perdiéndolo. Y más temprano que tarde dejas de recibir estas profecías. Tal vez la novela muera y hasta los cuentos se extingan, porque estamos tan cansados de hablar sobre nosotros mismos». Mientras tanto y hasta entonces, por suerte, Williams sigue creyendo en lo que vale la pena y la alegría creer.
El efecto producido por este gran librito es, entonces, el de haber caído en un acelerador de partículas o la caza no de la Partícula de Dios sino de un Dios muy particular. Efecto que Williams —que este noviembre publicará los cuentos acaso más ‘normales’ de ‘The Pelican Child’— potenció después de ‘Noventa y nueve cuentos divinos’ con la publicación de su gemelo oscuro: ‘Concerning the Future of Souls’, donde noventa y nueve miniaturas más versan sobre Azrael y todas sus muchas diabólicas y satánicas y luciferinas encarnaciones.
Y —cabía esperarlo— para Williams uno y otro, El Bueno y El Malo, no resultan muy diferentes a la hora de considerarnos y desconsiderarnos. Porque para ellos, de algún modo, no somos otra cosa que ese dinosaurio que sigue estando allí cada vez que se despiertan y comprueban que aún no nos hemos extinguido. Y que —cada vez más ocurrentes a la hora de pecar— seguimos contando el cuento, los cuentos, tan divinos, en sus nombres.
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