En 1967, Mario Vargas Llosa ganó el Premio Rómulo Gallegos de Novela por ‘La Casa Verde’. El premio literario ya no existe, el país que lo concede —a su manera— tampoco. Entonces, don Mario era un menesteroso tirapiedras. Un rebelde sartreano. Todos en su década quisieron ser eso. Todos ellos asaltaron con más fortuna la literatura que la batalla ideológica, y acaso ésa fue la razón por la cual todavía hacen Boom. La insurgencia ocurría en las estructuras de sus novelas. No en otra parte. El discurso que leyó Mario Vargas Llosa al aceptar el Premio Rómulo Gallegos , en 1967, llevaba por título ‘La literatura es fuego’, un ideario bastante claro de lo que la vocación literaria entrañaba para él: «El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba, contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal». Él, sus palabras y su corbata lucían afiladísimos en la foto que pude conseguir de aquella velada. Una instantánea de dos escritores ahora muertos, pero en aquel momento en trance de relevo. Imagino a Rómulo Gallegos escuchándolo. El primer presidente democráticamente electo de su país, derrocado en 1948 por una Junta Militar, el autor de ‘Doña Bárbara’, la biblia de la literatura como proyecto civilizador. Lo imagino deletrear en su mente las palabras que leía el ganador del premio creado en su honor. Más de cincuenta años después, una vez desmantelado el país y el premio bautizado con su nombre, y que fue en su momento el epicentro de la conversación literaria iberoamericana, el certamen de novela Mario Vargas Llosa —que hace unos días ha anunciado los finalistas de su séptima edición— ocupa el lugar que alguna vez tuvo el Rómulo Gallegos. Hay paradoja, una extraña y paradójica belleza, en ese relevo implícito. En ese fuego que sigue ardiendo. En 1967, Mario Vargas Llosa ganó el Premio Rómulo Gallegos de Novela por ‘La Casa Verde’. El premio literario ya no existe, el país que lo concede —a su manera— tampoco. Entonces, don Mario era un menesteroso tirapiedras. Un rebelde sartreano. Todos en su década quisieron ser eso. Todos ellos asaltaron con más fortuna la literatura que la batalla ideológica, y acaso ésa fue la razón por la cual todavía hacen Boom. La insurgencia ocurría en las estructuras de sus novelas. No en otra parte. El discurso que leyó Mario Vargas Llosa al aceptar el Premio Rómulo Gallegos , en 1967, llevaba por título ‘La literatura es fuego’, un ideario bastante claro de lo que la vocación literaria entrañaba para él: «El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba, contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal». Él, sus palabras y su corbata lucían afiladísimos en la foto que pude conseguir de aquella velada. Una instantánea de dos escritores ahora muertos, pero en aquel momento en trance de relevo. Imagino a Rómulo Gallegos escuchándolo. El primer presidente democráticamente electo de su país, derrocado en 1948 por una Junta Militar, el autor de ‘Doña Bárbara’, la biblia de la literatura como proyecto civilizador. Lo imagino deletrear en su mente las palabras que leía el ganador del premio creado en su honor. Más de cincuenta años después, una vez desmantelado el país y el premio bautizado con su nombre, y que fue en su momento el epicentro de la conversación literaria iberoamericana, el certamen de novela Mario Vargas Llosa —que hace unos días ha anunciado los finalistas de su séptima edición— ocupa el lugar que alguna vez tuvo el Rómulo Gallegos. Hay paradoja, una extraña y paradójica belleza, en ese relevo implícito. En ese fuego que sigue ardiendo.
LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
En 1967, Mario Vargas Llosa ganó el Premio Rómulo Gallegos de Novela por ‘La Casa Verde’. El premio literario ya no existe, el país que lo concede —a su manera— tampoco. Entonces, don Mario era un menesteroso tirapiedras. Un rebelde sartreano. Todos en su … década quisieron ser eso. Todos ellos asaltaron con más fortuna la literatura que la batalla ideológica, y acaso ésa fue la razón por la cual todavía hacen Boom. La insurgencia ocurría en las estructuras de sus novelas. No en otra parte.
El discurso que leyó Mario Vargas Llosa al aceptar el Premio Rómulo Gallegos, en 1967, llevaba por título ‘La literatura es fuego’, un ideario bastante claro de lo que la vocación literaria entrañaba para él: «El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba, contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal». Él, sus palabras y su corbata lucían afiladísimos en la foto que pude conseguir de aquella velada. Una instantánea de dos escritores ahora muertos, pero en aquel momento en trance de relevo.
Imagino a Rómulo Gallegos escuchándolo. El primer presidente democráticamente electo de su país, derrocado en 1948 por una Junta Militar, el autor de ‘Doña Bárbara’, la biblia de la literatura como proyecto civilizador. Lo imagino deletrear en su mente las palabras que leía el ganador del premio creado en su honor. Más de cincuenta años después, una vez desmantelado el país y el premio bautizado con su nombre, y que fue en su momento el epicentro de la conversación literaria iberoamericana, el certamen de novela Mario Vargas Llosa —que hace unos días ha anunciado los finalistas de su séptima edición— ocupa el lugar que alguna vez tuvo el Rómulo Gallegos. Hay paradoja, una extraña y paradójica belleza, en ese relevo implícito. En ese fuego que sigue ardiendo.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura