Tiene Jannik Sinner la virtud de moverse en un registro, el del término medio, que tan buen aliado ha sido para algunos campeones históricos. Ninguna salida de tono, discurso siempre correcto y ejemplaridad en el día a día, señalado por sus propios compañeros —y compañeras del circuito femenino— como un modelo a seguir por su desempeño tanto en los entrenamientos como sobre la pista. Su carrera sufrió un desagradable giro hace aproximadamente un año, cuando trascendió un doble positivo por clostebol —esteroide anabólico prohibido por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA)— que finalmente quedó reducido a un castigo de tres meses, previo pacto.
El campeón reacciona y detiene la ola ganadora
del murciano, en otra demostración de fortaleza mental que asocia a un concepto simple: “Trabajo”
Tiene Jannik Sinner la virtud de moverse en un registro, el del término medio, que tan buen aliado ha sido para algunos campeones históricos. Ninguna salida de tono, discurso siempre correcto y ejemplaridad en el día a día, señalado por sus propios compañeros —y compañeras del circuito femenino— como un modelo a seguir por su desempeño tanto en los entrenamientos como sobre la pista. Su carrera sufrió un desagradable giro hace aproximadamente un año, cuando trascendió un doble positivo por clostebol —esteroide anabólico prohibido por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA)— que finalmente quedó reducido a un castigo de tres meses, previo pacto.
De uno a otro extremo, sin embargo, el mismo Sinner de siempre. El tipo que se comporta exactamente que igual que como compite: aplicado, desde el silencio. Así que de la misma forma que el episodio de la sustancia no desestabilizó un ápice su trayectoria, sino más bien todo lo contrario, el bofetón recibido el 8 de junio en París, donde acariciaba el trofeo prácticamente con las dos manos, fue interpretado por el italiano como una lección para revertir su suerte. Habla el número uno constantemente de trabajo y de evolución, devoto como lo es de la escuela práctica: no conviene quedarse encerrado en lo negativo cuando existe la opción de reescribir la historia.
“Fue una derrota complicada”, admite, “pero se trata de aprender qué se hace bien y qué se hace mal. Y eso hemos hecho, hemos seguido trabajando. Esa es la razón por la que este trofeo está aquí [entre sus manos]”. El caso es que después de perder contra Alcaraz en el desenlace de Roland Garros, el de San Cándido, escuela nadaliana, redobló su apuesta por el entrenamiento y cogió el pico y la pala tras un exhaustivo análisis. Antes, eso sí, hizo una pausa que despejó su mente y le ayudó a reponerse en un margen muy escaso, dado que una semana después de caer en el Bois de Boulogne ya se encontraba peloteando en Halle en el inicio de la gira verde.
Allí, en Alemania, cedió en la primera aparición. Tocado y… ¿hundido? ¿Hasta qué punto repercutiría el episodio francés de cara a Wimbledon? No demasiado. Visto lo visto, en realidad nada. “Esa derrota”, decía estos días, “ya no estaba en mi cabeza”. “Así que después de lo que sucedió allí hicimos una buena barbacoa y jugué al pimpón con mis amigos. Luego perdí en Halle, algo que no estaba planeado, pero”, paradojas, “me vino bien para disponer de una semana más de preparación, que necesitaba para recuperar mi nivel”. Por instantes lo tuvo crudo contra Grigor Dimitrov en los octavos, pero una lesión del búlgaro le catapultó con mayor fuerza hacia las estaciones finales.
“Aunque no llore, estoy muy emocionado”, contesta a los periodistas después de lograr su cuarto grande, a la altura histórica de Ken Rosewall, Guillermo Vilas y Jim Courier, con 20 trofeos ya en la vitrina. “Solo yo y las personas que están cerca de mí saben por todo lo que hemos pasado tanto dentro como fuera de la pista”, se refiere al sentido abrazo colectivo que se ha dado en la grada con sus familiares. “La única solución a todo es siempre mejorar. Acepté las cosas y comencé a entrenar con mucha intensidad. No quería hundirme”, prorroga el transalpino, capaz de sobreponerse a la excepcionalidad del clostebol y también al palo parisino.
A tirones
Desde que trascendiera el positivo, Sinner, de 23 años, se ha hecho con tres majors y ha alcanzado la final del cuarto que ha disputado. Y, por fin, ha conseguido detener la imparable ola de Alcaraz, que le había derrotado en los cinco últimos cruces, los tres últimos de ellos finales. De haber ganado otra vez, el español (22) hubiera hurgado en la herida de una rivalidad muy pareja que va resolviéndose a tirones, que ya no admite siquiera la discusión de Novak Djokovic. Este curso, dos grandes para él —venció también en enero en Australia— y uno para el de El Palmar. Desde 2022, fecha del primer alirón del murciano, se han apropiado de nueve de los 12 en juego.
Su pulso ya sigue los pasos de los precedentes entre los gigantes. Con los siete títulos obtenidos entre 2024 y 2025, ambos se acercan a las cosechas de Djokovic y Nadal —ocho entre 2018 y 2020, y nueve entre 2010 y 2012— y del balear y Federer —once entre 2005 y 2007—. Desde 2000, únicamente el mallorquín (86%) presenta un promedio superior al de Sinner (81%) en los 100 primeros partidos en los grandes escenarios, por encima de los de Federer (80%), Djokovic (79%) y Andy Murray (77%). Repuesto y con el US Open a la vista, encuentra un estímulo permanente en la presión de Alcaraz.
“No es nada fácil jugar contra alguien con el que has perdido varias veces últimamente, pero, al mismo tiempo, siento que siempre estuve cerca de poder ganarle”, afirma. “Nunca me he venido abajo y siempre veo a Alcaraz como alguien superior porque incluso hoy, creo que hizo un par de cosas mejor que yo”, añade; “estoy feliz de ver que el trabajo que hacemos es bueno y siento que, con 23 años, todavía no he llegado a mi máximo nivel. Ojalá poder seguir mejorando, pero es importante tener a este tipo de jugadores enfrente para comprobar qué hay que seguir dando cada día el máximo para estar bien”.
Y remata uno de sus técnicos, Darren Cahill: “La actitud que tuvo en Roland Garros fue impecable. Sabíamos que iba a levantarse”. Y así lo hace Sinner.
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