Es la historia de un desquite. Brazos en cruz, manos a la cabeza y caricias a la hierba de Jannik Sinner, un fenómeno que solo un mes después de haber recibido un señor crochet en París, del que algunos jamás se rehacen, se rebela y se levanta. Contragolpea: señal de grandeza. El 4-6, 6-4, 6-4 y 6-4 (tras 3h 04m) le concede su primer título en Wimbledon, el cuarto grande de su palmarés, y enriquece una fabulosa rivalidad que va cogiendo cuerpo y ahora vuelve a comprimirse para bien de un deporte que ilumina a dos fueras de serie en La Catedral. Turno esta vez para el de San Cándido, repuesto en un lapso mínimo de tiempo porque, tal vez, ni siquiera hubiera tenido tiempo para asimilar la derrota cruel de Roland Garros, donde dispuso de tres bolas de partido.
El italiano contragolpea y remonta en el desenlace de Londres ante el español (4-6, 6-4, 6-4 y 6-4) y alza su cuarto grande para comprimir de nuevo la rivalidad
Es la historia de un desquite. Brazos en cruz, manos a la cabeza y caricias a la hierba de Jannik Sinner, un fenómeno que solo un mes después de haber recibido un señor crochet en París, del que algunos jamás se rehacen, se rebela y se levanta. Contragolpea: señal de grandeza. El 4-6, 6-4, 6-4 y 6-4 (tras 3h 04m) le concede su primer título en Wimbledon, el cuarto grande de su palmarés, y enriquece una fabulosa rivalidad que va cogiendo cuerpo y ahora vuelve a comprimirse para bien de un deporte que ilumina a dos fueras de serie en La Catedral. Turno esta vez para el de San Cándido, repuesto en un lapso mínimo de tiempo porque, tal vez, ni siquiera hubiera tenido tiempo para asimilar la derrota cruel de Roland Garros, donde dispuso de tres bolas de partido.
En esta ocasión, él sonríe y, cosas del murciano, Alcaraz también. Así es él. Le duele a este, pero lo acepta, lo admite. El rival ha sido superior. Superlativa la reacción, el resurgir y la remontada anímica del nuevo campeón, el primer tenista de su nacionalidad que conquista el All England Club. Al español le ha faltado servicio y chispa. “Es difícil perder, siempre lo es”, lamenta. “Pero estoy muy orgulloso de todo lo que estoy haciendo. Por supuesto que nos veremos de nuevo”. “No me quiero ir sin dar las gracias al rey de España por venir a apoyarme”, desliza antes de enfilar el vestuario, sin la posibilidad ya de encadenar un triplete que le hubiera guiado hacia el sexto major y una nueva dimensión, junto a los Borg, Sampras, Federer y Djokovic.
Antes, larga colas por las calles del recinto, es la hora del banquete y los británicos, muy aplicados ellos en esto, respetan de manera escrupulosa el orden para el acceso a la colina: a falta de butaca, magnífica alternativa. Nadie se lo quiere perder. Como sea y desde donde sea. En el interior de la Centre Court, los privilegiados observan cómo se baten los dos chicos de oro, tal y como lo dejaron en París; a todo trapo, sin tregua, forzándose e inventando, tratando de buscar soluciones sobre la marcha porque cada bola es un reto. A cada envite, otro mayor. Y eso que de entrada Sinner parece un pelín aletargado. Tal vez sea el calorcillo, tal vez sea el escenario. Quizá sea la circunstancia.
Impone esta pista, tanta presencia —mucha high class y celebridades por doquier— e intimida el contoneo controlador de Alcaraz al resto, culeando, diciéndole que aquí está él, el artista que viene comiéndole la moral últimamente. Sin embargo, el italiano va soltándose y descerrajando, cogiendo ese puntillo que traduce su tenis en pura ingeniería, precisión y látigo para dar y regalar. Ahí la quiere, ahí que va. Los hay, en vivo, quienes se preguntan si ese pelirrojo es de carne y hueso. Ni un gesto se le escapa, tan solo ejecución. Su juego es una suerte de aleación, frente al espíritu artístico de Alcaraz. Uno es algo así como el ideal de todo entrenador; el otro, la fantasía que uno prefiera.

Bendita imperfección. Va por detrás Alcaraz, le ha arrebatado Sinner por primera vez el saque, pero en esas, cuando parece que esa derecha cruzada no termina de carburar y que el servicio sesteaba, ¡pum! El corcho del champán salta hasta la pista. Boooohhh!, primero. Abucheos. Y se desata también la risa floja. Qué barbaridad. “Ya está haciendo de las suyas”, dice Tumaini, de Brixton, cronista de The Guardian, cuando el murciano recula y se estira increíblemente para cazar esa pelota que viaja a la cruceta profunda, dura, tensa, esquinadísima, tremendo manotazo, y la devuelve fabricando un escorzo que desafía a toda ley física. Era teóricamente inalcanzable. Así lo parecía. De eso nada.
A la acción, maravillosa, tan plástica, le ha precedido la superioridad en un intercambio eléctrico de unos 20 tiros (que ha caído también de su lado) y un ace a 225 km/h que ha levantado el polvillo de la cal, como si fuera un balazo. Amigo mío, si me buscas aquí estoy. Si a Sinner le da por apretar, ahí que se levantará él. Súbanse al Dragon Khan. Esto es tenis de ida y vuelta, infinidad de viajes en una sola tarde. En un mismo punto. Son dos exploradores. Parcial de 4-0. Tras casi todo subidón, sin embargo, suele suceder la bajada y después de las palmas, la celebración y el dedito otra vez a la oreja —pesadilla ya para Sinner—, llega una mala entrada en el segundo set, paso en falso y rotura. Demasiada adrenalina, excesiva euforia.
“Qué malo eres, tío…”
Esta vez, no habrá corrección. Pese a esa píldora de éxtasis del adversario, el italiano se endereza y no decae. Se oye el avión, esta es la pista de los sonidos, todo se escucha. Se siente. Hasta el ligerísimo resoplido del número uno al pegar; también cuando sus suelas rascan la arenilla del fondo y cae un par de veces. Va por dentro la profesión. Es de piedra, pero por dentro crepita un volcán: “Let’s gooooo!”. Se descubre su voz en una pista, el signo de liberación que le permite encauzar el set y devolverlo todo al punto de partida. No es un calco, pero casi. Sinner en todo su esplendor y tirando de piernas para llegar a adonde pocos lo hacen. De puntazo a puntazo.
Ha rizado el rizo Alcaraz en uno, y el otro lo resuelve por mera fuerza, contragolpeando: perfección en el apoyo y la torsión, y un cruzado aplastante. Puño arriba, llama también a la grada. “¡Forza!”. Hasta ahí, anímicamente impecable. Ni rastro de París. Coincide esa buena dinámica conque merma considerablemente el promedio del español con los primeros saques —55%-61%-43%— y, además, conque no termina de calibrar del todo bien la dejada, muy corta o muy larga. Quiere romper el ritmo, pero no lo consigue. “Qué malo eres, tío…”, se fustiga. Cuerpea y no cede, pero Sinner continúa incrementando la agresividad, aumentando el filo de sus tiros y apurando más y más.

Vamos, Carlos, wake up!”. ¡Despierta! Pero esta vez es distinto. Londres no es París, así que el terreno concedido, si el de enfrente saca, está caliente, todo lo resta y todo lo mete a mil por hora, caso del rey del circuito, es verdaderamente complicado. Ahora sí que sí, a sufrir. Ahí enfrente hay un cíborg intratable. De nuevo por detrás, a remolque, rotura al tercer juego de la cuarta manga; doble paralelo de revés. Definitivamente, Alcaraz está en manos del rival, así que solo cabe aguardar al paso en falso que esta vez no llega. De nuevo, otro peliagudo examen atmosférico para Sinner, que en Roland Garros se vio con la muchedumbre encima y hoy resiste al deseo de Londres.
La grada quiere más final, más épica. Pero aguanta y lo finiquita: exhibición mental. Sirve para cerrar, como en París. Y era su día. Decisión y agallas, segundos a las líneas y mucha valentía. Termina inclinándose sin remedio Alcaraz, al que se le escapa el triplete londinense. Era un domingo inglés para el desquite. Es una rivalidad que sigue echando más y más chispas. Y lo que queda.
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