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  Cultura  Teatro, Almagro es puro teatro
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Teatro, Almagro es puro teatro

julio 4, 2025
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«Teatro, lo tuyo es puro teatro», reza el bolero que popularizó La Lupe. Y hay una población que se ha tomado esa letra a pies juntillas y, durante un mes, se vuelve ‘puro teatro’. Es Almagro, una localidad del Campo de Calatrava manchego que cada año desde hace algo menos de medio siglo convierte a las artes escénicas en el epicentro de su actividad durante un mes; es el tiempo que dura el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, creado en torno al Corral de Comedias, una joya construida en 1628. La población de Almagro se multiplica por seis en estas semanas, y «los del teatro» –como se refieren a ellos sus habitantes– conviven con los lugareños; es difícil encontrar un festival donde se produzca una comunión así entre el pueblo y los visitantes. El teatro –y más concretamente, el teatro clásico– se ha convertido además en un eje para toda la zona, donde en los últimos años se han multiplicado los grupos de teatro amateur, que presentan en distintos certámenes sus trabajos. Y si una obra de nuestro Siglo de Oro tiene como protagonista al pueblo, esa es ‘Fuenteovejuna’, de Lope de Vega, sin duda uno de los grandes textos de la literatura dramática universal. La Compañía Nacional de Teatro Clásico, tan vinculada a Almagro que es su segunda sede, y el festival el escenario en el que tradicionalmente estrena sus producciones, ha estrenado un nuevo montaje de ‘Fuenteovejuna’. La versión es de María Folguera y la dirección de Rakel Camacho. Jorge Kent, Pascual Laborda, Cristina Marín-Miró, Chani Martín y Alberto Velasco encabezan un largo reparto para contar esta historia de solidaridad, abuso de poder, violencia y justicia. Lope de Vega se basó en un hecho real sucedido en 1476 en la localidad cordobesa de Fuente Obejuna, separada de Almagro por apenas doscientos kilómetros. De hecho, María Folguera y Rakel Camacho se toman una pequeña licencia al situar en Almagro –en el texto no se menciona, pero es verosímil, ya que aquí vivía el maestre de Calatrava– el comienzo de la obra. En ella se cuenta la rebelión de un pueblo ante la opresión, los abusos y las violaciones que lleva a cabo el Comendador, Fernán Gómez de Guzmán; los aldeanos, hartos, lo asesinan y se conjuran para aparecer ante la Justicia como los culpables: «¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, señor».La violenciaRakel Camacho centra su puesta en escena en la violencia; una violencia que deriva de lo más primitivo del ser humano. «Esta ‘Fuenteovejuna’ –ha dicho– quiere mirar al pasado para no olvidar. Para comprender nuestros orígenes. Para acercarnos al centro de la esencia humana a través de la danza, la música, lo tribal, lo popular, la vibración del verso y de los cuerpos, conviviendo en una potencia visual para compartir una historia que es nuestra». Su montaje es carnal, sanguino, violento, áspero, erizado; vive permanentemente en el grito –incluso demasiado–, y busca la complicidad visual, especialmente en el vestuario, de tradiciones más del Norte de España que del Sur: la txalaparta vasca, los zamarracos cántabros…, con los que pretende eliminar localismos. Quizás una mayor búsqueda de la esencia de la historia –hay tramas que hoy en día resultan superfluas ante la robustez de la historia–, hubiera beneficiado la función, poderosa y sugerente en cualquier caso. Rakel Camacho es la primera mujer que ha montado esta obra para la CNTC (que tampoco la ha frecuentado mucho; la montó en 1993 Adolfo Marsillach y en 2017, para la Joven, Javier Hernández-Simón), y lógicamente posa sobre ella una mirada femenina, que ya destaca el propio Lope de Vega, creador de personajes femeninos extraordinarios. Lope es un precursor del ‘empoderamiento femenino’, que tiene en Laurencia, la protagonista de ‘Fuenteovejuna’, un magnífico ejemplo. Su arenga en el tercer acto es un poderoso acto de rebeldía que cuatro siglos después sigue estremeciendo.La jornada inaugural había tenido su pistoletazo de salida un par de horas antes con la entrega del premio Corral de Comedias –lógicamente, en el lugar que le da nombre– a Cristina Hoyos, una de las grandes figuras del baile flamenco de las últimas décadas, primero al lado de Antonio Gades y después al frente de su propia compañía, que llevó por primera vez este arte a la Ópera de París. «Cristina Hoyos es un eslabón entre el Siglo de Oro y el siglo XXI, pasando por otros eslabones de esa cadena que fueron Lorca y Manuel de Falla», dijo en el acto Irene Pardo, directora del Festival de Almagro, que subrayó que era la primera vez que se otorgaba el galardón a la danza, «y tiene que ver con esa idea de un festival más complejo… Vayamos desdibujando los límites, quitando las etiquetas o, en lugar de quitarlas, sumarlas». «Cuando algo te levanta de la butaca, ¿cómo se paga eso?», se preguntó el director José Carlos Plaza, que ha trabajado con Cristina Hoyos en varios montajes, como ‘Yerma’ o ‘Romancero gitano’. En una intervención preñada de cariño y de admiración hacia la bailaora, destacó las raíces duras de Cristina Hoyos «en una España que existió», recordó lo mucho que aprendió de flamenco de manos de la artista –«nunca más volveré a decir castañuelas ni olé; diré palillos y olé»–, y concluyó diciendo de ella que «ha llenado el mundo de emoción; y de mí dirán: ‘Qué suerte que tuvo Plaza, que vivió en el tiempo de Cristina Hoyos». Mercedes Hoyos, sobrina de la bailaora, recordó que ésta nació en el Corral Trompero de Sevilla, en una alcoba donde estaban «ella, una radio y un espejo»; rememoró también su lucha contra el cáncer de pecho –«se daba quimioterapia los lunes y el martes ya estaba bailando»–, para terminar con palabras de su madre, hermana de Cristina: «Besándole los pies no le pagamos».Noticia Relacionada estandar Si Cristina Hoyos: «Mi padre me decía: ‘Tinita, a ver cómo mueves los brazos’, y nunca he dejado de moverlos» Marta Carrasco La bailaora sevillana recibe estos días el Premio Corral del Festival de Teatro de Almagro mientras repasa su trayectoria«La mayor parte de mi vida la he pasado en los teatros», comenzó muy emocionada la propia Cristina Hoyos, que vino a Almagro con su inseparable Juan Antonio Jiménez, «y aún lo hago. Yo he hecho dramaturgia con mi cuerpo», añadió, para ofrecer una pincelada de ese arte que ha aplaudido el mundo entero y que no la abandona a pesar de los años: ese cuerpo juncal y esas manos que se encrestan hacia el aire, y que son el santo y seña de una de las grandes damas de la danza en España. «Teatro, lo tuyo es puro teatro», reza el bolero que popularizó La Lupe. Y hay una población que se ha tomado esa letra a pies juntillas y, durante un mes, se vuelve ‘puro teatro’. Es Almagro, una localidad del Campo de Calatrava manchego que cada año desde hace algo menos de medio siglo convierte a las artes escénicas en el epicentro de su actividad durante un mes; es el tiempo que dura el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, creado en torno al Corral de Comedias, una joya construida en 1628. La población de Almagro se multiplica por seis en estas semanas, y «los del teatro» –como se refieren a ellos sus habitantes– conviven con los lugareños; es difícil encontrar un festival donde se produzca una comunión así entre el pueblo y los visitantes. El teatro –y más concretamente, el teatro clásico– se ha convertido además en un eje para toda la zona, donde en los últimos años se han multiplicado los grupos de teatro amateur, que presentan en distintos certámenes sus trabajos. Y si una obra de nuestro Siglo de Oro tiene como protagonista al pueblo, esa es ‘Fuenteovejuna’, de Lope de Vega, sin duda uno de los grandes textos de la literatura dramática universal. La Compañía Nacional de Teatro Clásico, tan vinculada a Almagro que es su segunda sede, y el festival el escenario en el que tradicionalmente estrena sus producciones, ha estrenado un nuevo montaje de ‘Fuenteovejuna’. La versión es de María Folguera y la dirección de Rakel Camacho. Jorge Kent, Pascual Laborda, Cristina Marín-Miró, Chani Martín y Alberto Velasco encabezan un largo reparto para contar esta historia de solidaridad, abuso de poder, violencia y justicia. Lope de Vega se basó en un hecho real sucedido en 1476 en la localidad cordobesa de Fuente Obejuna, separada de Almagro por apenas doscientos kilómetros. De hecho, María Folguera y Rakel Camacho se toman una pequeña licencia al situar en Almagro –en el texto no se menciona, pero es verosímil, ya que aquí vivía el maestre de Calatrava– el comienzo de la obra. En ella se cuenta la rebelión de un pueblo ante la opresión, los abusos y las violaciones que lleva a cabo el Comendador, Fernán Gómez de Guzmán; los aldeanos, hartos, lo asesinan y se conjuran para aparecer ante la Justicia como los culpables: «¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, señor».La violenciaRakel Camacho centra su puesta en escena en la violencia; una violencia que deriva de lo más primitivo del ser humano. «Esta ‘Fuenteovejuna’ –ha dicho– quiere mirar al pasado para no olvidar. Para comprender nuestros orígenes. Para acercarnos al centro de la esencia humana a través de la danza, la música, lo tribal, lo popular, la vibración del verso y de los cuerpos, conviviendo en una potencia visual para compartir una historia que es nuestra». Su montaje es carnal, sanguino, violento, áspero, erizado; vive permanentemente en el grito –incluso demasiado–, y busca la complicidad visual, especialmente en el vestuario, de tradiciones más del Norte de España que del Sur: la txalaparta vasca, los zamarracos cántabros…, con los que pretende eliminar localismos. Quizás una mayor búsqueda de la esencia de la historia –hay tramas que hoy en día resultan superfluas ante la robustez de la historia–, hubiera beneficiado la función, poderosa y sugerente en cualquier caso. Rakel Camacho es la primera mujer que ha montado esta obra para la CNTC (que tampoco la ha frecuentado mucho; la montó en 1993 Adolfo Marsillach y en 2017, para la Joven, Javier Hernández-Simón), y lógicamente posa sobre ella una mirada femenina, que ya destaca el propio Lope de Vega, creador de personajes femeninos extraordinarios. Lope es un precursor del ‘empoderamiento femenino’, que tiene en Laurencia, la protagonista de ‘Fuenteovejuna’, un magnífico ejemplo. Su arenga en el tercer acto es un poderoso acto de rebeldía que cuatro siglos después sigue estremeciendo.La jornada inaugural había tenido su pistoletazo de salida un par de horas antes con la entrega del premio Corral de Comedias –lógicamente, en el lugar que le da nombre– a Cristina Hoyos, una de las grandes figuras del baile flamenco de las últimas décadas, primero al lado de Antonio Gades y después al frente de su propia compañía, que llevó por primera vez este arte a la Ópera de París. «Cristina Hoyos es un eslabón entre el Siglo de Oro y el siglo XXI, pasando por otros eslabones de esa cadena que fueron Lorca y Manuel de Falla», dijo en el acto Irene Pardo, directora del Festival de Almagro, que subrayó que era la primera vez que se otorgaba el galardón a la danza, «y tiene que ver con esa idea de un festival más complejo… Vayamos desdibujando los límites, quitando las etiquetas o, en lugar de quitarlas, sumarlas». «Cuando algo te levanta de la butaca, ¿cómo se paga eso?», se preguntó el director José Carlos Plaza, que ha trabajado con Cristina Hoyos en varios montajes, como ‘Yerma’ o ‘Romancero gitano’. En una intervención preñada de cariño y de admiración hacia la bailaora, destacó las raíces duras de Cristina Hoyos «en una España que existió», recordó lo mucho que aprendió de flamenco de manos de la artista –«nunca más volveré a decir castañuelas ni olé; diré palillos y olé»–, y concluyó diciendo de ella que «ha llenado el mundo de emoción; y de mí dirán: ‘Qué suerte que tuvo Plaza, que vivió en el tiempo de Cristina Hoyos». Mercedes Hoyos, sobrina de la bailaora, recordó que ésta nació en el Corral Trompero de Sevilla, en una alcoba donde estaban «ella, una radio y un espejo»; rememoró también su lucha contra el cáncer de pecho –«se daba quimioterapia los lunes y el martes ya estaba bailando»–, para terminar con palabras de su madre, hermana de Cristina: «Besándole los pies no le pagamos».Noticia Relacionada estandar Si Cristina Hoyos: «Mi padre me decía: ‘Tinita, a ver cómo mueves los brazos’, y nunca he dejado de moverlos» Marta Carrasco La bailaora sevillana recibe estos días el Premio Corral del Festival de Teatro de Almagro mientras repasa su trayectoria«La mayor parte de mi vida la he pasado en los teatros», comenzó muy emocionada la propia Cristina Hoyos, que vino a Almagro con su inseparable Juan Antonio Jiménez, «y aún lo hago. Yo he hecho dramaturgia con mi cuerpo», añadió, para ofrecer una pincelada de ese arte que ha aplaudido el mundo entero y que no la abandona a pesar de los años: ese cuerpo juncal y esas manos que se encrestan hacia el aire, y que son el santo y seña de una de las grandes damas de la danza en España.  

‘Fuenteovejuna’, una obra en la que el pueblo es el verdadero protagonistas, ha servido para inaugurar la 48ª edición del Festival de Teatro Clásico

Cristina Hoyos entra en el Corral de comedias de la mano de Irene Pardo Pablo Lorente

«Teatro, lo tuyo es puro teatro», reza el bolero que popularizó La Lupe. Y hay una población que se ha tomado esa letra a pies juntillas y, durante un mes, se vuelve ‘puro teatro’. Es Almagro, una localidad del Campo de Calatrava manchego que cada año desde hace algo menos de medio siglo convierte a las artes escénicas en el epicentro de su actividad durante un mes; es el tiempo que dura el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, creado en torno al Corral de Comedias, una joya construida en 1628. La población de Almagro se multiplica por seis en estas semanas, y «los del teatro» –como se refieren a ellos sus habitantes– conviven con los lugareños; es difícil encontrar un festival donde se produzca una comunión así entre el pueblo y los visitantes. El teatro –y más concretamente, el teatro clásico– se ha convertido además en un eje para toda la zona, donde en los últimos años se han multiplicado los grupos de teatro amateur, que presentan en distintos certámenes sus trabajos.

Y si una obra de nuestro Siglo de Oro tiene como protagonista al pueblo, esa es ‘Fuenteovejuna’, de Lope de Vega, sin duda uno de los grandes textos de la literatura dramática universal. La Compañía Nacional de Teatro Clásico, tan vinculada a Almagro que es su segunda sede, y el festival el escenario en el que tradicionalmente estrena sus producciones, ha estrenado un nuevo montaje de ‘Fuenteovejuna’. La versión es de María Folguera y la dirección de Rakel Camacho. Jorge Kent, Pascual Laborda, Cristina Marín-Miró, Chani Martín y Alberto Velasco encabezan un largo reparto para contar esta historia de solidaridad, abuso de poder, violencia y justicia.

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Lope de Vega se basó en un hecho real sucedido en 1476 en la localidad cordobesa de Fuente Obejuna, separada de Almagro por apenas doscientos kilómetros. De hecho, María Folguera y Rakel Camacho se toman una pequeña licencia al situar en Almagro –en el texto no se menciona, pero es verosímil, ya que aquí vivía el maestre de Calatrava– el comienzo de la obra. En ella se cuenta la rebelión de un pueblo ante la opresión, los abusos y las violaciones que lleva a cabo el Comendador, Fernán Gómez de Guzmán; los aldeanos, hartos, lo asesinan y se conjuran para aparecer ante la Justicia como los culpables: «¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, señor».

La violencia

Rakel Camacho centra su puesta en escena en la violencia; una violencia que deriva de lo más primitivo del ser humano. «Esta ‘Fuenteovejuna’ –ha dicho– quiere mirar al pasado para no olvidar. Para comprender nuestros orígenes. Para acercarnos al centro de la esencia humana a través de la danza, la música, lo tribal, lo popular, la vibración del verso y de los cuerpos, conviviendo en una potencia visual para compartir una historia que es nuestra». Su montaje es carnal, sanguino, violento, áspero, erizado; vive permanentemente en el grito –incluso demasiado–, y busca la complicidad visual, especialmente en el vestuario, de tradiciones más del Norte de España que del Sur: la txalaparta vasca, los zamarracos cántabros…, con los que pretende eliminar localismos. Quizás una mayor búsqueda de la esencia de la historia –hay tramas que hoy en día resultan superfluas ante la robustez de la historia–, hubiera beneficiado la función, poderosa y sugerente en cualquier caso.

Rakel Camacho es la primera mujer que ha montado esta obra para la CNTC (que tampoco la ha frecuentado mucho; la montó en 1993 Adolfo Marsillach y en 2017, para la Joven, Javier Hernández-Simón), y lógicamente posa sobre ella una mirada femenina, que ya destaca el propio Lope de Vega, creador de personajes femeninos extraordinarios. Lope es un precursor del ‘empoderamiento femenino’, que tiene en Laurencia, la protagonista de ‘Fuenteovejuna’, un magnífico ejemplo. Su arenga en el tercer acto es un poderoso acto de rebeldía que cuatro siglos después sigue estremeciendo.

La jornada inaugural había tenido su pistoletazo de salida un par de horas antes con la entrega del premio Corral de Comedias –lógicamente, en el lugar que le da nombre– a Cristina Hoyos, una de las grandes figuras del baile flamenco de las últimas décadas, primero al lado de Antonio Gades y después al frente de su propia compañía, que llevó por primera vez este arte a la Ópera de París. «Cristina Hoyos es un eslabón entre el Siglo de Oro y el siglo XXI, pasando por otros eslabones de esa cadena que fueron Lorca y Manuel de Falla», dijo en el acto Irene Pardo, directora del Festival de Almagro, que subrayó que era la primera vez que se otorgaba el galardón a la danza, «y tiene que ver con esa idea de un festival más complejo… Vayamos desdibujando los límites, quitando las etiquetas o, en lugar de quitarlas, sumarlas».

«Cuando algo te levanta de la butaca, ¿cómo se paga eso?», se preguntó el director José Carlos Plaza, que ha trabajado con Cristina Hoyos en varios montajes, como ‘Yerma’ o ‘Romancero gitano’. En una intervención preñada de cariño y de admiración hacia la bailaora, destacó las raíces duras de Cristina Hoyos «en una España que existió», recordó lo mucho que aprendió de flamenco de manos de la artista –«nunca más volveré a decir castañuelas ni olé; diré palillos y olé»–, y concluyó diciendo de ella que «ha llenado el mundo de emoción; y de mí dirán: ‘Qué suerte que tuvo Plaza, que vivió en el tiempo de Cristina Hoyos». Mercedes Hoyos, sobrina de la bailaora, recordó que ésta nació en el Corral Trompero de Sevilla, en una alcoba donde estaban «ella, una radio y un espejo»; rememoró también su lucha contra el cáncer de pecho –«se daba quimioterapia los lunes y el martes ya estaba bailando»–, para terminar con palabras de su madre, hermana de Cristina: «Besándole los pies no le pagamos».

«La mayor parte de mi vida la he pasado en los teatros», comenzó muy emocionada la propia Cristina Hoyos, que vino a Almagro con su inseparable Juan Antonio Jiménez, «y aún lo hago. Yo he hecho dramaturgia con mi cuerpo», añadió, para ofrecer una pincelada de ese arte que ha aplaudido el mundo entero y que no la abandona a pesar de los años: ese cuerpo juncal y esas manos que se encrestan hacia el aire, y que son el santo y seña de una de las grandes damas de la danza en España.

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