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Cultura

Un verano con… Don Miguel de Cervantes

julio 13, 2025
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En un lugar de la biblioteca a cuya balda no puedo acercarme, no ha mucho tiempo que reposaba un volumen encuadernado, de los de lomo cosido y tapas chifladas, que siempre conviene abrir en el estío, para espantar el hastío. El Quijote cervantino es un ejemplar hasta la médula veraniego, no porque en sus páginas el Hidalgo descubra el mar en Barcelona, sino porque sólo el tiempo lento del asueto permite volver a la lectura reposada de sus aventuras. Miguel de Cervantes Saavedra no tiene fecha asignada en el calendario, cada minuto de nuestra triste existencia cobra sentido si lo leemos, aunque bien vale la pena decir que es en los meses séptimo y octavo del calendario juliano cuando hallamos horas, días o semanas incluso, para andar y desandar los caminos del alma humana que el de Alcalá de Henares trazó como nadie. Da gusto ser ladrón y desgraciado en Monipodio, juez de los divorcios en los tribunales o enfermo en el Hospital de los Podridos si es el maestro quien glosa la estepa de la propia estupidez humana, como Sancho guardándose requesones en la ropa o creyéndose poderoso en Barataria. El verano es Cervantino porque mucho tiene de espejismo y de espejuelo. Nos creemos hermosos, ricos y afortunados, sentados ante la mesa de nuestras certezas, hasta que un espejo bien pulido muestra el lado convexo de nuestras alucinaciones. Hay engaño y compasión en los bañadores, humor roto en la tripa caída y el alma soleada, y ya completamente asolada, del solsticio. La única transformación que nos es permitida, como en los personajes cervantinos, es el camino alegre al hoyo. O al menos un buen recorrido, en su versión más humana. La estación del verano aparece en varias ocasiones en la obra de Miguel de Cervantes, especialmente en ‘Don Quijote de la Mancha’, aunque no siempre como tema central. Cervantes utiliza el verano para ambientar escenas, subrayar estados de ánimo, o como parte del paisaje simbólico de su narrativa. En ocasiones, eso sí, lo acota como tiempo y condición de la acción. Habita en su vapor la fatiga del viaje, el incordio del camino, tal y como alude en el capítulo segundo del primer tomo del Quijote: «Era el mes de julio, y con el calor y la sed que traía, le fue forzoso recoger el cuerpo en la sombra de una encina…». El estío en Cervantes es también propicio para los momentos amorosos y episodios del deseo. Actúa como paréntesis del sencillo despertar del cuerpo, sobre todo, en sus novelas pastoriles. No llega a ser un tema, pero sí una temperatura. «En el verano, cuando el día es más largo, las almas se inflaman más de amor, y los pastores y pastoras, entre las flores y los ríos, cantan sus penas y sus gozos con igual fervor», escribe en ‘La Galatea’. O remata incluso, en esas mismas páginas: «Buscaban los pastores en la sombra de los árboles frescura para sus cuerpos, y en el rumor del agua alivio para sus penas». Noticia Relacionada ENTREVISTA estandar Si David Uclés: «¿Realismo mágico? Yo diría que esta novela es costumbrismo mágico» Karina Sainz Borgo Al momento de esta conversación, el autor estaba en la recta final de promoción de la exitosa novela ‘La península de las casas vacías’ (Siruela), que ya sobrepasa las quince ediciones. Ahora, Uclés ha hecho una pausa para descansar, leer, escribir y prepararse para una intervención de corazónPlenitud de todo tipo respira el verano cuando lo escribe Miguel de Cervantes, e incluso en ‘La gitanilla’, hasta entran ganas de pegarse una sabrosa siesta, al arrullo de su prosa. «Era un caluroso día de verano, y la gente se recogía en las sombras, buscando alivio de las abrasadoras horas». Marinero en novela de Conrad, guerrillero en Lampedusa, pero eso sí, siempre pícaro en las de Cervantes. Diego Cortado abrazando a Rincón y Rincón a Cortado, tierna y estrechamente, limpios de polvo y de paja, mas no de grasa y malicia, robando a todo el que se cruce frente a ellos, como buen desgraciado vacacionista que un día sale al mar a nadar y a la vuelta ya no encuentra ni la sombrilla. En un lugar de la biblioteca a cuya balda no puedo acercarme, no ha mucho tiempo que reposaba un volumen encuadernado, de los de lomo cosido y tapas chifladas, que siempre conviene abrir en el estío, para espantar el hastío. El Quijote cervantino es un ejemplar hasta la médula veraniego, no porque en sus páginas el Hidalgo descubra el mar en Barcelona, sino porque sólo el tiempo lento del asueto permite volver a la lectura reposada de sus aventuras. Miguel de Cervantes Saavedra no tiene fecha asignada en el calendario, cada minuto de nuestra triste existencia cobra sentido si lo leemos, aunque bien vale la pena decir que es en los meses séptimo y octavo del calendario juliano cuando hallamos horas, días o semanas incluso, para andar y desandar los caminos del alma humana que el de Alcalá de Henares trazó como nadie. Da gusto ser ladrón y desgraciado en Monipodio, juez de los divorcios en los tribunales o enfermo en el Hospital de los Podridos si es el maestro quien glosa la estepa de la propia estupidez humana, como Sancho guardándose requesones en la ropa o creyéndose poderoso en Barataria. El verano es Cervantino porque mucho tiene de espejismo y de espejuelo. Nos creemos hermosos, ricos y afortunados, sentados ante la mesa de nuestras certezas, hasta que un espejo bien pulido muestra el lado convexo de nuestras alucinaciones. Hay engaño y compasión en los bañadores, humor roto en la tripa caída y el alma soleada, y ya completamente asolada, del solsticio. La única transformación que nos es permitida, como en los personajes cervantinos, es el camino alegre al hoyo. O al menos un buen recorrido, en su versión más humana. La estación del verano aparece en varias ocasiones en la obra de Miguel de Cervantes, especialmente en ‘Don Quijote de la Mancha’, aunque no siempre como tema central. Cervantes utiliza el verano para ambientar escenas, subrayar estados de ánimo, o como parte del paisaje simbólico de su narrativa. En ocasiones, eso sí, lo acota como tiempo y condición de la acción. Habita en su vapor la fatiga del viaje, el incordio del camino, tal y como alude en el capítulo segundo del primer tomo del Quijote: «Era el mes de julio, y con el calor y la sed que traía, le fue forzoso recoger el cuerpo en la sombra de una encina…». El estío en Cervantes es también propicio para los momentos amorosos y episodios del deseo. Actúa como paréntesis del sencillo despertar del cuerpo, sobre todo, en sus novelas pastoriles. No llega a ser un tema, pero sí una temperatura. «En el verano, cuando el día es más largo, las almas se inflaman más de amor, y los pastores y pastoras, entre las flores y los ríos, cantan sus penas y sus gozos con igual fervor», escribe en ‘La Galatea’. O remata incluso, en esas mismas páginas: «Buscaban los pastores en la sombra de los árboles frescura para sus cuerpos, y en el rumor del agua alivio para sus penas». Noticia Relacionada ENTREVISTA estandar Si David Uclés: «¿Realismo mágico? Yo diría que esta novela es costumbrismo mágico» Karina Sainz Borgo Al momento de esta conversación, el autor estaba en la recta final de promoción de la exitosa novela ‘La península de las casas vacías’ (Siruela), que ya sobrepasa las quince ediciones. Ahora, Uclés ha hecho una pausa para descansar, leer, escribir y prepararse para una intervención de corazónPlenitud de todo tipo respira el verano cuando lo escribe Miguel de Cervantes, e incluso en ‘La gitanilla’, hasta entran ganas de pegarse una sabrosa siesta, al arrullo de su prosa. «Era un caluroso día de verano, y la gente se recogía en las sombras, buscando alivio de las abrasadoras horas». Marinero en novela de Conrad, guerrillero en Lampedusa, pero eso sí, siempre pícaro en las de Cervantes. Diego Cortado abrazando a Rincón y Rincón a Cortado, tierna y estrechamente, limpios de polvo y de paja, mas no de grasa y malicia, robando a todo el que se cruce frente a ellos, como buen desgraciado vacacionista que un día sale al mar a nadar y a la vuelta ya no encuentra ni la sombrilla.  

En un lugar de la biblioteca a cuya balda no puedo acercarme, no ha mucho tiempo que reposaba un volumen encuadernado, de los de lomo cosido y tapas chifladas, que siempre conviene abrir en el estío, para espantar el hastío. El Quijote cervantino es un … ejemplar hasta la médula veraniego, no porque en sus páginas el Hidalgo descubra el mar en Barcelona, sino porque sólo el tiempo lento del asueto permite volver a la lectura reposada de sus aventuras. Miguel de Cervantes Saavedra no tiene fecha asignada en el calendario, cada minuto de nuestra triste existencia cobra sentido si lo leemos, aunque bien vale la pena decir que es en los meses séptimo y octavo del calendario juliano cuando hallamos horas, días o semanas incluso, para andar y desandar los caminos del alma humana que el de Alcalá de Henares trazó como nadie. Da gusto ser ladrón y desgraciado en Monipodio, juez de los divorcios en los tribunales o enfermo en el Hospital de los Podridos si es el maestro quien glosa la estepa de la propia estupidez humana, como Sancho guardándose requesones en la ropa o creyéndose poderoso en Barataria. El verano es Cervantino porque mucho tiene de espejismo y de espejuelo. Nos creemos hermosos, ricos y afortunados, sentados ante la mesa de nuestras certezas, hasta que un espejo bien pulido muestra el lado convexo de nuestras alucinaciones. Hay engaño y compasión en los bañadores, humor roto en la tripa caída y el alma soleada, y ya completamente asolada, del solsticio. La única transformación que nos es permitida, como en los personajes cervantinos, es el camino alegre al hoyo. O al menos un buen recorrido, en su versión más humana.

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La estación del verano aparece en varias ocasiones en la obra de Miguel de Cervantes, especialmente en ‘Don Quijote de la Mancha’, aunque no siempre como tema central. Cervantes utiliza el verano para ambientar escenas, subrayar estados de ánimo, o como parte del paisaje simbólico de su narrativa. En ocasiones, eso sí, lo acota como tiempo y condición de la acción. Habita en su vapor la fatiga del viaje, el incordio del camino, tal y como alude en el capítulo segundo del primer tomo del Quijote: «Era el mes de julio, y con el calor y la sed que traía, le fue forzoso recoger el cuerpo en la sombra de una encina…». El estío en Cervantes es también propicio para los momentos amorosos y episodios del deseo. Actúa como paréntesis del sencillo despertar del cuerpo, sobre todo, en sus novelas pastoriles. No llega a ser un tema, pero sí una temperatura. «En el verano, cuando el día es más largo, las almas se inflaman más de amor, y los pastores y pastoras, entre las flores y los ríos, cantan sus penas y sus gozos con igual fervor», escribe en ‘La Galatea’. O remata incluso, en esas mismas páginas: «Buscaban los pastores en la sombra de los árboles frescura para sus cuerpos, y en el rumor del agua alivio para sus penas».

Plenitud de todo tipo respira el verano cuando lo escribe Miguel de Cervantes, e incluso en ‘La gitanilla’, hasta entran ganas de pegarse una sabrosa siesta, al arrullo de su prosa. «Era un caluroso día de verano, y la gente se recogía en las sombras, buscando alivio de las abrasadoras horas». Marinero en novela de Conrad, guerrillero en Lampedusa, pero eso sí, siempre pícaro en las de Cervantes. Diego Cortado abrazando a Rincón y Rincón a Cortado, tierna y estrechamente, limpios de polvo y de paja, mas no de grasa y malicia, robando a todo el que se cruce frente a ellos, como buen desgraciado vacacionista que un día sale al mar a nadar y a la vuelta ya no encuentra ni la sombrilla.

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