Caminante, son tus huellas el camino, y nada más. Versos machadianos venía pidiendo el toro de Cebada Gago desde su bautismo. Negro entrepelado, meano, corrido y bragado, estaba marcado a fuego con el número 23 y aceleró los corazones. Cardíacos todos, ¡bum-bum!, ¡bum-bum!, cuando quedó descolgado de la manada y corneó a la altura de Espoz y Mina. Sus 575 kilos, coronados con unas astifinas dagas –de puntas azabache–, arremetían contra las vallas y los corredores. Querían los mozos hacer camino al andar, pero algunas piernas flaquearon. Caminante invitaba a saltar las tablas y echarse un pitillo sin volver la vista atrás. Mandó el toro en la carrera, que trasladó a aquellas de otra época, con caídas y animales rezagados, con ganado que sembraba el terror en cada adoquín por la incertidumbre de su comportamiento. Mientras haya corrida, habrá toros; mientras haya corrida, se mantendrá el encierro. A las ocho y cinco de la mañana, con el ruedo a rebosar y los dobladores trabajando a destajo, Caminante entraba en chiqueros. Once horas después, con todo su morbo a cuestas, pisaba de nuevo la arena para ser lidiado. Eran las siete de la tarde y algún corredor aún no había ni desayunado: cualquiera metía mano a la chistorra con la adrenalina en todo lo alto. Los nervios estrujaban el estómago y se sumaban a la huelga de hambre de Sánchez, cuando se puso lorquiano con sus «son las cinco y no he comido». El que seguramente no lograría probar bocado fue Pepe Moral. Entró el sevillano por la vía de la sustitución después de arrancar dos orejas a la miurada en la Maestranza y se marchó de Pamplona con otro trofeo del más guapo y bravo cebada del serio y variado conjunto ganadero. A la puerta de chiqueros se marchó Moral para saludar al cárdeno claro –según el programa–, ese que llamaban ‘el de la sábana blanca’ los turistas del Gas. No hubo ejemplar que despertase mayor expectación en los Corrales por su espectacular pelaje: Lioso traía, además, la armonía. Y respondió con un notable fondo a las decididas telas del torero de Los Palacios, que ocupaba el puesto de Víctor Hernández, convaleciente por un severo percance. Aprovechó su oportunidad el sevillano desde que se postró a portagayola, cosida a unos parsimoniosos lances. Moral pidió calma a su cuadrilla cuando derrapó a la salida del peto: Lioso escondía las embestidas de las tarde. A solas se quedó con este número 24 en una faena descalza, de generosa distancia para lucir ese alegre galope. Iba y venía en el comienzo algo rebrincado, pero su casta fue a más, especialmente por el pitón zurdo, por donde Moral dibujó los más brillantes naturales. Con qué clase humilló y se desplazó en un zurdazo: fue el culmen de la faena, la comunión entre toro y torero. Brotaron series con importancia, pases de pecho ralentizados o ese guiño al tendido en el cambio de mano mientras saboreaba las condiciones del gran Lioso. Sabía que en su acero se hallaba la gloria y se tiró a matar con el corazón, pero el toro se tragó la muerte. Aplaudían los tendidos y el propio matador al de ‘La Zorrera’, que no doblaba… De un certero golpe de descabello lo envió al cuadro de honor de los toros buenos. Fortísima ovación para Lioso, que se arrastró sin la oreja conquistada por Pepe Moral, un torero en la orilla capaz de navegar mar adentro.Noticia Relacionada estandar Si Los peligrosos Cebada Gago, la ganadería más temida de San Fermín Rosario PérezA toriles se había dirigido también para recibir al ya famoso 23, un torazo con toda la barba, que despertó los tradicionales cánticos. Eficaz la lidia de Sierra antes del cuerpo a cuerpo entre Caminante y Moral, que brindó y se plantó de rodillas. Rodó por la arena, pero por suerte los capotes acudieron prestos al quite. Encorajinado, se quitó la única zapatilla que permanecía intacta en sus pies. El cebada pegó algún taponazo por el zurdo y acudió sin maldad por el lado de la cuchara, de mayores inicios que finales, tan desentendido. Cuando lo apretó, de pronto, metió la cara en el embroque y trazó una serie dominadora. Caminante no fue ningún barrabás y sirvió para Pamplona. Lo aplaudieron en el arrastre por la emoción provocada desde la mañana.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Martes, 8 de julio de 2025. Cuarta corrida. Lleno. Toros de Cebada Gago, bien presentados, de serias caras y buenas hechuras en general; de justa raza dentro de su variado comportamiento, destacó el notable 5º, de bravo fondo. Antonio Ferrera, de blanco y oro: estocada atravesada y dos descabellos (silencio tras aviso); estocada corta defectuosa y dos descabellos (silencio). Pepe Moral, de maquillaje y oro: estocada desprendida tendida y dos descabellos (saludos); estocada rinconera y descabello (oreja tras aviso). Román, de sangre de toro y oro: cinco pinchazos, media atravesada y dos descabellos (silencio); estocada que asoma, varios pinchazos y descabellos (silencio tras aviso).Ayuna la corrida, en general, de la verdadera bravura y con varios costosos para estar delante, el primero se dejó en su ir y venir a las profesionales telas de Ferrera. Sorda su faena al cuarto, un señor de más guapura (formidables sus hechuras) que interior, con el que tiró de oficio a espadas. Con ellas se atascó Román, detrás de la mata y pasando un trago: qué difícil era estar delante de ese tercero tan pensativo –más opciones dio el sexto– y qué complicado abandonarse en una suerte donde la cornada asoma. Caminante, son tus huellas el camino, y nada más. Versos machadianos venía pidiendo el toro de Cebada Gago desde su bautismo. Negro entrepelado, meano, corrido y bragado, estaba marcado a fuego con el número 23 y aceleró los corazones. Cardíacos todos, ¡bum-bum!, ¡bum-bum!, cuando quedó descolgado de la manada y corneó a la altura de Espoz y Mina. Sus 575 kilos, coronados con unas astifinas dagas –de puntas azabache–, arremetían contra las vallas y los corredores. Querían los mozos hacer camino al andar, pero algunas piernas flaquearon. Caminante invitaba a saltar las tablas y echarse un pitillo sin volver la vista atrás. Mandó el toro en la carrera, que trasladó a aquellas de otra época, con caídas y animales rezagados, con ganado que sembraba el terror en cada adoquín por la incertidumbre de su comportamiento. Mientras haya corrida, habrá toros; mientras haya corrida, se mantendrá el encierro. A las ocho y cinco de la mañana, con el ruedo a rebosar y los dobladores trabajando a destajo, Caminante entraba en chiqueros. Once horas después, con todo su morbo a cuestas, pisaba de nuevo la arena para ser lidiado. Eran las siete de la tarde y algún corredor aún no había ni desayunado: cualquiera metía mano a la chistorra con la adrenalina en todo lo alto. Los nervios estrujaban el estómago y se sumaban a la huelga de hambre de Sánchez, cuando se puso lorquiano con sus «son las cinco y no he comido». El que seguramente no lograría probar bocado fue Pepe Moral. Entró el sevillano por la vía de la sustitución después de arrancar dos orejas a la miurada en la Maestranza y se marchó de Pamplona con otro trofeo del más guapo y bravo cebada del serio y variado conjunto ganadero. A la puerta de chiqueros se marchó Moral para saludar al cárdeno claro –según el programa–, ese que llamaban ‘el de la sábana blanca’ los turistas del Gas. No hubo ejemplar que despertase mayor expectación en los Corrales por su espectacular pelaje: Lioso traía, además, la armonía. Y respondió con un notable fondo a las decididas telas del torero de Los Palacios, que ocupaba el puesto de Víctor Hernández, convaleciente por un severo percance. Aprovechó su oportunidad el sevillano desde que se postró a portagayola, cosida a unos parsimoniosos lances. Moral pidió calma a su cuadrilla cuando derrapó a la salida del peto: Lioso escondía las embestidas de las tarde. A solas se quedó con este número 24 en una faena descalza, de generosa distancia para lucir ese alegre galope. Iba y venía en el comienzo algo rebrincado, pero su casta fue a más, especialmente por el pitón zurdo, por donde Moral dibujó los más brillantes naturales. Con qué clase humilló y se desplazó en un zurdazo: fue el culmen de la faena, la comunión entre toro y torero. Brotaron series con importancia, pases de pecho ralentizados o ese guiño al tendido en el cambio de mano mientras saboreaba las condiciones del gran Lioso. Sabía que en su acero se hallaba la gloria y se tiró a matar con el corazón, pero el toro se tragó la muerte. Aplaudían los tendidos y el propio matador al de ‘La Zorrera’, que no doblaba… De un certero golpe de descabello lo envió al cuadro de honor de los toros buenos. Fortísima ovación para Lioso, que se arrastró sin la oreja conquistada por Pepe Moral, un torero en la orilla capaz de navegar mar adentro.Noticia Relacionada estandar Si Los peligrosos Cebada Gago, la ganadería más temida de San Fermín Rosario PérezA toriles se había dirigido también para recibir al ya famoso 23, un torazo con toda la barba, que despertó los tradicionales cánticos. Eficaz la lidia de Sierra antes del cuerpo a cuerpo entre Caminante y Moral, que brindó y se plantó de rodillas. Rodó por la arena, pero por suerte los capotes acudieron prestos al quite. Encorajinado, se quitó la única zapatilla que permanecía intacta en sus pies. El cebada pegó algún taponazo por el zurdo y acudió sin maldad por el lado de la cuchara, de mayores inicios que finales, tan desentendido. Cuando lo apretó, de pronto, metió la cara en el embroque y trazó una serie dominadora. Caminante no fue ningún barrabás y sirvió para Pamplona. Lo aplaudieron en el arrastre por la emoción provocada desde la mañana.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Martes, 8 de julio de 2025. Cuarta corrida. Lleno. Toros de Cebada Gago, bien presentados, de serias caras y buenas hechuras en general; de justa raza dentro de su variado comportamiento, destacó el notable 5º, de bravo fondo. Antonio Ferrera, de blanco y oro: estocada atravesada y dos descabellos (silencio tras aviso); estocada corta defectuosa y dos descabellos (silencio). Pepe Moral, de maquillaje y oro: estocada desprendida tendida y dos descabellos (saludos); estocada rinconera y descabello (oreja tras aviso). Román, de sangre de toro y oro: cinco pinchazos, media atravesada y dos descabellos (silencio); estocada que asoma, varios pinchazos y descabellos (silencio tras aviso).Ayuna la corrida, en general, de la verdadera bravura y con varios costosos para estar delante, el primero se dejó en su ir y venir a las profesionales telas de Ferrera. Sorda su faena al cuarto, un señor de más guapura (formidables sus hechuras) que interior, con el que tiró de oficio a espadas. Con ellas se atascó Román, detrás de la mata y pasando un trago: qué difícil era estar delante de ese tercero tan pensativo –más opciones dio el sexto– y qué complicado abandonarse en una suerte donde la cornada asoma.
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más. Versos machadianos venía pidiendo el toro de Cebada Gago desde su bautismo. Negro entrepelado, meano, corrido y bragado, estaba marcado a fuego con el número 23 y aceleró los corazones. Cardíacos todos, ¡bum-bum!, ¡bum- … bum!, cuando quedó descolgado de la manada y corneó a la altura de Espoz y Mina. Sus 575 kilos, coronados con unas astifinas dagas –de puntas azabache–, arremetían contra las vallas y los corredores. Querían los mozos hacer camino al andar, pero algunas piernas flaquearon. Caminante invitaba a saltar las tablas y echarse un pitillo sin volver la vista atrás. Mandó el toro en la carrera, que trasladó a aquellas de otra época, con caídas y animales rezagados, con ganado que sembraba el terror en cada adoquín por la incertidumbre de su comportamiento. Mientras haya corrida, habrá toros; mientras haya corrida, se mantendrá el encierro.
A las ocho y cinco de la mañana, con el ruedo a rebosar y los dobladores trabajando a destajo, Caminante entraba en chiqueros. Once horas después, con todo su morbo a cuestas, pisaba de nuevo la arena para ser lidiado. Eran las siete de la tarde y algún corredor aún no había ni desayunado: cualquiera metía mano a la chistorra con la adrenalina en todo lo alto. Los nervios estrujaban el estómago y se sumaban a la huelga de hambre de Sánchez, cuando se puso lorquiano con sus «son las cinco y no he comido». El que seguramente no lograría probar bocado fue Pepe Moral. Entró el sevillano por la vía de la sustitución después de arrancar dos orejas a la miurada en la Maestranza y se marchó de Pamplona con otro trofeo del más guapo y bravo cebada del serio y variado conjunto ganadero.
A la puerta de chiqueros se marchó Moral para saludar al cárdeno claro –según el programa–, ese que llamaban ‘el de la sábana blanca’ los turistas del Gas. No hubo ejemplar que despertase mayor expectación en los Corrales por su espectacular pelaje: Lioso traía, además, la armonía. Y respondió con un notable fondo a las decididas telas del torero de Los Palacios, que ocupaba el puesto de Víctor Hernández, convaleciente por un severo percance. Aprovechó su oportunidad el sevillano desde que se postró a portagayola, cosida a unos parsimoniosos lances. Moral pidió calma a su cuadrilla cuando derrapó a la salida del peto: Lioso escondía las embestidas de las tarde. A solas se quedó con este número 24 en una faena descalza, de generosa distancia para lucir ese alegre galope. Iba y venía en el comienzo algo rebrincado, pero su casta fue a más, especialmente por el pitón zurdo, por donde Moral dibujó los más brillantes naturales. Con qué clase humilló y se desplazó en un zurdazo: fue el culmen de la faena, la comunión entre toro y torero. Brotaron series con importancia, pases de pecho ralentizados o ese guiño al tendido en el cambio de mano mientras saboreaba las condiciones del gran Lioso. Sabía que en su acero se hallaba la gloria y se tiró a matar con el corazón, pero el toro se tragó la muerte. Aplaudían los tendidos y el propio matador al de ‘La Zorrera’, que no doblaba… De un certero golpe de descabello lo envió al cuadro de honor de los toros buenos. Fortísima ovación para Lioso, que se arrastró sin la oreja conquistada por Pepe Moral, un torero en la orilla capaz de navegar mar adentro.
A toriles se había dirigido también para recibir al ya famoso 23, un torazo con toda la barba, que despertó los tradicionales cánticos. Eficaz la lidia de Sierra antes del cuerpo a cuerpo entre Caminante y Moral, que brindó y se plantó de rodillas. Rodó por la arena, pero por suerte los capotes acudieron prestos al quite. Encorajinado, se quitó la única zapatilla que permanecía intacta en sus pies. El cebada pegó algún taponazo por el zurdo y acudió sin maldad por el lado de la cuchara, de mayores inicios que finales, tan desentendido. Cuando lo apretó, de pronto, metió la cara en el embroque y trazó una serie dominadora. Caminante no fue ningún barrabás y sirvió para Pamplona. Lo aplaudieron en el arrastre por la emoción provocada desde la mañana.
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Monumental de Pamplona.
Martes, 8 de julio de 2025. Cuarta corrida. Lleno. Toros de Cebada Gago, bien presentados, de serias caras y buenas hechuras en general; de justa raza dentro de su variado comportamiento, destacó el notable 5º, de bravo fondo. -
Antonio Ferrera,
de blanco y oro: estocada atravesada y dos descabellos (silencio tras aviso); estocada corta defectuosa y dos descabellos (silencio). -
Pepe Moral,
de maquillaje y oro: estocada desprendida tendida y dos descabellos (saludos); estocada rinconera y descabello (oreja tras aviso). -
Román,
de sangre de toro y oro: cinco pinchazos, media atravesada y dos descabellos (silencio); estocada que asoma, varios pinchazos y descabellos (silencio tras aviso).
Ayuna la corrida, en general, de la verdadera bravura y con varios costosos para estar delante, el primero se dejó en su ir y venir a las profesionales telas de Ferrera. Sorda su faena al cuarto, un señor de más guapura (formidables sus hechuras) que interior, con el que tiró de oficio a espadas. Con ellas se atascó Román, detrás de la mata y pasando un trago: qué difícil era estar delante de ese tercero tan pensativo –más opciones dio el sexto– y qué complicado abandonarse en una suerte donde la cornada asoma.
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