Colm Tóibín tenía 20 años cuando aterrizó ingenuo en Barcelona. Apenas hablaba castellano y mucho menos catalán. Acababa de salir de la universidad, todavía impresionado por las vívida experiencia de leer a George Orwell , sobre todo su ‘Homenaje a Cataluña’. Paseaba por la Barceloneta, por las Ramblas, siempre con el espíritu abierto y una curiosidad infinita, intentando entender a su gente, su historia, su identidad. Un día, con el pelo más largo de la cuenta, entró en una peluquería. «El barbero empezó a hablarme y en segundos me preguntó si había venido a Barcelona con mi mujer. Yo le dije que no, algo tímido, y éste me contestó: ‘mejor, traer una mujer a Barcelona es como traer un bacalao a Escocia’, y se rio. No volví. Decidí ir a un paquistaní, que son excelentes peluqueros, y al menos no los entendía cuando hablaban entre ellos», recuerda divertido.En 1990, después de años de idas y vueltas a la ciudad, publicó ‘Homenaje a Barcelona’, que ahora la editorial Ara Llibres recupera tanto en castellano, por primera vez, como en catalán, con nuevas ilustraciones de Pau Gasol y un prólogo del autor donde el escritor ha querido actualizar su visión de la ciudad. «Leí por primera vez el libro de Orwell con 17 años. Fue un libro muy importante para mi generación. Podías entender in situ lo que era la experiencia de Orwell en la Guerra Civil, pero no entendías nada del catalanismo, ni de figuras como Lluis Companys o Francesc Macià. Así que era un libro que te atraía, pero que tenía vacíos que te invitaban a llenar», asegura Tóibín en declaraciones a ABC.Así que fue a Barcelona y empezó a impregnarse de la ciudad. Por las mañanas, se iba a la Biblioteca de Cataluña , en el Raval, o a la de la Fundación Miró , «que era maravillosa, porque nunca había nadie y era completísima, además de ser un espacio increíble», afirma. Inentaba comprender dónde estaba a través de libros de historia, memorias y dietarios. Empezó a tomar notas, en busca de intentar comprender mejor dónde había aterrizado y quién era la gente que le rodeaba. «Me acuerdo que en 1988, cuando preparaba el libro, fui a la Sagrada Familia a investigar la figura de Gaudí justo el día de la huelga general. Nunca había visto paralizarse un país de aquel modo. Me recibieron con mucha suspicacia, creyendo que era un revolucionario o algo así, Yo creía que era un buen católico, pero ellos sólo estaban preocupados por si vendría un grupo de gente a atacarlos», rememora Tóibín.Aún recuerda cuando, a finales de los 70, vivía en el centro y sus vecinos no levantaban nunca la voz, ni en la escalera, ni en el interior de los pisos, reminiscencias de un franquismo en el que no te podías fiar de nadie. «La gente parece creer que fue morirse Franco y todo el mundo salir a la calle, empezar a fumar porros y dejarse el pelo largo, pero eso ya existía antes, en la gente joven, en el 67 o 68. Sus padres, que sí habían vivido y sufrido la dictadura de otro modo, tenían más cuidado, es cierto. Pero es lógico. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que si Inglaterra no hubiese abolido el servicio militar obligatorio, quizá los Beatles nunca hubiesen existido . Dijeron que los nacidos a partir del 40 ya no tendrían que ir, el año en que nacieron los Lennon, McCartney y compañía», comenta Tóibín.De recuerdos personales a ensayos históricos y literariosEl libro puede partirse en dos partes, una más personal, de recuento de un lugar y un momento, la Barcelona de inicios de la Transición, y otro de pequeños ensayos sobre la Guerra Civil, la memoria de la dictadura y figuras como Dalí, Picasso o Gaudí. «Es curioso que si tú piensas en Dublin, lo primero que te viene a la cabeza es Joyce, Beckett o Yeats. Sin embargo, si tú piensas en Barcelona piensas primero en Picasso, Dalí y Miró . Hay una memoria gráfica más grande que la literaria», explica el autor de ‘Brooklyn’.Aún así, el libro también le sirve para hablar de autores como Mercé Rodoreda, Juan Marsé o Vázquez Montalbán . «A mí me encantaba Vázquez Montalbán. Lo conocía por sus columnas periodísticas, que eran muy divertidas, así que supuse que si me lo presentaban me explicaría chistes o nos reiríamos de todo. Sin embargo, cuando lo conocí descubrí que era el hombre más serio que había conocido en mi vida. No le saqué nada», explica algo decepcionado. De los nuevos autores, apunta a gente como Javier Cercas, Jordi Puntí o Jordi Nopca .El turismo masificado es el gran problema de la nueva Barcelona, aunque asegura que la Ciudad Condal tiene ventajas sobre otras metrópolis como Londres y París, y es que el racismo no es tan radical aquí ni genera tantos problemas. «Aunque siempre hay conflictos, la convivencia aquí es mucho mejor que en otras grandes urbes. La inmigración ha rehabilitado muchos barrios. Ese no es el problema. Los inmigrantes han hecho un gran favor a Donald Trump, le han dado un enemigo inventado», razona con tristeza.Lo que sí mira con preocupación es la gentrificación , que puede llevar a capitales atractivas para inversores extranjeros como Barcelona a un callejón sin salida. «El mayor problema es cuando la vivienda la compran extranjeros, que es lo que está pasando. Cuando un inglés o un americano recibe una herencia y decide que se comprará un piso en Barcelona para el verano. Empieza a comprar, los precios suben y la gente local queda poco a poco relegada. Es lo mismo que pasó en Brooklyn y Barcelona corre ese peligro», señala.El turismo, asegura, incluso ha cambiado el aspecto de la ciudad en barrios como El Born. «Antes había comercios de proximidad, ahora sólo hay heladerías. Los cruceristas bajan sólo unas horas a la ciudad y lo que quieren es un helado. Por eso las calles se han llenado de heladerías», afirma. Noticia Relacionada estandar No La Casa Battló recupera el patio y su fachada interior en todo su esplendor carlos sala Una inversión de 3,5 millones de euros y un exhaustivo estudio consiguen recuperar los colores y materiales originales del suntuoso edificio de GaudíSí que hay cosas que han cambiado y que ya no se pueden hacer, por supuesto. «El turismo masivo ha hecho que un padre y su hijo no puedan pasear con tranquilidad por las Ramblas en domingo, por supuesto. Pero hay que dejar clara una cosa, que también hay turismo por los dos bandos. Yo voy por cualquier parte del mundo y oigo grupos de españoles o catalanes, que siempre hablan muy alto, en cualquier sitio que voy», señala el escritor irónico. Colm Tóibín tenía 20 años cuando aterrizó ingenuo en Barcelona. Apenas hablaba castellano y mucho menos catalán. Acababa de salir de la universidad, todavía impresionado por las vívida experiencia de leer a George Orwell , sobre todo su ‘Homenaje a Cataluña’. Paseaba por la Barceloneta, por las Ramblas, siempre con el espíritu abierto y una curiosidad infinita, intentando entender a su gente, su historia, su identidad. Un día, con el pelo más largo de la cuenta, entró en una peluquería. «El barbero empezó a hablarme y en segundos me preguntó si había venido a Barcelona con mi mujer. Yo le dije que no, algo tímido, y éste me contestó: ‘mejor, traer una mujer a Barcelona es como traer un bacalao a Escocia’, y se rio. No volví. Decidí ir a un paquistaní, que son excelentes peluqueros, y al menos no los entendía cuando hablaban entre ellos», recuerda divertido.En 1990, después de años de idas y vueltas a la ciudad, publicó ‘Homenaje a Barcelona’, que ahora la editorial Ara Llibres recupera tanto en castellano, por primera vez, como en catalán, con nuevas ilustraciones de Pau Gasol y un prólogo del autor donde el escritor ha querido actualizar su visión de la ciudad. «Leí por primera vez el libro de Orwell con 17 años. Fue un libro muy importante para mi generación. Podías entender in situ lo que era la experiencia de Orwell en la Guerra Civil, pero no entendías nada del catalanismo, ni de figuras como Lluis Companys o Francesc Macià. Así que era un libro que te atraía, pero que tenía vacíos que te invitaban a llenar», asegura Tóibín en declaraciones a ABC.Así que fue a Barcelona y empezó a impregnarse de la ciudad. Por las mañanas, se iba a la Biblioteca de Cataluña , en el Raval, o a la de la Fundación Miró , «que era maravillosa, porque nunca había nadie y era completísima, además de ser un espacio increíble», afirma. Inentaba comprender dónde estaba a través de libros de historia, memorias y dietarios. Empezó a tomar notas, en busca de intentar comprender mejor dónde había aterrizado y quién era la gente que le rodeaba. «Me acuerdo que en 1988, cuando preparaba el libro, fui a la Sagrada Familia a investigar la figura de Gaudí justo el día de la huelga general. Nunca había visto paralizarse un país de aquel modo. Me recibieron con mucha suspicacia, creyendo que era un revolucionario o algo así, Yo creía que era un buen católico, pero ellos sólo estaban preocupados por si vendría un grupo de gente a atacarlos», rememora Tóibín.Aún recuerda cuando, a finales de los 70, vivía en el centro y sus vecinos no levantaban nunca la voz, ni en la escalera, ni en el interior de los pisos, reminiscencias de un franquismo en el que no te podías fiar de nadie. «La gente parece creer que fue morirse Franco y todo el mundo salir a la calle, empezar a fumar porros y dejarse el pelo largo, pero eso ya existía antes, en la gente joven, en el 67 o 68. Sus padres, que sí habían vivido y sufrido la dictadura de otro modo, tenían más cuidado, es cierto. Pero es lógico. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que si Inglaterra no hubiese abolido el servicio militar obligatorio, quizá los Beatles nunca hubiesen existido . Dijeron que los nacidos a partir del 40 ya no tendrían que ir, el año en que nacieron los Lennon, McCartney y compañía», comenta Tóibín.De recuerdos personales a ensayos históricos y literariosEl libro puede partirse en dos partes, una más personal, de recuento de un lugar y un momento, la Barcelona de inicios de la Transición, y otro de pequeños ensayos sobre la Guerra Civil, la memoria de la dictadura y figuras como Dalí, Picasso o Gaudí. «Es curioso que si tú piensas en Dublin, lo primero que te viene a la cabeza es Joyce, Beckett o Yeats. Sin embargo, si tú piensas en Barcelona piensas primero en Picasso, Dalí y Miró . Hay una memoria gráfica más grande que la literaria», explica el autor de ‘Brooklyn’.Aún así, el libro también le sirve para hablar de autores como Mercé Rodoreda, Juan Marsé o Vázquez Montalbán . «A mí me encantaba Vázquez Montalbán. Lo conocía por sus columnas periodísticas, que eran muy divertidas, así que supuse que si me lo presentaban me explicaría chistes o nos reiríamos de todo. Sin embargo, cuando lo conocí descubrí que era el hombre más serio que había conocido en mi vida. No le saqué nada», explica algo decepcionado. De los nuevos autores, apunta a gente como Javier Cercas, Jordi Puntí o Jordi Nopca .El turismo masificado es el gran problema de la nueva Barcelona, aunque asegura que la Ciudad Condal tiene ventajas sobre otras metrópolis como Londres y París, y es que el racismo no es tan radical aquí ni genera tantos problemas. «Aunque siempre hay conflictos, la convivencia aquí es mucho mejor que en otras grandes urbes. La inmigración ha rehabilitado muchos barrios. Ese no es el problema. Los inmigrantes han hecho un gran favor a Donald Trump, le han dado un enemigo inventado», razona con tristeza.Lo que sí mira con preocupación es la gentrificación , que puede llevar a capitales atractivas para inversores extranjeros como Barcelona a un callejón sin salida. «El mayor problema es cuando la vivienda la compran extranjeros, que es lo que está pasando. Cuando un inglés o un americano recibe una herencia y decide que se comprará un piso en Barcelona para el verano. Empieza a comprar, los precios suben y la gente local queda poco a poco relegada. Es lo mismo que pasó en Brooklyn y Barcelona corre ese peligro», señala.El turismo, asegura, incluso ha cambiado el aspecto de la ciudad en barrios como El Born. «Antes había comercios de proximidad, ahora sólo hay heladerías. Los cruceristas bajan sólo unas horas a la ciudad y lo que quieren es un helado. Por eso las calles se han llenado de heladerías», afirma. Noticia Relacionada estandar No La Casa Battló recupera el patio y su fachada interior en todo su esplendor carlos sala Una inversión de 3,5 millones de euros y un exhaustivo estudio consiguen recuperar los colores y materiales originales del suntuoso edificio de GaudíSí que hay cosas que han cambiado y que ya no se pueden hacer, por supuesto. «El turismo masivo ha hecho que un padre y su hijo no puedan pasear con tranquilidad por las Ramblas en domingo, por supuesto. Pero hay que dejar clara una cosa, que también hay turismo por los dos bandos. Yo voy por cualquier parte del mundo y oigo grupos de españoles o catalanes, que siempre hablan muy alto, en cualquier sitio que voy», señala el escritor irónico.
Colm Tóibín tenía 20 años cuando aterrizó ingenuo en Barcelona. Apenas hablaba castellano y mucho menos catalán. Acababa de salir de la universidad, todavía impresionado por las vívida experiencia de leer a George Orwell, sobre todo su ‘Homenaje a Cataluña’. Paseaba … por la Barceloneta, por las Ramblas, siempre con el espíritu abierto y una curiosidad infinita, intentando entender a su gente, su historia, su identidad. Un día, con el pelo más largo de la cuenta, entró en una peluquería. «El barbero empezó a hablarme y en segundos me preguntó si había venido a Barcelona con mi mujer. Yo le dije que no, algo tímido, y éste me contestó: ‘mejor, traer una mujer a Barcelona es como traer un bacalao a Escocia’, y se rio. No volví. Decidí ir a un paquistaní, que son excelentes peluqueros, y al menos no los entendía cuando hablaban entre ellos», recuerda divertido.
En 1990, después de años de idas y vueltas a la ciudad, publicó ‘Homenaje a Barcelona’, que ahora la editorial Ara Llibres recupera tanto en castellano, por primera vez, como en catalán, con nuevas ilustraciones de Pau Gasol y un prólogo del autor donde el escritor ha querido actualizar su visión de la ciudad. «Leí por primera vez el libro de Orwell con 17 años. Fue un libro muy importante para mi generación. Podías entender in situ lo que era la experiencia de Orwell en la Guerra Civil, pero no entendías nada del catalanismo, ni de figuras como Lluis Companys o Francesc Macià. Así que era un libro que te atraía, pero que tenía vacíos que te invitaban a llenar», asegura Tóibín en declaraciones a ABC.
Así que fue a Barcelona y empezó a impregnarse de la ciudad. Por las mañanas, se iba a la Biblioteca de Cataluña, en el Raval, o a la de la Fundación Miró, «que era maravillosa, porque nunca había nadie y era completísima, además de ser un espacio increíble», afirma. Inentaba comprender dónde estaba a través de libros de historia, memorias y dietarios. Empezó a tomar notas, en busca de intentar comprender mejor dónde había aterrizado y quién era la gente que le rodeaba. «Me acuerdo que en 1988, cuando preparaba el libro, fui a la Sagrada Familia a investigar la figura de Gaudí justo el día de la huelga general. Nunca había visto paralizarse un país de aquel modo. Me recibieron con mucha suspicacia, creyendo que era un revolucionario o algo así, Yo creía que era un buen católico, pero ellos sólo estaban preocupados por si vendría un grupo de gente a atacarlos», rememora Tóibín.
Aún recuerda cuando, a finales de los 70, vivía en el centro y sus vecinos no levantaban nunca la voz, ni en la escalera, ni en el interior de los pisos, reminiscencias de un franquismo en el que no te podías fiar de nadie. «La gente parece creer que fue morirse Franco y todo el mundo salir a la calle, empezar a fumar porros y dejarse el pelo largo, pero eso ya existía antes, en la gente joven, en el 67 o 68. Sus padres, que sí habían vivido y sufrido la dictadura de otro modo, tenían más cuidado, es cierto. Pero es lógico. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que si Inglaterra no hubiese abolido el servicio militar obligatorio, quizá los Beatles nunca hubiesen existido. Dijeron que los nacidos a partir del 40 ya no tendrían que ir, el año en que nacieron los Lennon, McCartney y compañía», comenta Tóibín.
De recuerdos personales a ensayos históricos y literarios
El libro puede partirse en dos partes, una más personal, de recuento de un lugar y un momento, la Barcelona de inicios de la Transición, y otro de pequeños ensayos sobre la Guerra Civil, la memoria de la dictadura y figuras como Dalí, Picasso o Gaudí. «Es curioso que si tú piensas en Dublin, lo primero que te viene a la cabeza es Joyce, Beckett o Yeats. Sin embargo, si tú piensas en Barcelona piensas primero en Picasso, Dalí y Miró. Hay una memoria gráfica más grande que la literaria», explica el autor de ‘Brooklyn’.
Aún así, el libro también le sirve para hablar de autores como Mercé Rodoreda, Juan Marsé o Vázquez Montalbán. «A mí me encantaba Vázquez Montalbán. Lo conocía por sus columnas periodísticas, que eran muy divertidas, así que supuse que si me lo presentaban me explicaría chistes o nos reiríamos de todo. Sin embargo, cuando lo conocí descubrí que era el hombre más serio que había conocido en mi vida. No le saqué nada», explica algo decepcionado. De los nuevos autores, apunta a gente como Javier Cercas, Jordi Puntí o Jordi Nopca.
El turismo masificado es el gran problema de la nueva Barcelona, aunque asegura que la Ciudad Condal tiene ventajas sobre otras metrópolis como Londres y París, y es que el racismo no es tan radical aquí ni genera tantos problemas. «Aunque siempre hay conflictos, la convivencia aquí es mucho mejor que en otras grandes urbes. La inmigración ha rehabilitado muchos barrios. Ese no es el problema. Los inmigrantes han hecho un gran favor a Donald Trump, le han dado un enemigo inventado», razona con tristeza.
Lo que sí mira con preocupación es la gentrificación, que puede llevar a capitales atractivas para inversores extranjeros como Barcelona a un callejón sin salida. «El mayor problema es cuando la vivienda la compran extranjeros, que es lo que está pasando. Cuando un inglés o un americano recibe una herencia y decide que se comprará un piso en Barcelona para el verano. Empieza a comprar, los precios suben y la gente local queda poco a poco relegada. Es lo mismo que pasó en Brooklyn y Barcelona corre ese peligro», señala.
El turismo, asegura, incluso ha cambiado el aspecto de la ciudad en barrios como El Born. «Antes había comercios de proximidad, ahora sólo hay heladerías. Los cruceristas bajan sólo unas horas a la ciudad y lo que quieren es un helado. Por eso las calles se han llenado de heladerías», afirma.
Sí que hay cosas que han cambiado y que ya no se pueden hacer, por supuesto. «El turismo masivo ha hecho que un padre y su hijo no puedan pasear con tranquilidad por las Ramblas en domingo, por supuesto. Pero hay que dejar clara una cosa, que también hay turismo por los dos bandos. Yo voy por cualquier parte del mundo y oigo grupos de españoles o catalanes, que siempre hablan muy alto, en cualquier sitio que voy», señala el escritor irónico.
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