En España estamos, o estábamos, muy orgullosos de nuestras infraestructuras. Tras la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986 nuestro país se benefició de unos fondos estructurales que aprovechamos para hacer y renovar carreteras y autopistas, para desarrollar una alta velocidad ferroviaria que ha sido envidia de otros países no solo europeos, para tener más aeropuertos que nadie –algunos fantasmas, eso sí–… Llegamos a vivir en un sueño, o en una burbuja, de la que despertamos de golpe con la recesión.En 2008 llegó la gran recesión, y con ella el desplome de los ingresos y los recortes que nos exigió Europa. Y la principal partida de la que se recortó fue la inversión. Es lo más fácil. Si recortas en servicios públicos, en sueldos de funcionarios o en pensiones el descontento –al menos en el corto plazo– es mayor que si dejas de invertir… ya que los efectos de ese déficit de inversión no se ven en el momento sino en el largo plazo. Quizás nos creímos, o nuestros políticos se creyeron, que bastaba con hacer que el AVE llegara a Cataluña, a Valencia o a Galicia, después de llegar a Sevilla… pero se olvidaron de que hay que invertir para mantener las infraestructuras. Y estos últimos meses estamos pagando las consecuencias.Es verdad que en esos años tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y después del rescate al sector bancario había que recortar de donde fuera. No es porque entonces estuviera el PP en el Gobierno, sino porque los organismos internacionales, y concretamente la Unión Europea, puso los ajustes como condición para dar a nuestro país, y a aquellos que lo necesitaban, los fondos necesarios para salvar a las cajas de ahorros. Es curioso escuchar ahora a la izquierda, tanto a Sumar y Podemos como al PSOE, hablar de las diferencias en las medidas que se aplicaron en la gran recesión y las que se han usado en la pandemia y en la crisis de inflación vivida tras la invasión rusa de Ucrania. Pero que no se engañen y no nos engañen, sí se han podido dar ayudas y disparar el gasto público ha sido porque la Unión Europea ha aplicado una política totalmente distinta a la que exigió en la crisis financiera. Era el PSOE de Rodríguez Zapatero quien gobernaba en el comienzo de la crisis y el que tuvo que bajar pensiones y recortar el sueldo de los funcionarios para evitar el rescate total del país. Y del mismo modo es demagógico decir que ahora se rescata a las personas y el PP rescató a la banca. Si no la hubieran rescatado millones de ahorradores habrían perdido su dinero y el país hubiera quebrado. En todo caso, desde entonces ha llovido mucho, y es verdad que en los últimos años se han relajado las reglas fiscales y se ha gastado mucho, pero no precisamente en poner al día nuestras infraestructuras. Me duele en el alma ver un día sí y otro también cómo el hasta hace no tanto envidiado AVE español sufre retrasos. Hay quien culpa a la liberalización y la entrada de nuevas empresas que han permitido que mucha más gente pueda permitirse viajar en alta velocidad, pero eso no debería ser un problema si las vías ferroviarias y las catenarias estuvieran al día. Un país eminentemente turístico como el nuestro no se puede permitir el lujo de dar esta imagen. La gente ya no se fía de llegar a tiempo a sus compromisos empresariales o sociales si viaja en tren y eso es un gran problema para la reputación de nuestras infraestructuras. Hay que invertir sí o sí en el mantenimiento de carreteras, vías férreas o en nuestros aeropuertos. En el largo plazo, como estamos viendo, la falta de inversión tiene consecuencias. En España estamos, o estábamos, muy orgullosos de nuestras infraestructuras. Tras la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986 nuestro país se benefició de unos fondos estructurales que aprovechamos para hacer y renovar carreteras y autopistas, para desarrollar una alta velocidad ferroviaria que ha sido envidia de otros países no solo europeos, para tener más aeropuertos que nadie –algunos fantasmas, eso sí–… Llegamos a vivir en un sueño, o en una burbuja, de la que despertamos de golpe con la recesión.En 2008 llegó la gran recesión, y con ella el desplome de los ingresos y los recortes que nos exigió Europa. Y la principal partida de la que se recortó fue la inversión. Es lo más fácil. Si recortas en servicios públicos, en sueldos de funcionarios o en pensiones el descontento –al menos en el corto plazo– es mayor que si dejas de invertir… ya que los efectos de ese déficit de inversión no se ven en el momento sino en el largo plazo. Quizás nos creímos, o nuestros políticos se creyeron, que bastaba con hacer que el AVE llegara a Cataluña, a Valencia o a Galicia, después de llegar a Sevilla… pero se olvidaron de que hay que invertir para mantener las infraestructuras. Y estos últimos meses estamos pagando las consecuencias.Es verdad que en esos años tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y después del rescate al sector bancario había que recortar de donde fuera. No es porque entonces estuviera el PP en el Gobierno, sino porque los organismos internacionales, y concretamente la Unión Europea, puso los ajustes como condición para dar a nuestro país, y a aquellos que lo necesitaban, los fondos necesarios para salvar a las cajas de ahorros. Es curioso escuchar ahora a la izquierda, tanto a Sumar y Podemos como al PSOE, hablar de las diferencias en las medidas que se aplicaron en la gran recesión y las que se han usado en la pandemia y en la crisis de inflación vivida tras la invasión rusa de Ucrania. Pero que no se engañen y no nos engañen, sí se han podido dar ayudas y disparar el gasto público ha sido porque la Unión Europea ha aplicado una política totalmente distinta a la que exigió en la crisis financiera. Era el PSOE de Rodríguez Zapatero quien gobernaba en el comienzo de la crisis y el que tuvo que bajar pensiones y recortar el sueldo de los funcionarios para evitar el rescate total del país. Y del mismo modo es demagógico decir que ahora se rescata a las personas y el PP rescató a la banca. Si no la hubieran rescatado millones de ahorradores habrían perdido su dinero y el país hubiera quebrado. En todo caso, desde entonces ha llovido mucho, y es verdad que en los últimos años se han relajado las reglas fiscales y se ha gastado mucho, pero no precisamente en poner al día nuestras infraestructuras. Me duele en el alma ver un día sí y otro también cómo el hasta hace no tanto envidiado AVE español sufre retrasos. Hay quien culpa a la liberalización y la entrada de nuevas empresas que han permitido que mucha más gente pueda permitirse viajar en alta velocidad, pero eso no debería ser un problema si las vías ferroviarias y las catenarias estuvieran al día. Un país eminentemente turístico como el nuestro no se puede permitir el lujo de dar esta imagen. La gente ya no se fía de llegar a tiempo a sus compromisos empresariales o sociales si viaja en tren y eso es un gran problema para la reputación de nuestras infraestructuras. Hay que invertir sí o sí en el mantenimiento de carreteras, vías férreas o en nuestros aeropuertos. En el largo plazo, como estamos viendo, la falta de inversión tiene consecuencias.
El enésimo caos ferroviario que hemos vivido esta semana demuestra la necesidad de destinar más recursos al mantenimiento de nuestras vías y carreteras. Un país turístico como el nuestro no puede permitirse dar esta imagen
En España estamos, o estábamos, muy orgullosos de nuestras infraestructuras. Tras la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986 nuestro país se benefició de unos fondos estructurales que aprovechamos para hacer y renovar carreteras y autopistas, para desarrollar una alta velocidad ferroviaria que … ha sido envidia de otros países no solo europeos, para tener más aeropuertos que nadie –algunos fantasmas, eso sí–… Llegamos a vivir en un sueño, o en una burbuja, de la que despertamos de golpe con la recesión.
En 2008 llegó la gran recesión, y con ella el desplome de los ingresos y los recortes que nos exigió Europa. Y la principal partida de la que se recortó fue la inversión. Es lo más fácil. Si recortas en servicios públicos, en sueldos de funcionarios o en pensiones el descontento –al menos en el corto plazo– es mayor que si dejas de invertir… ya que los efectos de ese déficit de inversión no se ven en el momento sino en el largo plazo.
Quizás nos creímos, o nuestros políticos se creyeron, que bastaba con hacer que el AVE llegara a Cataluña, a Valencia o a Galicia, después de llegar a Sevilla… pero se olvidaron de que hay que invertir para mantener las infraestructuras. Y estos últimos meses estamos pagando las consecuencias.
Es verdad que en esos años tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y después del rescate al sector bancario había que recortar de donde fuera. No es porque entonces estuviera el PP en el Gobierno, sino porque los organismos internacionales, y concretamente la Unión Europea, puso los ajustes como condición para dar a nuestro país, y a aquellos que lo necesitaban, los fondos necesarios para salvar a las cajas de ahorros.
Es curioso escuchar ahora a la izquierda, tanto a Sumar y Podemos como al PSOE, hablar de las diferencias en las medidas que se aplicaron en la gran recesión y las que se han usado en la pandemia y en la crisis de inflación vivida tras la invasión rusa de Ucrania. Pero que no se engañen y no nos engañen, sí se han podido dar ayudas y disparar el gasto público ha sido porque la Unión Europea ha aplicado una política totalmente distinta a la que exigió en la crisis financiera. Era el PSOE de Rodríguez Zapatero quien gobernaba en el comienzo de la crisis y el que tuvo que bajar pensiones y recortar el sueldo de los funcionarios para evitar el rescate total del país. Y del mismo modo es demagógico decir que ahora se rescata a las personas y el PP rescató a la banca. Si no la hubieran rescatado millones de ahorradores habrían perdido su dinero y el país hubiera quebrado.
En todo caso, desde entonces ha llovido mucho, y es verdad que en los últimos años se han relajado las reglas fiscales y se ha gastado mucho, pero no precisamente en poner al día nuestras infraestructuras. Me duele en el alma ver un día sí y otro también cómo el hasta hace no tanto envidiado AVE español sufre retrasos. Hay quien culpa a la liberalización y la entrada de nuevas empresas que han permitido que mucha más gente pueda permitirse viajar en alta velocidad, pero eso no debería ser un problema si las vías ferroviarias y las catenarias estuvieran al día.
Un país eminentemente turístico como el nuestro no se puede permitir el lujo de dar esta imagen. La gente ya no se fía de llegar a tiempo a sus compromisos empresariales o sociales si viaja en tren y eso es un gran problema para la reputación de nuestras infraestructuras. Hay que invertir sí o sí en el mantenimiento de carreteras, vías férreas o en nuestros aeropuertos. En el largo plazo, como estamos viendo, la falta de inversión tiene consecuencias.
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