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  Cultura  Los desvaríos de ‘Louise’ toman forma en el Festival de Aix-en-Provence
Cultura

Los desvaríos de ‘Louise’ toman forma en el Festival de Aix-en-Provence

julio 6, 2025
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Crítica de ópera ‘Louise’ Música y libreto Gustave Charpentier Dirección musical Giacomo Sagripanti Puesta en escena Cristof Loy Escenografía Etienne Plus Vestuario Robby Duiveman Iluminación Valerio Tiberi Dramaturgia Louis Geisler Intérpretes Intérpretes Elsa Dreisig (Louise), Adam Smith (Julien, Le Noctambule), Sophie Koch (La Mère, La Première de l’atelier), Nicolas Courjal (Le Père, Le Chiffonnier), Grégoire Mour (Un Marchand d’habits, Le Pape des fous), Annick Massis (La Balayeuse), Marianne Croux (Irma), Carol García (Gertrude), Karolina Bengtsson (Camille), Marie-Thérèse Keller (Madeleine) Julie Pasturaud (Marguerite, La Laitière), Maîtrise des Bouches-du-Rhône, Chœur et Orchestre de l’Opéra de Lyon Lugar Théâtre de l’Archevêché, Aix-en-Provence 2El telón ya está levantado y el silencio invade el Théâtre de l’Archevêché, apenas interrumpido por algunos pájaros y un estornudo perdido entre los espectadores. En escena aparece la larga sala de espera de un hospital, algo avejentada, decadente, de colores desvaídos e iluminación ruin. Se trata del Hospital de la Salpêtrière donde Jean-Martin Charcot, padre de la neurología moderna desarrolló sus investigaciones sobre las enfermedades nerviosas, alguna de ellas calificada como histeria. La ubicación no es evidente, pero se sabe porque previamente lo ha explicado Cristof Loy , responsable escénico de la nueva producción de ‘Louise’, ópera firmada en 1900 por Gustave Charpentier , que ahora se presenta en el Festival de Aix-en-Provence. Lo cierto es que entre los usuarios del establecimiento hay tipos singulares y que, entre ellos, se distingue a la protagonista, cuyos movimientos espasmódicos la convierten en una paciente especial.En las últimas décadas se ha visto cómo el repertorio operístico francés olvidado, o simplemente apartado del catálogo que actualmente manejan los teatros, ha sido objeto de importantes estudios, de los que se han derivado consecuencias prácticas. Interpretaciones en vivo, grabaciones, ediciones diversas, incluso canales específicos de radio difunden títulos, como esta ‘ Louise ‘, considerados ejemplos prototípicos de la música romántica francesa. A ello se dedica en exclusiva y desde 2009 la fundación Palazzetto Bru Zane , un espacio de trabajo localizado, curiosamente, en Venecia, y al que merecerá la pena observar con atención siempre que salga a colación el tema de la recuperación patrimonial. Su presencia como coproductora de esta nueva ‘Louise’ en Aix-en-Provence, junto con la Ópera de Lyon y la Opéra-Comique de París ha sido determinante. Al hilo de esta y otras intervenciones afines, el festival incorpora este año a sus mesas de conversación el viejo asunto sobre los límites de acción a los que es tolerable someter al teatro lírico.Colocados de nuevo ante el trabajo de Cristof Loy , es evidente que la perspectiva contemporánea es innegociable en tanto sirva para entresacar elementos capaces de explicar el sentido final de la obra. De entrada, la ópera de Charpentier es un ejemplo claro de teatro naturalista proyectado sobre espacios cerrados que van desde la casita de los padres de Louise, a su lugar de trabajo en el taller de costura. El libreto del propio Charpentier tiene un mérito adicional al incorporar ideas de naturaleza socialista que ponen en evidencia la lucha de clases y la razón de ser de aquellas heroínas domésticas que empezaron a hacerse fuertes en el arranque del siglo XX y que tendrá derivaciones más posteriores en prototipos como la ‘garçonne’ francesa y la ‘flapper’ americana.Sin ir tan lejos, Loy todavía se topa con un nivel superior en relación con la contextualización de la obra en París , entendida como ciudad abierta al entretenimiento, la bohemia, la libertad y, obviamente, el compromiso social. El espacio deriva en una forma de entender la vida y, por ello, adquiere la condición de personaje silencioso al que inevitablemente se pliega la manera de ser del resto de actores. Uno de los aciertos de la propuesta de Loy consiste en convertir lo corpóreo en algo esencialmente mental que apenas se ve a través de las ventanas del hospital y que se fusiona con la ‘enfermedad’ de la protagonista, al hacer del espacio físico una obsesión interior, inconsciente, de la que resulta imposible desprenderse. El suicidio de Louise, quien finalmente se tira por una ventana convirtiendo a París en su propio patíbulo, y con el que Loy da una salida personal a la obra, determina el proceso de degradación mental que sufre, pero también la fortaleza de la llamada exterior ante la que su padre se revelará, al concluir la obra: «¡París!» es el grito definitivo, lo inapelable y, según Loy, la trampa en la que todos los personajes viven presos. Pero no hay que olvidar que el sentido original de la obra y su consideración verista determinaba que el ambiente fuera un espacio capaz de dar sentido al desarrollo de la acción. Loy no lo olvida y por eso carga las tintas en la escena en la que los bohemios coronan a Louise como reina de Montmartre, en una ceremonia de definitivo gesto patriótico, inundado de banderas. El homenaje a Francia fue precisamente y durante mucho tiempo una de las razones del éxito que mantuvo la obra vigente hasta mediados del siglo XX cuando empieza a aletargarse su fama. Por eso, hoy todavía es una referencia inevitable para cualquiera que quiera conocer la esta música la grabación pionera, dirigida por Georges Prête, con Ileana Cotrubas y Plácido Domingo , publicada en 1976 y modelo al que la interpretación presentada en Aix le queda muy alejado. Al frente de la orquesta y coro de Lyon está su actual director musical, Giacomo Sagripanti , presentándose por primera vez en el festival y aportando lo justo a una partitura que necesita buena mano y habilidad para entresacar sus méritos musicales, mucho más importantes en el último acto. Y encabezando el reparto se encuentra la soprano franco-danesa Elsa Dreisig, miembro en 2014 de la Academia del festival, e intérprete fetiche, según Loy, a la hora de concebir el trabajo escénico: soprano de timbre ligero, interesante vibración, agudo claro, y aspecto aniñado acentuado aquí por el vestuario de Robby Duivema n. Su interpretación de «Depuis le jour», la única aria de referencia de la obra, tuvo buena factura. Toda la actuación se sostuvo sobre cimientos sólidos y bien trabajados, desde luego muy distintos a los soportaron al resto del reparto. El tenor británico Adam Smith en su doble papel de Julien, el amante, y noctámbulo (asociación, desde luego intencionada) ha debido de tener tardes más brillantes, incluso en el festival de Aix, donde debutó el pasado año en el papel de Pinkerton de ‘ Madama Butterfly ‘. La tarjeta de presentación es poderosa, de importante aliento lírico, desparpajo, pero la voz muy inestable vino a prolongar el efecto que tuvo el gallo de salida. En una dimensión paralela hay que situar al bajo francés Nicolas Courjal , cuya voz oscura, también de importante volumen, se sostiene sobre apoyos dudosos llevando a una emisión dubitativa. La escena final, convertido en borracho, como final de un proceso de degeneración personal, demostró su entrega y coraje, también su grueso concepto interpretativo. El reparto principal, sobresaliendo de entre la treinta de intérpretes que exige la obra, se cierra con la veterana mezzosoprano Sophie Koch , madre y jefa del taller, cuya presencia en Aix tiene un tono sentimental y casi de reparación al tratarse de su primera estancia en el festival. Su actuación discurre por el camino de lo suficiente si bien debería compensarse con la sólida gestualidad de un personaje al que Christof Loy le concede un principio de forzada autoridad moral. Porque el sentido tóxico de la familia de Louise es un elemento que viene a sumarse al espacio inhabitable en el que malvive la protagonista, quien no deja de tener su momento de felicidad cuando se viste de novia y consuma su amor con Julien, lo que da sentido final al propósito de ‘romance musical’ en el que Charpentier instaló su ópera. Noticia Relacionada Crítica de ópera estandar Si La arrolladora Nadine Sierra le da la vida a Violetta Valéry Alberto González Lapuente ‘La traviata’ se estrena en el Teatro Real. Hay que ver esta producción de Willy Decker, estrenada en Salzburgo hace 20 años, sobre el escenario para entender toda su fuerzaEn definitiva, que son muchos los polos de atracción que se plantean en ‘Louise’ y que no todos quedan claros en Aix por influencia de una interpretación musical muy por debajo de lo esperable. Al fin y al cabo, lo que Loy plantea, pero no se escucha, tiene algo de inmaterial al perfilarse como el largo sueño vivido por una protagonista a la que el miedo y la esperanza, la represión y el deseo de libertad, el contrato social y su espíritu rebelde sitúan en una incómoda e insostenible situación. Crítica de ópera ‘Louise’ Música y libreto Gustave Charpentier Dirección musical Giacomo Sagripanti Puesta en escena Cristof Loy Escenografía Etienne Plus Vestuario Robby Duiveman Iluminación Valerio Tiberi Dramaturgia Louis Geisler Intérpretes Intérpretes Elsa Dreisig (Louise), Adam Smith (Julien, Le Noctambule), Sophie Koch (La Mère, La Première de l’atelier), Nicolas Courjal (Le Père, Le Chiffonnier), Grégoire Mour (Un Marchand d’habits, Le Pape des fous), Annick Massis (La Balayeuse), Marianne Croux (Irma), Carol García (Gertrude), Karolina Bengtsson (Camille), Marie-Thérèse Keller (Madeleine) Julie Pasturaud (Marguerite, La Laitière), Maîtrise des Bouches-du-Rhône, Chœur et Orchestre de l’Opéra de Lyon Lugar Théâtre de l’Archevêché, Aix-en-Provence 2El telón ya está levantado y el silencio invade el Théâtre de l’Archevêché, apenas interrumpido por algunos pájaros y un estornudo perdido entre los espectadores. En escena aparece la larga sala de espera de un hospital, algo avejentada, decadente, de colores desvaídos e iluminación ruin. Se trata del Hospital de la Salpêtrière donde Jean-Martin Charcot, padre de la neurología moderna desarrolló sus investigaciones sobre las enfermedades nerviosas, alguna de ellas calificada como histeria. La ubicación no es evidente, pero se sabe porque previamente lo ha explicado Cristof Loy , responsable escénico de la nueva producción de ‘Louise’, ópera firmada en 1900 por Gustave Charpentier , que ahora se presenta en el Festival de Aix-en-Provence. Lo cierto es que entre los usuarios del establecimiento hay tipos singulares y que, entre ellos, se distingue a la protagonista, cuyos movimientos espasmódicos la convierten en una paciente especial.En las últimas décadas se ha visto cómo el repertorio operístico francés olvidado, o simplemente apartado del catálogo que actualmente manejan los teatros, ha sido objeto de importantes estudios, de los que se han derivado consecuencias prácticas. Interpretaciones en vivo, grabaciones, ediciones diversas, incluso canales específicos de radio difunden títulos, como esta ‘ Louise ‘, considerados ejemplos prototípicos de la música romántica francesa. A ello se dedica en exclusiva y desde 2009 la fundación Palazzetto Bru Zane , un espacio de trabajo localizado, curiosamente, en Venecia, y al que merecerá la pena observar con atención siempre que salga a colación el tema de la recuperación patrimonial. Su presencia como coproductora de esta nueva ‘Louise’ en Aix-en-Provence, junto con la Ópera de Lyon y la Opéra-Comique de París ha sido determinante. Al hilo de esta y otras intervenciones afines, el festival incorpora este año a sus mesas de conversación el viejo asunto sobre los límites de acción a los que es tolerable someter al teatro lírico.Colocados de nuevo ante el trabajo de Cristof Loy , es evidente que la perspectiva contemporánea es innegociable en tanto sirva para entresacar elementos capaces de explicar el sentido final de la obra. De entrada, la ópera de Charpentier es un ejemplo claro de teatro naturalista proyectado sobre espacios cerrados que van desde la casita de los padres de Louise, a su lugar de trabajo en el taller de costura. El libreto del propio Charpentier tiene un mérito adicional al incorporar ideas de naturaleza socialista que ponen en evidencia la lucha de clases y la razón de ser de aquellas heroínas domésticas que empezaron a hacerse fuertes en el arranque del siglo XX y que tendrá derivaciones más posteriores en prototipos como la ‘garçonne’ francesa y la ‘flapper’ americana.Sin ir tan lejos, Loy todavía se topa con un nivel superior en relación con la contextualización de la obra en París , entendida como ciudad abierta al entretenimiento, la bohemia, la libertad y, obviamente, el compromiso social. El espacio deriva en una forma de entender la vida y, por ello, adquiere la condición de personaje silencioso al que inevitablemente se pliega la manera de ser del resto de actores. Uno de los aciertos de la propuesta de Loy consiste en convertir lo corpóreo en algo esencialmente mental que apenas se ve a través de las ventanas del hospital y que se fusiona con la ‘enfermedad’ de la protagonista, al hacer del espacio físico una obsesión interior, inconsciente, de la que resulta imposible desprenderse. El suicidio de Louise, quien finalmente se tira por una ventana convirtiendo a París en su propio patíbulo, y con el que Loy da una salida personal a la obra, determina el proceso de degradación mental que sufre, pero también la fortaleza de la llamada exterior ante la que su padre se revelará, al concluir la obra: «¡París!» es el grito definitivo, lo inapelable y, según Loy, la trampa en la que todos los personajes viven presos. Pero no hay que olvidar que el sentido original de la obra y su consideración verista determinaba que el ambiente fuera un espacio capaz de dar sentido al desarrollo de la acción. Loy no lo olvida y por eso carga las tintas en la escena en la que los bohemios coronan a Louise como reina de Montmartre, en una ceremonia de definitivo gesto patriótico, inundado de banderas. El homenaje a Francia fue precisamente y durante mucho tiempo una de las razones del éxito que mantuvo la obra vigente hasta mediados del siglo XX cuando empieza a aletargarse su fama. Por eso, hoy todavía es una referencia inevitable para cualquiera que quiera conocer la esta música la grabación pionera, dirigida por Georges Prête, con Ileana Cotrubas y Plácido Domingo , publicada en 1976 y modelo al que la interpretación presentada en Aix le queda muy alejado. Al frente de la orquesta y coro de Lyon está su actual director musical, Giacomo Sagripanti , presentándose por primera vez en el festival y aportando lo justo a una partitura que necesita buena mano y habilidad para entresacar sus méritos musicales, mucho más importantes en el último acto. Y encabezando el reparto se encuentra la soprano franco-danesa Elsa Dreisig, miembro en 2014 de la Academia del festival, e intérprete fetiche, según Loy, a la hora de concebir el trabajo escénico: soprano de timbre ligero, interesante vibración, agudo claro, y aspecto aniñado acentuado aquí por el vestuario de Robby Duivema n. Su interpretación de «Depuis le jour», la única aria de referencia de la obra, tuvo buena factura. Toda la actuación se sostuvo sobre cimientos sólidos y bien trabajados, desde luego muy distintos a los soportaron al resto del reparto. El tenor británico Adam Smith en su doble papel de Julien, el amante, y noctámbulo (asociación, desde luego intencionada) ha debido de tener tardes más brillantes, incluso en el festival de Aix, donde debutó el pasado año en el papel de Pinkerton de ‘ Madama Butterfly ‘. La tarjeta de presentación es poderosa, de importante aliento lírico, desparpajo, pero la voz muy inestable vino a prolongar el efecto que tuvo el gallo de salida. En una dimensión paralela hay que situar al bajo francés Nicolas Courjal , cuya voz oscura, también de importante volumen, se sostiene sobre apoyos dudosos llevando a una emisión dubitativa. La escena final, convertido en borracho, como final de un proceso de degeneración personal, demostró su entrega y coraje, también su grueso concepto interpretativo. El reparto principal, sobresaliendo de entre la treinta de intérpretes que exige la obra, se cierra con la veterana mezzosoprano Sophie Koch , madre y jefa del taller, cuya presencia en Aix tiene un tono sentimental y casi de reparación al tratarse de su primera estancia en el festival. Su actuación discurre por el camino de lo suficiente si bien debería compensarse con la sólida gestualidad de un personaje al que Christof Loy le concede un principio de forzada autoridad moral. Porque el sentido tóxico de la familia de Louise es un elemento que viene a sumarse al espacio inhabitable en el que malvive la protagonista, quien no deja de tener su momento de felicidad cuando se viste de novia y consuma su amor con Julien, lo que da sentido final al propósito de ‘romance musical’ en el que Charpentier instaló su ópera. Noticia Relacionada Crítica de ópera estandar Si La arrolladora Nadine Sierra le da la vida a Violetta Valéry Alberto González Lapuente ‘La traviata’ se estrena en el Teatro Real. Hay que ver esta producción de Willy Decker, estrenada en Salzburgo hace 20 años, sobre el escenario para entender toda su fuerzaEn definitiva, que son muchos los polos de atracción que se plantean en ‘Louise’ y que no todos quedan claros en Aix por influencia de una interpretación musical muy por debajo de lo esperable. Al fin y al cabo, lo que Loy plantea, pero no se escucha, tiene algo de inmaterial al perfilarse como el largo sueño vivido por una protagonista a la que el miedo y la esperanza, la represión y el deseo de libertad, el contrato social y su espíritu rebelde sitúan en una incómoda e insostenible situación.  

  • Música y libreto
    Gustave Charpentier
  • Dirección musical
    Giacomo Sagripanti
  • Puesta en escena
    Cristof Loy
  • Escenografía
    Etienne Plus
  • Vestuario
    Robby Duiveman
  • Iluminación
    Valerio Tiberi
  • Dramaturgia
    Louis Geisler
  • Intérpretes
    Intérpretes Elsa Dreisig (Louise), Adam Smith (Julien, Le Noctambule), Sophie Koch (La Mère, La Première de l’atelier), Nicolas Courjal (Le Père, Le Chiffonnier), Grégoire Mour (Un Marchand d’habits, Le Pape des fous), Annick Massis (La Balayeuse), Marianne Croux (Irma), Carol García (Gertrude), Karolina Bengtsson (Camille), Marie-Thérèse Keller (Madeleine) Julie Pasturaud (Marguerite, La Laitière), Maîtrise des Bouches-du-Rhône, Chœur et Orchestre de l’Opéra de Lyon
  • Lugar
    Théâtre de l’Archevêché, Aix-en-Provence

El telón ya está levantado y el silencio invade el Théâtre de l’Archevêché, apenas interrumpido por algunos pájaros y un estornudo perdido entre los espectadores. En escena aparece la larga sala de espera de un hospital, algo avejentada, decadente, de colores desvaídos e iluminación … ruin. Se trata del Hospital de la Salpêtrière donde Jean-Martin Charcot, padre de la neurología moderna desarrolló sus investigaciones sobre las enfermedades nerviosas, alguna de ellas calificada como histeria. La ubicación no es evidente, pero se sabe porque previamente lo ha explicado Cristof Loy, responsable escénico de la nueva producción de ‘Louise’, ópera firmada en 1900 por Gustave Charpentier, que ahora se presenta en el Festival de Aix-en-Provence. Lo cierto es que entre los usuarios del establecimiento hay tipos singulares y que, entre ellos, se distingue a la protagonista, cuyos movimientos espasmódicos la convierten en una paciente especial.

En las últimas décadas se ha visto cómo el repertorio operístico francés olvidado, o simplemente apartado del catálogo que actualmente manejan los teatros, ha sido objeto de importantes estudios, de los que se han derivado consecuencias prácticas. Interpretaciones en vivo, grabaciones, ediciones diversas, incluso canales específicos de radio difunden títulos, como esta ‘Louise‘, considerados ejemplos prototípicos de la música romántica francesa. A ello se dedica en exclusiva y desde 2009 la fundación Palazzetto Bru Zane, un espacio de trabajo localizado, curiosamente, en Venecia, y al que merecerá la pena observar con atención siempre que salga a colación el tema de la recuperación patrimonial. Su presencia como coproductora de esta nueva ‘Louise’ en Aix-en-Provence, junto con la Ópera de Lyon y la Opéra-Comique de París ha sido determinante. Al hilo de esta y otras intervenciones afines, el festival incorpora este año a sus mesas de conversación el viejo asunto sobre los límites de acción a los que es tolerable someter al teatro lírico.

Colocados de nuevo ante el trabajo de Cristof Loy, es evidente que la perspectiva contemporánea es innegociable en tanto sirva para entresacar elementos capaces de explicar el sentido final de la obra. De entrada, la ópera de Charpentier es un ejemplo claro de teatro naturalista proyectado sobre espacios cerrados que van desde la casita de los padres de Louise, a su lugar de trabajo en el taller de costura. El libreto del propio Charpentier tiene un mérito adicional al incorporar ideas de naturaleza socialista que ponen en evidencia la lucha de clases y la razón de ser de aquellas heroínas domésticas que empezaron a hacerse fuertes en el arranque del siglo XX y que tendrá derivaciones más posteriores en prototipos como la ‘garçonne’ francesa y la ‘flapper’ americana.

Sin ir tan lejos, Loy todavía se topa con un nivel superior en relación con la contextualización de la obra en París, entendida como ciudad abierta al entretenimiento, la bohemia, la libertad y, obviamente, el compromiso social. El espacio deriva en una forma de entender la vida y, por ello, adquiere la condición de personaje silencioso al que inevitablemente se pliega la manera de ser del resto de actores. Uno de los aciertos de la propuesta de Loy consiste en convertir lo corpóreo en algo esencialmente mental que apenas se ve a través de las ventanas del hospital y que se fusiona con la ‘enfermedad’ de la protagonista, al hacer del espacio físico una obsesión interior, inconsciente, de la que resulta imposible desprenderse. El suicidio de Louise, quien finalmente se tira por una ventana convirtiendo a París en su propio patíbulo, y con el que Loy da una salida personal a la obra, determina el proceso de degradación mental que sufre, pero también la fortaleza de la llamada exterior ante la que su padre se revelará, al concluir la obra: «¡París!» es el grito definitivo, lo inapelable y, según Loy, la trampa en la que todos los personajes viven presos.

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Al frente de la orquesta y coro de Lyon está su actual director musical, Giacomo Sagripanti, presentándose por primera vez en el festival y aportando lo justo a una partitura que necesita buena mano y habilidad para entresacar sus méritos musicales, mucho más importantes en el último acto. Y encabezando el reparto se encuentra la soprano franco-danesa Elsa Dreisig, miembro en 2014 de la Academia del festival, e intérprete fetiche, según Loy, a la hora de concebir el trabajo escénico: soprano de timbre ligero, interesante vibración, agudo claro, y aspecto aniñado acentuado aquí por el vestuario de Robby Duiveman. Su interpretación de «Depuis le jour», la única aria de referencia de la obra, tuvo buena factura. Toda la actuación se sostuvo sobre cimientos sólidos y bien trabajados, desde luego muy distintos a los soportaron al resto del reparto. El tenor británico Adam Smith en su doble papel de Julien, el amante, y noctámbulo (asociación, desde luego intencionada) ha debido de tener tardes más brillantes, incluso en el festival de Aix, donde debutó el pasado año en el papel de Pinkerton de ‘Madama Butterfly‘. La tarjeta de presentación es poderosa, de importante aliento lírico, desparpajo, pero la voz muy inestable vino a prolongar el efecto que tuvo el gallo de salida.

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